En 1953 el franquismo publicó un decreto contra las “alimañas”, o sea, contra especies animales, aves y reptiles que hoy consideramos como merecedoras de protección, organizando en cada provincia una “junta de extinción” para exterminarlas. En sus 29 años de funcionamiento las Juntas mataron oficialmente a 4 millones de “alimañas”, entre ellas lobos, pero también zorros, águilas, linces, osos o búhos.
“Hay que exterminar al lobo”, titulaba en 1974 el diario fascista “Pueblo” porque -según decía- una loba había matado a dos niños en una aldea de Ourense. Aquel suceso desató el pánico. Los aldeanos llegaron a fabricar jaulas para resguardar a sus hijos de los depredadores mientras ellos se iban a trabajar al campo. Fue el último de una serie de episodios de histeria colectiva contra el lobo en Europa.
El exterminio fascista del lobo fue uno de sus tantos exterminios fallidos. Sólo cinco años después, en 1979, el Convenio de Berna, firmado por 47 países europeos, prohibió las matanzas de lobos. Hasta entonces se remuneraban las matanzas de este depredador; a partir de entonces lo que se remunera son las matanzas de ganado que los lobos llevan a cabo.
Aquella década del siglo pasado marca, pues, una frontera en la leyenda de las relaciones entre los hombres y los lobos. Entonces al lobo se le tenía por erradicado de Europa. Parecía el fin de un problema (porque el lobo era considerado así, como un problema).
Pero la desaparición de los lobos tiene orígenes mucho más remotos, que hay que buscar en la expansión del capitalismo en el campo. En Inglaterra fue exterminado a principios del siglo XVI, en Escocia en 1684 y en Irlanda en 1710. La explicación es más económica que biológica porque los ecosistemas también muestran una cierta dependencia del modo de producción. El exterminio de los lobos proporcionó al Reino Unido e Irlanda una ventaja competitiva en la cría de ganado ovino. Menos lobos suponían más ovejas y, por lo tanto, más lana.
Además, la necesidad de madera redujo drásticamente las zonas forestales, por lo que al lobo le quedaron muy pocos hábitats para subsistir. El animal lo tenía todo en contra. Competía con los cazadores y se le consideraba como una plaga porque, lo mismo que los perros, podía transmitir la rabia.
Finalmente, la escasez de herbívoros silvestres obligó a los lobos a nutrirse del ganado doméstico, otro motivo de competencia que estimuló aún más su exterminio. Su cabeza disecada es un trofeo “de guerra” que aún sigue adornando muchas viviendas. No obstante, las batidas (“monterías”) de lobos son un caso extraño en la historia porque desde el siglo XVI la caza estaba restrigida a la nobleza. Eran la única forma de caza autorizada a los pobres.
A medida que durante la desamortización los montes se privatizaron a comienzos del siglo XIX, sobre ellos se crearon los primeros cotos de caza, propiedades en manos de la aristocracia. Las “alimañas” depredaban las poblaciones de interés cinegético (conejos, perdices, liebres, codornices, etc.) y el Estado se puso al servicio de su clase, la de los propietarios de cotos privados, autorizando la caza de alimañas para favorecer la otra caza. El Estado ponía el dinero público al servicio de los intereses estrictamente privados de ganaderos y propietarios de cotos.
Es más, ellos eran los miembros que formaban parte de las “juntas de extinción”. A mediados del siglo XIX el lobo había desaparecido de la mayor parte de Europa occidental. En Suiza, el último fue abatido en 1872. Por aquella misma época desapareció también de Bélgica y Alemania, después de haberse refugiado en los bosques de las regiones de las Ardenas y Renania.
En Francia el exterminio fue sistemático. El último fue tiroteado en 1937, aunque con cierta regularidad solían aparecer ejemplares muertos.
El depredador se mantuvo en aquellos países en los que el feudalismo perduró durante más tiempo, en Europa central, oriental y en el sur, donde el desarrollo industrial fue más débil o más tardío. En esas regiones los lobos se mantuvieron hasta el siglo XX, aunque las poblaciones decrecieron de manera ostensible.
La Ley de Caza de 1879 fomentó el envenenamiento masivo de los municipios durante días. Para evitar intoxicaciones accidentales se daban a conocer a los vecinos a través de bandos municipales. En el siglo siguiente la estricnina se hizo famosa en las zonas rurales.
Los lobos fueron perseguidos por los alimañeros, que se ganaban la vida “limpiando” los montes de lobos con lazos, cepos, trampas, jaulas y veneno. Eran una especie de “cazarrecompensas”, un oficio rural que se prolongó hasta bien entrada ya la década de los setenta del siglo pasado.
