Corinne Autey-Roussel
“Existe, por lo que conozco, una única regla en las relaciones
internacionales. La injerencia de un país en los asuntos de otros causa
resentimientos. Produce un efecto de resultados exactamente opuestos a
sus intenciones” (Allen Dulles, director de la CIA, en una conferencia
de la National Association of Manufacturers en el hotel Waldorf-Astoria
el 3 de diciembre de 1947)
Crecida por el éxito en la
implantación del Sah al frente de Irán, la CIA, un organismo reciente
que, aunque construido sobre la base de la Agencia de Investigaciones
Militares (OSS), que la precedió, aún tiene falta de experiencia y tiene
a sustituirla por un entusiasmo bullicioso y desordenado, se lanza con
el celo infatigable del misionero a una operación con el objetivo de
derribar al nuevo presidente electo de Guatemala, supuestamente culpable
del pecado mortal de comunismo, bajo el código de PBSuccess. La
operación resultará un monumental fiasco, no porque falle en su
objetivo, sino porque el gobierno guatemalteco que derriba no es de
ninguna manera amenazante para Estados Unidos. En contrapartida, la
ingerencia de Estados Unidos radicalizará a la izquierda guatemalteca
hasta llevar a una guerra civil que durará décadas. “¡Qué no daríamos
hoy por tener un Arbenz! Debiéramos inventar uno pero todos los
candidatos está muertos” (Un funcionario del Departamento de Estado de
Estados Unidos en 1981).
El presidente es un demócrata progresista claro, sin ninguna relación con la URSS, pero la CIA que hizo caso omiso de la historia de Guatemala y del nacimiento del movimiento reformista de Arbenz, lo ignora con soberbia. Protege los intereses de la United Fruit Company, (UFCO, alias “la frutera” y “el pulpo”), una empresa bananera norteamericana introducida en Guatemala en 1904 que, gracias a privilegios otorgados en los tiempos de las dictaduras militares de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920) y de Jorge Ubico (1931-1944), se apoderó de carreteras, puentes, comunicaciones, bancos, de la única compañía ferroviaria y del único gran puerto al Atlántico, de los transportes marítimos y de los servicios públicos, constituyendo el centro neurálgico del país. La United Fruit interviene en todo aquello que toca de cerca o de lejos a las políticas del país, impone sus políticos fantoches y se arroga ventajas fastuosas. Por ejemplo, se exime virtualmente de todo tipo de impuestos “durante 99 años”, y posee más del 40 por ciento de las tierras cultivables, de las que no emplea más que el 5 por ciento. La exención de impuestos de la United Fruit Company y otros favores ilícitos son ganados en 1935 por un abogado miembro del consejo de administración de la firma Sullivan and Cromwell, John Foster Dulles, futuro secretario de Estado y hermano de Allen Dulles, futuro director de la CIA y también abogado de la misma empresa. Durante años, Allen Dulles viajará a Guatemala a expensas de la compañía frutícola.
El yugo monopolista de la United Fruit Co. (que también está implantada en Honduras, Costa Rica, Colombia, Nicaragua, Panamá y República de Ecuador) impuesto gracias a la corrupción de dictadores militares locales, dará al mundo la expresión “república bananera”.
La situación se mantiene hasta 1944, cuando la revolución guatemalteca de octubre, dirigida por un grupo de militares disidentes, estudiantes y trabajadores progresistas derriba la dictadura de Federico Ponce Valdés (julio-octubre de 1944) y la reemplaza por una junta de tres hombres (Jacobo Arbenz, Jorge Toriello y Francisco Aran), que convoca inmediatamente elecciones libres y democráticas. En diciembre de 1944, el escritor Juan José Arévalo se convierte en el primer presidente elegido democráticamente de Guatemala, e inicia inmediatamente una serie de reformas agrarias destinadas a terminar con el trabajo forzado de los jornaleros, implantado desde 1877, y favorecer la creación de una clase media de pequeños agricultores. Arévalo sufrirá un mínimo de 28 intentos de golpe de Estado, pero tiene el apoyo firme de su ministro de Defensa, el coronel Jacobo Arbenz y de la guardia presidencial.
