En los siglos XVIII y XIX la burguesía obtuvo otro de sus muchos triunfos: convirtió a las expresiones lingüísticas populares en algo grosero, soez, propio de analfabetos, de un pueblo despreciable. A partir de entonces el lenguaje escrito se divorció del oral. En el diccionario hay palabras y palabrotas. Estas últimas son propias del léxico coloquial, de la bronca, de los bares y de las gradas de los campos de fútbol.La educación burguesa se convirtió en la buena educación, en la educación por antonomasia. El objetivo de la escuela es inculcar esa buena educación, frente a la mala que el alumno ha adquirido en su familia y en la calle. Es el segundo divorcio, que convierte al taco en un tabú, en una palabra prohibida que no se debe utilizar. En 1713 una de las funciones para las que se crea la Academia de la Lengua es la de «limpiar» el diccionario de palabras «sucias» y «malsonantes». El escritor, el periodista, el Boletín Oficial del Estado tienen que utilizar un vocabulario burgués, políticamente correcto, el de los hipócritas, lleno de eufemismos, donde los pechos, por ejemplo, han sustituido a las tetas.
Hay una marca de espárragos que se llama «Cojonudos», pero el puto capitalismo acabará amargándonos la vida. Hace un par de años la Unión Europea rechazó el registro de la marca «Hijoputa» de un orujo asturiano porque consideraron que esta palabra es ofensiva y por tanto «contraria a las buenas costumbres en una parte de la Unión Europea». ¡Que les den por el culo!
Antes las cosas eran distintas. El taco forma parte de la literatura castellana desde sus mismos orígenes. Los cancioneros medievales son un compendio de improperios, como las conocidas Coplas de Mingo Revulgo, publicadas en el siglo XV. Los escritores del Siglo de Oro también utilizaron el lenguaje de la calle, el barriobajero, el auténtico. Los tacos son un arte y son cultura. La mejor cultura popular.
A diferencia del habla popular, el habla burguesa esconde su naturaleza clasista recurriendo a expresiones neutrales. En lugar de maricón, que ha quedado como un insulto, una toma de posición, prefiere inventar un neologismo como homosexual. Pero con ese cambio, una obra tan clásica como «Fuenteovejuna» de Lope de Vega perdería mucho. En la mejor escena una mujer llamada Laurencia apela a las armas contra la opresión e insulta a la multitud que no toma el camino de la resistencia frente a los opresores:
Gallinas, ¡vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen!
Poneos ruecas en la cinta.
¿Para qué os ceñís estoques?
Vive Dios, que he de trazar
que solas mujeres cobren
la honra de estos tiranos,
la sangre de estos traidores,
y que os han de tirar piedras,
hilanderas, maricones,
amujerados y cobardes,
poco hombres y traidores.
Como en tantas otras obras clásicas de la literatura, Lope de Vega deja bien claro que, como la Mariana de la Revolución Francesa, Laurencia representa al pueblo en armas. Pero le añade algo aún mucho más importante: ella es, además, analfabeta. Son las mujeres del pueblo oprimido las que asumen la dirección de la lucha. Su lenguaje es el único posible contra los neutrales, los que se quieren mantener al margen.
¡Lo que cambian las cosas con el transcurso del tiempo! Es imposible no recordar lo que ocurrió durante la República, al interpretar este personaje la actriz Margarita Xirgú. Lo intentaron todo para no tener que decir maricones: recortar el pasaje, buscar sinónimos… En el ensayo general Xirgú aparentó una afonía en el momento de recitar el fragmento y fue García Lorca, que estaba presente, quien se lo echó en cara, llamándola pudorosa. Cuando por fin logró soltar el taco, la representación desató toda su carga dramática. En medio de las lágrimas la actriz dijo: “Esto no es arte; esto de abandonarse así a los sentimientos de una está mal. Porque yo hoy no he insultado al concejo de Fuenteovejuna. He llamado maricones a los concejales de Madrid que estaban en su palco del Ayuntamiento. Esto ya no es teatro ni arte. Es un mitin”. Había dado en el clavo. Una obra clásica como «Fuenteovejuna» es mucho más que teatro: es un llamamiento a la revolución.
Xirgú recordó el tercer desdoblamiento que la burguesía ha impuesto al lenguaje: el contenido intelectual se ha separado del emocional. Todo tiene que ser, como quería Leibniz, unívoco: a cada palabra le corresponde un significado. Por el contrario, los tacos expresan un estado de ánimo, y por eso van ligados a las interjecciones, que es la función más primitiva del lenguaje. Son una válvula de escape para las penurias que atravesamos. Ya que no podemos ni protestar, al menos los tacos sirven para desahogarnos, para aliviar nuestro sufrimiento.
Si estamos redactando un comunicado, cuando el gobierno aprueba recortes sociales escribimos cosas como que ha aumentado la tasa de plusvalía. Así nos lo han enseñado. Pero si estamos charlando en la barra del bar, decimos algo muy distinto: que cada vez estamos más puteados, en donde la palabra «putear» significa «joder» o, en términos elegantes, fastidiar o molestar.
Desde la literatura del Siglo de Oro el taco es pura negación de la negación, o sea, dialéctica. El habla popular le ha dado dos vueltas de rosca al tabú y lo ha convertido en todo lo contrario de lo que pretendía Leibniz: es tan ambivalente que un mismo término puede significar dos cosas opuestas: «joder» es un placer pero «joderse» o «te jodes» es justamente lo contrario.
