Se cumplen 100 años de la histórica huelga general de Seattle (y 2)

Comedor obrero durante la huelga
Kayla Costa

A pesar de las amenazas de represión y violencia de la élite política y corporativa de Seattle, los trabajadores siguieron con sus planes. El principal diario del Consejo Central del Trabajo, el Union Record, publicó una respuesta a la histeria de la clase dominante el 4 de febrero, con un editorial escrito por Anna Louise Strong llamado “Nadie sabe dónde”:

“Estamos emprendiendo el movimiento más grande jamás realizado por los OBREROS en este país, un movimiento que conducirá ¡NADIE SABE DÓNDE! Los obreros alimentaremos a la gente. Los obreros cuidaremos a los bebés y los enfermos. Los obreros preservaremos el orden. Los obreros no solo CERRAREMOS las industrias, sino que REABRIREMOS, bajo la gestión de los oficios apropiados, las actividades necesarias para la salud pública y la paz pública. Si la huelga continúa, los obreros podemos evitar el sufrimiento público reiniciando más y más actividades.
BAJO NUESTRA PROPIA GESTIÓN. Y por eso decimos que empezamos a recorrer un camino que conduce ¡NADIE SABE DÓNDE!”
.

El jueves 6 de febrero unos 65.000 trabajadores abandonaron sus tareas en toda la ciudad a la diez de la mañana en punto, entre ellos 60.000 obreros organizados en los diferentes sindicatos de la AFL, 3.500 wobblies, cientos de obreros japoneses y negros y un número no registrado de trabajadores no sindicalizados. También se impidió que otros 40.000 obreros que no votaron formalmente por la huelga fueran a trabajar.

Cuando los trabajadores salieron de las fábricas, tiendas y comercios, la ciudad se paralizó. Los tranvías del centro dejaron de funcionar, la maquinaria de fábrica se detuvo y las escuelas públicas cerraron. No hubo grandes marchas ni manifestaciones. Los obreros se quedaron en sus barrios. Las reuniones más grandes de los huelguistas se produjeron en los 21 comedores que el Comité de Huelga organizó en toda la ciudad.

Comedores obreros de huelga

Para el cuarto día de huelga, estos comedores habían servido unas 30.000 comidas. Fueron dirigidos por trabajadores de hostelería, sobre todo mujeres. Cualquier persona podía comprar la comida, generalmente estofado de carne o espaguetis con verduras y pan, a un costo de 25 centavos de dólar para los trabajadores del sindicato y 35 centavos para el público en general. El Consejo de Comercio del Metal, al que pertenecían los trabajadores del astillero, pagó todos los alimentos, cocinas y gastos de distribución, que totalizaron cerca de 7.000 dólares. Los obreros de fábrica y camioneros sacrificaron su dinero para asegurar que la leche sin procesar llegara a los almacenes y comedores de la ciudad.

Los dirigentes obreros trataron de evitar enfrentamientos con la policía, que estaba armada y en toda la ciudad, pero también que la huelga “se descontrolara” y encontrara una salida independiente o revolucionaria. Así, se emitieron numerosas declaraciones para mantener el orden. Hasta los dirigentes de IWW amenazaron con castigar a sus miembros si estos agitaban demasiado.

Para ayudar con estos objetivos de la no violencia, el Comité de Huelga creó la Guardia de Veteranos de Guerra como el cuerpo policial oficial de los obreros. Estaba compuesto por unos trescientos voluntarios, sin autoridad legal ni armas, basado en la noción de que “la gente quiere obedecer la ley si lo pides razonablemente” y no por la fuerza. El estricto código de conducta impuesto por la Guardia de Veteranos de Guerra valió la pena en un sentido. Ni un solo trabajador fue detenido o herido durante la huelga. Incluso los casos criminales de la policía disminuyeron de un promedio de 100 por día a 30, ya que los obreros se abstuvieron de realizar actividades ilegales como el juego y el contrabando. Así, los trabajadores refutaron las afirmaciones de los medios de Seattle de que la huelga provocaría una erupción de la criminalidad de la clase obrera.

Debido a las exenciones del Comité de los Quince a los funcionarios municipales y sindicales locales, prosiguieron todos los servicios esenciales para el funcionamiento de la ciudad. Los operadores telefónicos, funcionarios de hospitales, carniceros, trabajadores de mercados alimentarios y empleados gubernamentales siguieron trabajando, por lo que no se detuvo el funcionamiento básico de la economía.