La llegada al poder de Arbenz en 1951 empeora una situación ya tensa. Dos años después de su toma de funciones, de acuerdo con las conclusiones de informe de 300 páginas del BIRD, hoy Banco Mundial, sobre las condiciones económicas de Guatemala y las modificaciones urgentes a emprender para hacer de Guatemala un país capitalista moderno, el presidente Arbenz demanda la expropiación de todas las tierras en barbecho, que desea repartir entre los campesinos sin tierra, entre ellos 225.000 acres de tierras arables y no cultivadas de la UFCo. Arbenz propone compensar a la compañía frutera norteamericana pagando la tierra al precio que la propia compañía especifica en sus declaraciones fiscales, pero están enormemente reducidos para pegar menos impuestos y en lugar de los 3 dólares por acre que han declarado hasta entonces la compañía exige, y con ella el Departamento de Estado, 75 dólares por acre, y ni un céntimo menos.
Los grandes propietarios agrarios amenazados por las expropiaciones y la UFCo fomentando rebeliones estudiantiles, asesinando a líderes campesinos, y acusando a Arbenz de comunismo, exigían a Estados Unidos intervenir. En noviembre de 1953, el embajador estadounidense John E. Peurifoy, un anticomunista obtuso que cuenta en su haber con la manipulación de elecciones en Grecia, es nombrado en Guatemala para poner en marcha la mecánica del golpe de Estado tramado algunas semanas antes en los cuarteles de la CIA.
“El presidente [Arbenz] ha declarado que el problema en su país es el de la relación entre la Compañía Frutera y el Gobierno. Se ha metido en una larga disertación sobre la historia de la Compañía desde 1904; y se lamenta después de que no ha pagado impuestos al gobierno. Ha dicho que hoy, cuando el gobierno debe cumplir un presupuesto de cerca de 70 millones de dólares, la Compañía no contribuye a ello más que con aproximadamente 150.000 dólares. Esta suma se deriva exclusivamente de la tasa de un centavo por racimo de bananas exportado de Guatemala.
He interrumpido al presidente en ese momento para indicar que debía comenzar por el principio y que me parecía que, mientras los comunistas ejercieran su influencia sobre el gobierno, no tenía esperanzas de mejores relaciones. El presidente ha dicho entonces que había algunos comunistas en su gobierno, y que tenían influencia. A continuación ha lanzado su versión oficial, según la que estos comunistas son ‘locales’ (sin lazos con la Unión Soviética). Ha expuesto su antigua amistad con Gutiérrez y Fortuny (dos destacados comunistas), de los que ha declarado que son dos personas íntegras. Le he dicho que muchos países habían pensado tener a hombres íntegros en el pasado, pero que se habían dado cuenta demasiado tarde de que los comunistas habían tomado el poder.
Respondió que esto no podía producirse en Guatemala. Los comunistas no representan una amenaza para el país” (John Peurifoy en un telegrama al Departamento de Estado, 18 de noviembre de 1953). Peurifoy concluye su informe diciendo que Arbenz “piensa como un comunista, habla como un comunista, e incluso, si no es uno de ellos, servirá hasta que llegue otro”.
Dos meses más tarde, en enero de 1954, Peurifoy declaró a Time Magazine que “la opinión pública, en Estados Unidos, podría obligarnos a tomar algunas medidas para impedir que Guatemala caiga en manos del comunismo internacional”.
“La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y las opiniones de masas es un elemento importante de la sociedad democrática. Los que manipulan este mecanismo oculto en la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder de nuestro país” (Edward L. Bernays, Propaganda, 1928)
El control de la propaganda anti Arbenz está mantenido por tres entidades: la United Fruit Company, la administración Eisenhower y la CIA. La United Fruit Co. (que concentrará sus esfuerzos en Estados Unidos, mientras que la CIA se encargará de la propaganda en Guatemala) disponía desde hacia años ya de un arma formidable: Edward Bernays, sobrino estadounidense de Sigmund Freud, considerado “padre” de las relaciones públicas, experto en la manipulación de masas. La campaña de desinformación anticomunista que Bernays lanzará será de tal eficacia que servirá luego a la CIA de modelo contra Cuba y Vietnam.