Algunas palabras han acabado como tabúes porque van ligadas a los tabúes políticos, sociales, morales y culturales de la burguesía, como el sexo. Ahora bien, también ahí funciona la negación de la negación, de tal manera que donde una ideología clasista pretendió aminorar las referencias sexuales, lo que ha logrado ha sido lo contrario: multiplicarlas exponencialmente, de manera que el tabú se rompe por todos los costados. Son muy numerosos los tacos que tienen una carga sexual. El taco ha sobredimensionado el sexo y en pocas materias hay más sinónimos que en la sexual.
Sólo hay algo aún peor que el sexo, la homosexualidad, que es el colmo del vicio y la perversión sexuales, un tabú dentro de otro tabú y que, por si fuera poco, en ocasiones concierne al culo, en donde al sexo se le une otro tabú: la suciedad y la mierda. Un maestro de la escatología como Quevedo tiene una obra titulada «Gracias y desgracias del agujero del culo». Una cagada es un error y «vete a tomar por el culo» es lo mismo que «vete a la mierda«. Expresiones como «Iros todos a tomar por culo», el título del disco de Extremoduro, son dignas del Siglo de Oro.
Ante esta avalancha la burguesía ha reaccionado para llevarnos de nuevo al terreno de lo políticamente impecable acusando al lenguaje popular de «sexismo» y pretendiendo impedir su difusión. El feminismo burgués ha vuelto a demostrar que es un caballo de Troya, una de las vías más importantes de penetración de la ideología burguesa dentro del movimiento obrero. No hay reunión en la que alguien no trate de impedir el vocabulario popular, al que tachan de machista y homófobo atenieńdose al canon de los buenos modales burgueses que siguen tratando de inculcar.
En enero el ministro de Guindos mandó a dos periodistas a tomar por el culo, literalmente. Esperanza Aguirre también llamó «hijoputa» a Gallardón cuando creyó que no había micrófonos delante de la boca. La burguesía tiene un doble lenguaje lo mismo que tiene una doble moral. Está llena de prejuicios. Su diccionario es el de la Academia de la Lengua, no el de la Academia de la Calle en donde un burgués no sólo es un explotador sino un cabrón. Si decimos que el burgués explota al trabajador no hemos pasado aún de un estadio descriptivo. Pero cuando decimos que es un cabrón es porque, además, hemos logrado un avance: estamos de mala ostia.
La buena educación es contrarrevolucionaria; los buenos modales no conducen a nada; sin mala ostia la revolución socialista es imposible. Hace falta que las masas adquieran un cierto estado de ánimo, que se expresa tanto en las consignas como en los insultos y el vocabulario soez y lleno de imprecaciones. Puro Fuenteovejuna.
Ahora resulta que el insulto y la verborrea barata son algo revolucionario, y la buena educacion y el respeto lenguaje burgues. Decir maricon es bueno pese a la carga despectiva evidente, pero decir homosexual, el termino correcto, es burgues. Pues manda huevos (o manda cojones si es mas obrero). Que los tacos son cultura popular? Por supuesto, pero tambien burguesa, y aun asi, que? Es mas revolucionario el que habla mal que el que habla bien? Otorga mejor capacidad de analisis emplear ciertas palabras? Es mas rupturista decir "iros a tomar por culo" que "es necesaria una depuracion profunda"? Pues nada hombre, a seguir llamando a la gente maricones y bolleras, que esta muy bien
El problema de tu razonamiento es que ignoras que entre los homosexuales llamarse maricón, incluso cariñosamente, es algo de lo más normal. No hay mayores racistas que aquellos que hablan de "gente de color" para referirse a los negros. De la misma manera, todos esos formalistas que tanto cuidado ponen en no utilizar términos como el de maricón suelen tener bastantes más prejuicios respecto a los homosexuales que los más "maleducados”. El formalismo no es más que el envoltorio de la hipocresía.
El artículo no trata sobre la manera en la que hay que hablar, que es lo que hace la burguesía, sino sobre la manera en la que se habla, que es lo que hace el proletariado.
A diferencia de lo que escribe el primer comentarista, el artículo sostiene que el habla popular no es verborrea, entre otras cosas porque con ella se ha escrito lo mejor de la literatura en castellano.
El artículo no dice que cualquier habla popular es arte, sino que en España el mejor arte se ha hecho en base a la manera en la que el pueblo habla y no en base a la manera burguesa de hablar. Por lo tanto lo reivindica por su origen de clase y por su arte, frente a quienes, como el primer comentarista, lo olvidan y desprecian.
El artículo no dice que nadie es más revolucionario que otro porque suelte tacos sino que cuando los suelta es porque va más allá de un mero análisis en frío, ya que el taco es énfasis: pone de manifiesto un enfado (rencor, odio) que ha aparecido en todas las revoluciones.
El artículo dice que el vocabulario popular no es unívoco y por lo tanto que expresiones como "maricón" tienen muchos significados distintos, que no necesariamente son homofóbicos y también dice que esos diferentes significados cambian a lo largo de la historia y en función del contexto.
No hay nada más repelente que recurrir a expresiones ridículas como "jolines" y "mecachis". Tampoco se trata de defender el empleo habitual de tacos, sino hacer lo que la mejor literatura nos enseña: convertir el habla popular en un arte, no para tratar de ser artistas sino porque es la mejor manera de dirigirse a las masas.
Es que Juanma es un mal hablado y además te birla los pastelitos de arroz a la chita callando…¡serás mariconazo, cabrón! ¡¡¡UY!!!
¡Ahí, macho, me cago en la puta que los parió a estos hijos de puta, bastardos, que nos mangonean y solo que no dan mierda mediática a cargo de maricones y marujas Tv en clave de histéricos, como si nosotros fuésemos todos come-mierdas! ¡Me cago en la pucha que los tiró!