Sin embargo, se mantuvo la amenaza de violencia estatal contra la huelga. “Déjennos limpiar Estados Unidos de América”, declaró el alcalde Hanson. “Que todos los hombres se pongan de pie y sean contados… Nos negamos a negociar con estos revolucionarios. La rendición incondicional es nuestra única propuesta”.

‘¡Rusia lo consiguió!’
El fin de la huelga

Al tercer día los dirigentes obreros reformistas presentaron una propuesta ante el Comité General de Huelga para terminar el conflicto. La mayoría de los representantes manifestaron su acuerdo con la propuesta, pero tras discutir con los trabajadores de base durante el receso se opusieron por unanimidad y continuaron con la huelga.

Sobre la base de las relaciones existentes entre la burocracia laboral y el sistema político antes de la huelga general, el alcalde Hanson pidió reiteradamente a los dirigentes de confianza que terminaran la huelga lo antes posible. “Jim, la huelga debe ser cancelada para el mediodía”, le dijo el alcalde a Duncan por teléfono. Después de escuchar que los dirigentes no podían detener el impulso de las bases, el alcalde invitó a los miembros del comité a su oficina para una reunión en la que amenazó con imponer la ley marcial en la ciudad a menos que la huelga finalizara en la mañana del sábado 8 de febrero.

Aunque los Quince no se atrevieron a terminarla allí, la huelga había llegado a una encrucijada. O las masas trabajadoras avanzaban sobre una base política, formulando demandas claras y haciendo un llamamiento a los obreros fuera de Seattle, o la dirección sindical y el gobierno terminarían la huelga con las manos vacías.

Las amenazas de ley marcial por parte del alcalde quebraron a algunos de los sindicatos. Los operadores de los tranvías comenzaron a trabajar de nuevo ese sábado, junto con los trabajadores de algunos restaurantes, peluquerías y comercios minoristas. La policía también comenzó a detener a los wobblies, como el portavoz y editor de The Industrial Worker, Walker C. Smith, por distribuir un folleto titulado “¡Russia lo consiguió!”.

Hacia la tarde del sábado, los Quince redactaron una resolución para que todos volvieran a su trabajo el domingo, que ellos propusieron en una reunión del Comité General de Huelga. Tras una larga deliberación, la gran mayoría de delegados rechazó la propuesta. Pero el domingo los delegados argumentaron a favor de la propuesta ante sus diversos sindicatos locales, regresando el lunes por la noche para aprobar el fin oficial de la huelga para el martes 11 de febrero. Se hizo el siguiente anuncio:

“El Comité Ejecutivo está suficientemente satisfecho de que, independientemente de la acción final tomada por las bases, dicho comité está convencido de que las bases se mantuvieron firmes y que la estampida para volver al trabajo no fue decidida por las bases sino por sus líderes. Por lo tanto, se resuelve que la siguiente acción se haga efectiva al mismo tiempo, el 10 de febrero de 1919: que este comité de huelga informe a todos los sindicatos afiliados que han tomado medidas para que sus hombres vuelvan a trabajar, que dichos sindicatos llamarán de nuevo a sus hombres para responder inmediatamente al llamamiento de las bases hasta el mediodía del 11 de febrero de 1919 y para declarar la conclusión exitosa de esta huelga, y que, si los acontecimientos hacen necesaria la continuación de la huelga, esa acción adicional será derivada exclusivamente a las bases”.

Miles de trabajadores volvieron a regañadientes a sus tareas al mediodía de ese día, a menudo presionados por los ejecutivos internacionales y locales de su propio sindicato. Los dirigente obreros declararon que la huelga fue un éxito. El alcalde se elogió a sí mismo ante la prensa nacional por evitar heroicamente una revolución bolchevique en Estados Unidos. Sin embargo, la clase obrera sabía que, a pesar de las grandes hazañas logradas con la realización de la huelga, no habían ganado una sola reivindicación.

Secuelas de la huelga

En medio de la recesión de posguerra, las empresas de la costa del Pacífico buscaron reducir el trabajo de los astilleros, y los de Seattle fueron los primeros en recibir el golpe. El desempleo se disparó, y muchos de los trabajadores que se sumaron a la huelga general se vieron obligados a trasladarse para encontrar trabajo.