Desde su llegada a las oficinas de la United Fruit en 1939, Bernays creía que para vender más bananas era preciso mitificar la región. Para ello, abrió la Middle America Information Bureau, oficina especializada en la “educación e información” sobre América Central para periodistas y, en último término, los consumidores estadounidenses.
“Yo escribía los artículos, uno tras otro, los repartía y eran enviados a publicaciones a través de todo el país. Yo no sabía gran cosa sobre América Central. Hice algunas búsquedas aquí y allá, pero la mayoría de las informaciones provenían de la United Fruit Company” (Samuel Rovner, periodista del equipo de Bernays).
El cuartel general del ataque anticomunista de Bernays, así como su red de publicaciones ya estaban operativos muchos años antes de la elección de Arbenz. En las notas que envía a Sam Zemurray, presidente de la UFCO, Bernays explica como quiere amplificar al máximo el rumor de una posible instalación del comunismo de forma insidiosa en el “patio trasero” de Estados Unidos, para presionar al gobierno norteamericano hacia una intervención militar. Diez medios escogidos, entre ellos el Reader’s Digest y el Saturday Evening Post, se encargaron de dar la señal de alarma de los “hechos” al mundo, cada uno desde un ángulo ligeramente diferente por necesidades de la “pluralidad de opiniones”. “En algunos casos, los artículos estaban redactados por miembros de sus redacciones. En otros, la publicación nos pedía proporcionarle un artículo, y por nuestra parte, encontrábamos el mejor redactor posible para encargarse de hacerlo”, escribiría más tarde Bernays.
Otros artículos aparecieron en el New York Times, el New York Herald Tribune y publicaciones liberales como The Nation, procurando de paso una gran satisfacción a Bernays, quien consideraba que el control de la opinión pública norteamericana pasaba esencialmente por la seducción del público de izquierda liberal. Todas estas publicaciones discuten doctoralmente, sin la menor precaución o la menor prueba, la “creciente influencia del comunismo en Guatemala”.
Mientras los periodistas sudan sobre sus máquinas de escribir en las redacciones de Nueva York o de Cincinatti, las eminencias editoriales tienen derecho al “tour” del amo. En junio de 1952 Bernays lleva a los editores de Newsweek, Cincinatti Enquirer, Nashville Banner, New Orleans Item y a un coeditor de Time, al editor para extranjero de Scripps-Howard, y representantes de United Press, San Francisco Chronicle, Miami Herald y del Christian Science Monitor a un periplo de dos semanas roborativo en el exotismo del paraíso capitalista y bananero de la UFCO. La aventura viril, “los gin-tonics y el White Label Scotch de Dewar a la sombra de terrazas tropicales, kilómetros interminables por los feudos privados cubiertos de jungla, los indios feroces, a veces amenazantes a veces sumisos, las botas los uniformes caquis, los caballos y las pistolas” (McCann). En su autobiografía, Bernays exhibe su buena fe: estos señores eran muy libres de ir, de venir, de ver todo y de hablar a quien quisieran, pero Thomas McCann, agregado de prensa de la UFCO, escribirá más tarde que la prensa “no veía más que una puesta en escena cuidadosamente preparada por el organizador de la expedición. El plan no tenia nada de objetividad. Y además, la propia invitación demandaba implícitamente concesiones, que eran subrayadas por la insistencia de Bernays y de la compañía en decir lo contrario”.
Por su parte, la CIA no descansa. Desde septiembre de 1952 está preparando una operación, la “PBFortune”, que prevé el asesinato de funcionarios del gobierno de Arbenz, de líderes sindicales y de otros personajes molestos (58 personas deben ser asesinadas, y otras 74 hechas prisioneras o exiliadas), una guerra psicológica a base de amenazas de muerte y actos de violencia gratuita contra el gobierno, la ayuda aérea del dictador nicaragüense Somoza y finalmente la toma del poder por un militar del ejército guatemalteco destituido de sus funciones por Arbenz, el coronel Carlos Castillo Armas. Como resultado de filtraciones que comprometían la seguridad de la operación, la “PBFortune” acabará en la papelera.
