La gigantesca protesta, en la participaron uno de cada ocho hindúes, estaba dirigida contra la política económica del Primer Ministro, Narendra Modi, que quiere privatizar los servicios públicos.
Los sindicatos exigían que el gobierno garantizara la seguridad social y la protección de la salud para todos los trabajadores.
Como tantos otros países, la India es una país cuya imagen está absolutamente deformada por el “efecto lupa” de las grandes cadenas de intoxicación, que siempre muestran determinado tipo de información y siempre silencian las de otro tipo. Se trata de crear el mito de que ya no hay ni clases sociales, ni luchar de clases.
India es el típico país en el que no existe movimiento obrero ni revolucionario porque nadie habla de ellos. Las agencias de prensa sólo se refieren a ella para relatar la pobreza, las enfermedades, el pacifismo gandhiano, los desastres ecológicos y los tipismos folklóricos y religiosos.
No existen noticias tales como la lucha sindical en India contra el trabajo precario en la industria de la automoción, una campaña iniciada el viernes en Chennai, Bengaluru y Pune.
El lector se puede quedar sorprendido al enterarse de que el 28 de febrero de 2012, hace muy pocos años, los 11 sindicatos de ámbito nacional convocaron una jornada de huelga junto con 50.000 sindicatos más pequeños que agrupan a 100 millones de trabajadores.
Como en cualquier otro país, la actuación sindical no es lo que parece y buena parte de las movilizaciones tratan de contener un movimiento obrero que crece y se desarrolla a pasos agigantados, sobrepasando los estrechos cauces sindicales en los que quieren encajonarlos.