Nicolás Bianchi
La llamada y ungida Transición española de la dictadura a la democracia es un jeroglífico. O una esfinge que propone acertijos. Es un periodo que no está desclasificado. Vivimos enlodados por causa de aquellos barros. Todavía tenemos que oír que fue el Rey Juan Carlos el motor de la Transición. O Suárez. Para el militar M. Fernández Monzón, capitán a la sazón en Contrainteligencia y luego en el SECED (luego CESID y ahora CNI vistiendo a la mona de seda, mona se queda), todo estuvo diseñado por la Secretaría de Estado y la CIA, y ejecutado, en gran parte, por el SECED con el conocimiento de Franco, Carrero Blanco y pocos más. Así lo declara -y no en plan unabomber- el veterano periodista de investigación Alfredo Grimaldos, autor del libro publicado hace ya unos años titulado «La CIA en España». Si las nuevas embestidas irracionales del creacionismo contra el evolucionismo darwiniano hablan de «diseño inteligente» para explicar el origen del Universo, en el caso de la Transición española estamos ante un diseño -o chapuza- inteligente perfectamente racional y/o calculado. Para el autor la Transición se pergeñó en la sede central de la CIA. Se comienza a fraguar en 1971, tras la visita del general Vernon Walters y culminará con la restauración (la II) monárquica. Había que dejarlo todo atado y bien atado a la muerte del Generalísimo. Para eso el Estado Mayor del Ejército podría siempre acogerse al artículo 37 de la Ley Orgánica del Estado que le otorga el papel de garante de la integridad territorial. Eso era lo «legal» entonces. Como ahora lo es el artículo octavo de la Constitución de 1978, que se inspira, casi literalmente, en el anteriormente citado. Ha habido constitucionalistas, nada sospechosos de «rojerío» compulsivo, que tildaron la Constitución vigente como la «Octava Ley Fundamental del Movimiento», pues la «nueva» legalidad asume la «vieja» y no la deroga. De una «legalidad» fascista se salta -como saltimbanquis- a una «legalidad» democrática como por ensalmo o áteme usted esa mosca por el rabo.
Obviamente, sería una simplificación pueril, ni la CIA por sí sola ni el Ejército por sí mismo ni la colusión de los servicios de inteligencia de ambas bandas armadísimas podrían lograr una Transición (lo ponemos con mayúscula por respeto a la ortografía) «pacífica y modélica» sin la colaboración necesaria de una oposición domesticada y unos partidos políticos entreguistas. El SECED (creado por Carrero) expide en 1974 los pasaportes que permiten a Felipe González y su banda del «clan de la tortilla» -aunque el bien informado periodista Gregorio Morán aduce no constarle este dato- ir a Suresnes (al sur de Paris) donde, cuenta Fernández Monzón, «había más policías y miembros de los servicios secretos que socialistas». Pero no precisamente por controlar las actividades de «peligrosísimos socialistas». Hoy no hace falta: les sacan en las televisiones parloteando.
¿La Transición? Si acaso una voladura controlada del franquismo. Como las Torres Gemelas, otra demolición controlada (demolition controlled): Voilà c’est fait.