Con el asunto marchando demasiado lentamente para su gusto, Bernays cambia de marcha: moverá a fondo el motor del anticomunismo maccartista. Llegará a establecer una red de espías sudamericanos que serán la fuente de una “lista secreta de 100 autores/periodistas especialmente interesados en América central”, engendrando una auténtica paranoia anticomunista mediante falsas “filtraciones” y supuestas “exclusivas” como por ejemplo en 1954, una imaginaria transferencia de armas de la Unión Soviética a los comunistas de Guatemala a través de México DF. La United Fruit Co. no solo tiene a Bernays a su servicio, tiene en nómina a un lobbysta a quien los escrúpulos no molestan, Thomas G. Corcoran, consejero de Roosvelt, de quien su hijo Eliott dirá que “aparte de mi padre, Tom [Corcoran] es el individuo más influyente del país”. Para más seguridad, la United Fruit Co. Contrata también los servicios de otros dos expertos en relaciones públicas, el conservador John Clements y el ex asistente Secretario de Estado para Latinoamérica de Truman, Spruille Braden. La relación entre empresarios privados y líderes políticos es total. Las pasarelas entre unos y otros son tan numerosas que la United Fruit, una compañía privada agroalimentaria especializada en plátanos, y el gobierno USA son indisociables.
La United Fruit tenía envidiables conexiones con la administración Eisenhower. El Secretario de Estado John Foster Dulles y la empresa en la que había trabajado, Sullivan and Cromwell, habían representado durante mucho tiempo a la UFCO. Allen Dulles, patrón de la CIA, tenía su plaza en el consejo de administración. Ed Withman, director de relaciones públicas, era el esposo de Ann Withman, secretaria personal de Eisenhower. Withman había producido una película “Por qué el Kremlin odia las bananas”, que presentaba a la UFCO. En la primera línea de las trincheras de la Guerra Fría. El éxito de la empresa en evitar la toma de sus tierras por el comunismo internacional fue más tarde descrito como “la versión Disney del tema” por un representante de la UFCO. Pero los esfuerzos de la empresa merecieron la pena. Cubría los gastos de los periodistas que viajaban a Guatemala para aprender allí la opinión de la UFCO. “Sobre la crisis algunas de las publicaciones más respetadas de América del norte, incluyendo New York Times, New York Herald Tribune y New Leader, publicaron artículos a gusto de la compañía” (Walter LaFeber, The United States in Central America, 1993).
De esta forma, la opinión mundial se encontró bajo el fuego cerrado de artículos, panfletos, fotos, películas y dibujos animados, todos ellos emitidos por la United Fruit, el Departamento de Estado y la CIA, que narraban al unísono “el imparable ascenso de los soviéticos” en Guatemala.
John Moors Cabot, Secretario de Estado para Asuntos Inter Americanos y hermano de Thomas Cabot, ex presidente la United Fruit, declaró que “los tentáculos del Kremlin están ahora a la vista de todos”, en la Casa Blanca. Peurifoy lo superó: “No podemos permitir el establecimiento de una República soviética entre Texas y el Canal de Panamá”. La CIA no se queda atrás. En mayo de 1953, informa oficialmente de que la situación en Guatemala es hostil a Estados Unidos, que los comunistas ejercen una influencia desproporcionada con la debilidad de su número y en fin, que su influencia está destinada a crecer mientras el presidente Arbenz continúe en el poder. En 1954, John Foster Dulles da un puñetazo sobre la mesa en la conferencia de la Organización de Estados Americanos y exige una acción vigorosa.
En Naciones Unidas, Henry Cabot Lodge, senador representante de Estados Unidos, accionista de United Fruit y pariente cercano de Thomas y John Moors Cabot, bloquea una petición de ayuda de Jacobo Arbenz. La complicidad de Francia y de Gran Bretaña se intercambia con el silencio norteamericano sobre su presencia en el Canal de Suez, en Chipre y en Indochina. Los dictadores de Nicaragua, Honduras, Venezuela y de República Dominicana, todos aliados de Estados Unidos, lanzan sus propias campañas de desinformación y ofrecen campos de entrenamiento, estaciones de radio y aeródromos a los norteamericanos. Somoza, el dictador de Nicaragua, llegará a exhibir pistolas grabados con la hoz y el martillo supuestamente interceptados en un submarino que se dirigía hacia Guatemala. La operación, con el nombre en clave de Washtub, preveía el descubrimiento por unos pescadores (en realidad, hombres de Somoza) de reservas de armas supuestamente escondidas por Arbenz en Nicaragua.