El Estado ayudó a las empresas a suprimir a la clase obrera reprimiendo a sus organizaciones laborales y políticas. Union Record, el diario publicado por el Consejo Central del Trabajo, fue cerrado por agentes federales que invadieron la ciudad tras el fin de la huelga. Muchos de los dirigentes socialistas y revolucionarios en el movimiento obrero fueron detenidos y acusados de sedición, y los locales del Partido Socialista y de IWW fueron registrados.

Aunque no jugó un papel de dirección en la huelga, IWW enfrentó lo peor de la reacción capitalista. Marginados hasta el límite de la ilegalización por las criminales leyes de sindicalismo aprobadas en varios Estados en los años anteriores, perseguidos por el gobierno de Wilson con la Ley de Espionaje, los wobblies de Seattle sufrieron redadas, detenciones y encarcelamientos una vez más. La clase capitalista de Washington reveló gráficamente su venganza nueve meses después de la huelga, cuando cinco miembros de IWW fueron asesinados a sangre fría en Centralia, Washington, el día del armisticio.

De esta forma, la reacción en Seattle predijo el primer “Temor Rojo” a nivel nacional y sus infames redadas de Palmer, cuyo objetivo fue aterrorizar a los obreros militantes. Treinta y un miembros locales de IWW fueron detenidos por actividad en la huelga general, entre ellos dirigentes prominentes como James Bruce, Harvey O’Connor y Walker Smith, y treinta y siete más fueron detenidos durante las redadas de agosto. El Estado estadounidense efectuó esta campaña brutal en todo el país en los años anteriores y posteriores a la huelga de Seattle, deteniendo a los dirigentes y miembros militantes de la organización, como Bill Haywood y James P. Cannon.

Lecciones de la huelga

La huelga general de Seattle de 1919 puede enseñar mucho a los trabajadores de hoy sobre sus tradiciones militantes, de las que fueron separados conscientemente por la clase dominante y los sindicatos corruptos. Como muchas luchas militantes en la historia de Estados Unidos, esta huelga revela que la afirmación de que los trabajadores estadounidenses no pueden hacer grandes luchas industriales es una falsificación histórica.

Los trabajadores deben considerar cómo se puede llevar a cabo hoy una gran lucha como una huelga general. Una diferencia crítica entre 1919 y el tiempo que se avecina es el papel de los sindicatos: organizaciones que hoy se denominan “sindicatos” pero que son esencialmente diferentes a los que dirigieron la huelga general de Seattle.

Por temor a ser barridos si no colaboraban, los sindicatos de Seattle en 1919 admitieron las demandas de los trabajadores por una lucha que involucró a todas las ramas de la industria y convulsionó a una ciudad importante. Si bien los dirigentes sindicales eran conservadores y defensores del sistema capitalista, también respondían, hasta cierto punto, a las demandas de los obreros de base. Los sindicatos de hoy luchan con uñas y dientes contra las formas más modestas de solidaridad de clase obrera, en tanto la mundialización económica ha socavado la base nacional para esta otrora útil forma de organización de trabajadores. Cuando se producen huelgas, los sindicatos tratan de aislarlas y destruirlas. En 2019 ningún sindicato estadounidense existente se convertirá en el vehículo para una huelga general.

Más importante aún, la huelga general de Seattle demuestra la necesidad crítica de una dirección socialista. La huelga se inspiró en el ejemplo de Rusia, como comprendieron dolorosamente los capitalistas de Seattle. Aunque atrajo a la lucha a muchos miles de trabajadores con mentalidad socialista, los principales dirigentes sindicales trataron de excluir a la “política” —con la cual se referían a la política socialista— de la lucha.

Los trabajadores de Seattle, en su lucha, trazaron las líneas básicas de clase. En un lado estaban todos los obreros de la ciudad—unificados por encima de las líneas de separación de oficio, nacional y racial que los sindicatos les habían impuesto. En el otro estaban los capitalistas y el gobierno, con la clase media más acomodada detrás de ellos. Pero así como esta división básica de la sociedad de clases moderna se hizo visible en la huelga general de Seattle, la dirección sindical se alistó con las autoridades de la ciudad. Su capacidad par hacerlo depende de la ausencia de una dirección socialista. La militancia sindical por sí sola no fue suficiente para superarla.

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