La Ley de Caza de 1970 siguió con la costumbre ancestral de subvencionar las matanzas de lobos. En las zonas rurales, que eran la mayor parte de la península, también había muchos aficionados que paliaban el hambre y la miseria con matanzas de todo tipo de animales y aves silvestres. El precio variaba en razón de la pieza. El lince se pagaba a 4 pesetas, mientras que el lobo estaba mucho mejor remunerado: entre 700 pesetas el macho y 1.000 pesetas la hembra.
En España, que había tenido las más importantes manadas de lobos, sobrevivieron unos 500 ejemplares. El último censo fiable, que data de 1988, estimó una población de entre 1.500 y 2.000 ejemplares arrinconados en las sierras del noroeste, principalmente en Zamora y León.
Pero el lobo ha vuelto como consecuencia de varios factores económicos. Los seres humanos han abandonado los montes y campos. La agricultura y la ganadería están en retroceso y el bosque se está recuperando. Gracias a ello las poblaciones de lobos se están incrementando a un ritmo del 17 por ciento anual.
Vienen del este de Europa a través de Polonia y se establecen en los países más industrializados como Alemania, Holanda o Francia. En diciembre de 2012, se descubrió una manada con cachorros procedentes de Europa del este a unos veinte kilómetros al sur de Berlín.
En Francia en noviembre de 1992 se observó por primera vez el regreso de los lobos a los Alpes. Eran ejemplares procedentes de una población italiana originaria de Génova, Florencia y Bolonia. Las manadas están repartidas en 29 regiones diferentes del país galo.
El lobo ha vuelto, además, como un problema político. En primer lugar, porque el Convenio de Berna no lo considera como una especie en vías de expansión, sino de extinción, y prohíbe las matanzas. En segundo lugar, a los ganaderos se les indemniza por las pérdidas de ganado que los lobos causan. La Generalitat de Cataluña paga 95 euros por un cordero de menos de un año y 2.150 euros por una vaca adulta. En algunos países también se habilitan fondos para la adquisición de mastines y el tendido de cercados eléctricos.
Un siglo después de su desaparición se han vuelto a ver lobos en Cataluña. Proceden de los Abruzzos italianos y se han empezado a asentar en el Pirineo, después de haber atravesado los Alpes en una emigración que ha durado dos décadas. En 2011 se acercaron a 40 kilómetros del centro de Barcelona. El número de cabezas de ganado que han matado se aproxima al centenar.
Los lobos constituyen un peligro para las ovejas, cabras, jabalíes, ciervos y venados. En las zonas afectadas por su regreso, para proteger a su cabaña los ganaderos tienen que tomar medidas que tenían olvidadas, porque desde hace décadas ni cercan el ganado por las noches, ni utilizan mastines para su cuidado.
El retorno ha reavivado las tensiones con los ganaderos, que algunos sitios han vuelto a las matanzas. En Europa han causado la muerte de 5.848 cabezas de ganado. En Castilla y León los lobos mataron en 2007 a 1.296 reses y al año siguiente a 2.859. El año pasado [2012] su depredación costó casi 12 millones de euros en ayudas públicas y compensación de pérdidas.
Por el contrario, el lobo no representa ningún peligro para los seres humanos. Huye ante su presencia. Sin embargo, inspiran un miedo ancestral que está presente en los relatos fantásticos de terror, como el del “hombre-lobo” o el lobo feroz del cuento de Caperucita Roja.
El año pasado [2012] el diario “La Opinión” de Coruña (24 de marzo) dejaba constancia de la reaparición de los lobos en los montes de Galicia, a los que calificaban como “no autóctonos”. Algunos aldeanos decían haber visto sueltas de lobos criados por el hombre. El reportaje también ponía de manifiesto el clima de miedo. Según los vecinos, los nuevos lobos se comportan de manera diferente a los que había hace años, por lo que en algunas aldeas los denominan “lobos mixtos”. Los lobos autóctonos, “genuinamente gallegos”, se han criado en el monte, en libertad, no son tan agresivos hacia los perros de caza ni hacia las personas y es muy raro que se acercaran a una zona poblada. Por el contrario, los lobos avistados en los últimos años se acercan a menos de 200 metros de las casas y a los contenedores en busca de comida.
En mayo del año pasado [2012] la Asociación de Agricultores y Ganaderos de Guadalajara informó de que los lobos habían reaparecido en la provincia, registrando tres ataques en la zona de Atienza, en los que mataron a más de diez ovejas. Luego, en octubre “El País” saludaba el retorno de los lobos a la sierra de Guadarrama, a 100 kilómetros de Madrid, y los calificaba como “ibéricos”. Los lobos, decía el periódico, habían llegado para quedarse.
Antes la frontera del lobo llegaba al río Duero; ahora está en Madrid. Es una especie en vías de expansión, por lo que volverán los alimañeros. En Asturias ya han vuelto a autorizar la caza del lobo en el parque de Picos de Europa.