Somoza hablará de un submarino fotografiado, pero se negará a mostrar los clichés. La historia se trata en los medios guatemaltecos, incluso con la mejor voluntad del mundo, nadie lo cree.
En Guatemala, la UFCo. recluta a un arzobispo, Mariano Rosell Arellano, quien denuncia los “manejos comunistas” en una carta pastoral; treinta aviones de la CIA repartirán ejemplares fotocopiados a lo largo del país. Los medios guatemaltecos están igualmente de su parte, y, en aquella época, se reducen a dos áreas: prensa y radio. Los dos medios, por la fuerza de las circunstancia se dirigen solamente a la mitad de la población, estando la otra mitad formada por indios mayas que no hablan español ni ingles. Por suerte para la CIA, es la parte “culta” la que tiene las riendas del país, y de ella proceden las dos capas sociales fundamentales en las políticas de América latina: los estudiantes y el ejército.
La CIA planifica una operación de propaganda de seis componentes: un semanario anticomunista para estudiantes, “El Rebelde”, bajo control total de la CIA proporciona el apoyo del primer componente. Sus temas serán reproducidos por el segundo componente, una radio clandestina emitiendo desde una granja lechera (Operación Sherwood), la “Voz de la Liberación”; el tercero consistirá en una cabecera de prensa general en donde la CIA pueda meter artículos que discutirán los temas de la publicación y de la radio, siempre bajo una perspectiva anticomunista. El cuarto reúne a los jefes anticomunistas de asociaciones de trabajadores, el quinto distribuye pequeños objetos religiosos entre los indios y el sexto agrupa a las asociaciones de propietarios agrícolas. Al igual que los líderes de las asociaciones de trabajadores, estos últimos serán encargados de convencer a los dudosos y desmoralizar a la oposición.
Tal vez sea la radio el único logro obtenido por la Operación PBSuccess. Los estadounidenses dominan el campo de los medios y en esta atmósfera de redacción febril, de palabras pomposas empleadas por su impacto emocional y música escogidas para exaltar, subir la moral y seducir a su auditorio, están en su elemento. Tres animadores guatemaltecos (dos hombres y una mujer), bajo la dirección de un editor de prensa estadounidense, David Atlee Philips, se turnan al micrófono para encadenar odas a la bravura de los soldados “que combaten contra la hidra comunista”, llamadas al patriotismo, la voz calurosa de su animadora que convoca a “las mujeres católicas, esposas y madres, a mantener a sus maridos alejados de los sindicatos, auténticos nidos de víboras” y otras pamplinas. La empresa marcha muy bien en ese país aislado del mundo, tanto más en cuanto los productores saben alternar las exhortaciones y los reproches con música popular guatemalteca, éxitos americanos de moda y chistes sobre los comunistas y el equipo gubernamental de Arbenz. La radio comienza su emisión el 1 de mayo de 1954. Cerrará el 2 de julio de 1954, tras dos meses de emisiones.
Desde mayo de 1953, el presidente Eisenhower dió su conformidad para la preparación de un golpe de Estado en Guatemala; Carlos Castillo Armas, con 150 o 200 hombres entrenados por la CIA, se mantenía en Honduras a la espera de la luz verde de Washington, cuando la noticia de la llegada de un carguero con armas checas a Puerto Barrios en mayo de 1954 encendió la mecha. La prensa bascula en la histeria, y Eisenhower da la orden de pasar a la acción. El 18 de junio de 1954, Castillo Armas y su tropa entran en Guatemala. Las relaciones públicas nunca se quedaron dormidas. Desde el arranque del golpe de Estado, la oficina de prensa de la United Fruit ofrece actualizaciones regulares sobre los combates. En su cuartel general de Boston, los periodistas siguen las hostilidades puntualmente.
Al cabo de nueve días de ataques embarullados de Castillo Armas, de sucesivos fracasos y acciones caóticas de la CIA, y por razones que quedan oscuras, Arbenz, que sin embargo mantenía una posición ventajosa, se hunde y capitula. Contra toda suposición, el golpe de Estado llegaba a su fin.
Desde el éxito de la Operación, Frank Wisner, director de la Office de Policy Coordination (OPC, una rama de la CIA especializada en acciones psicológicas y paramilitares) desea reforzar la imagen triunfal de la CIA en el Congreso y envía agentes a Guatemala para desenterrar las pruebas de una relación entre el antiguo gobierno Arbenz y los soviéticos, así como algún “comunista” al que corromper. En la mente de Wisner se trata por una parte de demostrar de la manera más evidente las “maquinaciones soviéticas” en el patio trasero de Estados Unidos, América central, y por otra parte encontrar comunistas “a quien controlar y utilizar a favor de Estados Unidos y de sus intereses”.
Entre los más de 150.000 documentos encontrados en las dependencias del gobierno Arbenz tras su saqueo por la Junta de Castillo Armas, los agentes de Wisner no encontraron más que algunos libros marxistas, documentos chinos sobre las reformas agrarias, páginas de una biografía de Stalin, pruebas de intentos de comprar armas a Italia por parte de Arbenz y algunas cartas demostrando “una fuerte tendencia pro-comunista”. Ningún lazo con el Kremlin y ningún comunista que “corromper”.
Aunque haya sido tergiversada por la propaganda, por una prensa servil y una cohorte de dictadores aliados, la Operación PBSuccess estará a punto de fracasar debido a una fuerza de intervención ridículamente pequeña y una inverosímil sucesión de acciones precipitadas, improvisaciones sobre la marcha y líos debido al amateurismo de la CIA y sus marionetas locales. Castillo Armas, uno de los más incompetentes jefes militares, estuvo a un dedo de la derrota.
La operación triunfará solamente a causa del extraño hundimiento psicológico de Arbenz. Según algunos observadores, la situación matrimonial de Arbenz, que acababa de descubrir el adulterio de su mujer, hubiera sido el catalizador. Para otros, Arbenz, asustado por un rumor de la CIA, según el que los norteamericanos preparaban una ofensiva de gran amplitud, dimitiría para evitar un baño de sangre en su país; según otros, Arbenz temería que los problemas dieran alas a oficiales de su entorno ambiciosos, y hubiera preferido rendirse que morir asesinado. Es incomprensible que un coronel de un ejército de América central, acostumbrado a estos complots e intentos de golpes de Estado que marcaban la vida cotidiana de las repúblicas bananeras de los años 50, haya podido hundirse ante un ataque tan anárquico y torpe.
Allen Dulles no dudará en considerar a PBSuccess como un logro y hacer de ello el modelo de las siguientes intervenciones “secretas” de Estados Unidos Algunos años más tarde, ello llevaría a la CIA a la operación más catastrófica de su historia, la debacle de Bahía Cochinos.
En 1955, Castillo Armas se reúne con el vicepresidente de Estados Unidos, Richard Nixon, que le pide lo que estos quieren que haga, y lo hará. Lo que quieren Estados Unidos es el fin del “comunismo” en Guatemala. Castillo Armas se sumerge en una represión absurda desde todos los puntos de vista: el derecho de voto de los analfabetos queda anulado, la ley agraria de Arbenz también, las tierras entregadas recientemente a los campesinos vueltas a recuperar por la fuerza, el comunismo se hace causa de muerte, centenares de personas “desaparecen”, arbitrariamente presas sin posibilidad de apelación o comunicación con el exterior.
El resentimiento crece rápidamente y en 1960 estalla una guerra civil. Durará treinta cinco años, décadas durante las que los norteamericanos apoyarán a los dictadores a sus milicias gubernamentales contra los rebeldes, en su mayoría indios mayas. A día de hoy, los escuadrones de la muerte guatemaltecos apoyados por Estados Unidos, son responsables de la muerte de 200.000 personas.
Pero uno de los rebeldes, un joven argentino presente en Guatemala en el momento del golpe, escapa a las persecuciones. La ingerencia de la que ha sido testigo le radicalizara hasta llegar a ser uno de los más grandes iconos de la izquierda revolucionaria sudamericana y una de las peores pesadillas de Estados Unidos: Ernesto “Che” Guevara.