De los miles de millones recaudados por las grandes organizaciones benéficas multinacionales, la trazabilidad suele verse comprometida por su condición de organizaciones filantrópicas. Las exenciones fiscales les protegen del escrutinio, aunque a veces recauden más dinero que la facturación de las grandes empresas multinacionales. En Estados Unidos, esta normativa fiscal se conoce como Ley 501. En la República Democrática del Congo (RDC), el estatus de ONG, y la exención fiscal que lo acompaña, es concedido por el Ministro de Finanzas y validado por el Ministro de Planificación. La ONG puede entonces actuar en el marco de un decreto ministerial que le otorga prerrogativas aún más amplias que las de un diplomático. Este modelo puede extrapolarse a casi cualquier nación con parámetros similares a los de la RDC. Una vez firmado el decreto ministerial, el derecho de supervisión nunca se ejercerá en la práctica.
Hay dos áreas en las que las organizaciones benéficas están trabajando duro: la comunicación y el marketing para crear nuevas estrategias de recogida de donaciones. No en vano, los directivos de estas grandes ONG proceden de las mejores escuelas de negocios y no de las ciencias duras o las humanidades. En términos de comunicación, su distribución es necesariamente la de los títulos más populares.
La Reserva Faunística de Okapi (RFO), en la provincia de Ituri, al noreste de la República Democrática del Congo (RDC), es una de las mayores del mundo: 13.000 kilómetros cuadrados. También es una de las regiones más ricas del mundo en recursos mineros. Sin embargo, la prensa de las grandes metrópolis llama a realizar donaciones, a pesar de no mencionan a los beneficiarios. RFO es un nombre genérico, no el de una entidad legal.
El llamamiento publicitario hace referencia a una misteriosa organización de representantes de la sociedad civil, “Alerta congoleña por el ambiente y los derechos del hombre” (ACEDH). La RFO laa dirige, desde hace treinta años, a la fundación estadounidense Wildlife Conservation Society (WCS), que nunca se mensiona en la publicidad, y que trabaja en estrecha asociación con Usaid.
Su recinto está en el pueblo de Epulu. Si la ACEDH está totalmente ausente sobre el terreno, lo que abunda son las graves violaciones de los derechos humanos, las vejaciones a las poblaciones indígenas, el hambre de los niños, la fiebre tifoidea y el paludismo endémicos, todas ellas consecuencias del empobrecimiento forzoso de las familias, bajo la gobernación de facto de la WCS. Son enfermedades prevenibles y tratables fácilmente, pero no se distribuyen antimaláricos ni antibióticos.
Las quejas se están organizando. A cambio de los sacrificios para proteger el “pulmón del mundo”, las poblaciones no reciben nada. La despigmentación del cabello de los niños es uno de los signos de desnutrición. Es imposible ignorarlo. Las poblaciones no disponen de generadores, y si los tienen, funcionan con muy poco tiempo. No hay ninguna práctica médica. En treinta años, la WCS no ha considerado oportuno crear un hospital permanente con las decenas de miles de millones de dólares recaudados cada año. Ni siquiera un campamento. No hay infraestructura de agua potable, ni posibilidad de desarrollo económico. El escaso intento de sobrevivir mediante el lavado artesanal de oro suele estar criminalizado y, de hecho, sometido a la compañía, a menudo mortal, de los grupos rebeldes que infestan la provincia.
Por si fuera poco, el comportamiento neocolonial de la WCS ha llevado a la prohibición de una ONG como Acción contra el Hambre (ACF) en el territorio que “gobierna”, cuyo representante en Mombasa, a 75 kilómetros de Epulu, es considerado persona non grata por los funcionarios de la WCS.
La consigna es no ayudar a las comunidades. Aunque en la página de la ACHDH se habla de la identidad de género y del medio ambiente, no son prioridades en el tejido social y económico de la provincia. Cualquiera que esté dispuesto a interactuar con las comunidades sobre temas reales (la situación de los niños, el trabajo, la salud) será castigado con una medida de confinamiento en el recinto. Es un mundo completamente cerrado, con normas extraterritoriales, en el que puede ocurrir cualquier cosa.
La sociedad civil de Epulu está atrapada entre, por un lado, una fundación estadounidense, con una agenda dictada por donantes muy politizados, el 80 por cien de los cuales son votantes del Partido Demócrata, y, por otro lado, la metástasis de las milicias paramilitares, esencialmente Mai Mai. Dos mundos en extremos opuestos del espectro, ambos igual de dañinos. En octubre de 2020, bajo la presidencia de Trump, la WCS vio cómo se le retiraba una donación de 12.000 millones de dólares, al igual que a la World Wild Fundation (WWF), debido a las acusaciones de violaciones de derechos humanos en Asia y África. La violencia ejercida contra los “cazadores furtivos”, personas que han vivido de la caza durante milenios. Los malos tratos y el trato degradante se han reanudado desde entonces, al menos según los testimonios que hemos podido recoger.
El fanatismo no se traduce en una inversión en lo que sería su razón de ser. No se ha invertido en conservación. De los miles de millones recaudados por la WCS, 13.000 millones este año, ni un laboratorio de registro de la biodiversidad, ni un especialista en deforestación, ni un botánico, ni un biólogo, ni un etólogo. Ni un médico, ni siquiera para el pequeño equipo de expatriados de menos de una docena de personas. No podría haber investigación científica, porque ni siquiera hay una base viva. Tampoco hay un generador, aunque sólo sea para garantizar las comunicaciones y la conservación de los alimentos.
La rotación de la repatriación médica también es totalmente anormal para el personal que está acostumbrado a las situaciones más extremas. Fiebre tifoidea, meningitis, lombrices de Cayor, la pequeña compañía de aviación, MAF, la única autorizada a entrar en el “territorio WCS” está acostumbrada a traer los restos del recinto. Hay que señalar que la fundación tiene cuidado de que no haya estadounidenses trabajando en ese entorno. Los europeos, franceses o asimilados y británicos, forman el grueso de los recursos humanos. Curiosamente, el contrato se redacta para todos desde Kigali, Ruanda, a pesar del clima de guerra latente entre ambas naciones.
Si MAF es una empresa por encima de toda sospecha, hay otra que intriga a una fuente de inteligencia en Goma por sus aterrizajes en pistas de monte, infestadas de grupos rebeldes. Es cierto que el artículo 39 de la Ley sobre las ONG en la RDC prevé “la exención de derechos sobre la importación de bienes y equipos relacionados con su misión [de las ONG]”, pero también “el derecho a utilizar equipos y frecuencias de radio y, sobre todo, la aplicación de procedimientos simplificados ante la Oficina de Control congoleña”. La reserva de Okapis tiene reservada otra sorpresa. Nadie ha visto nunca un okapi allí. Los únicos okapis que se ven son los que fueron puestos en cautiverio, para que no pudieran huir ante la incursión del dirigente de la milicia Mai Mai, alias “Morgan”, en 2012. En la actualidad, en aras de su comunicación, la dirección del sitio está estudiando la posibilidad de traer okapis tomados de zoológicos de todo el mundo, para volver a ponerlos en cautividad.
Lo que interesa a la WCS, su verdadera obsesión, está a menos de 200 kilómetros al este. La mina de oro Muchacha es propiedad de la empresa china Kimia Mining Investment SARL, bajo la concesión de un ciudadano chino, Lin Hao. Se dice que los chinos tienen conexiones con grupos rebeldes, pero también relaciones con miembros de las Fuerzas Armadas de la RDC que probablemente sean demasiado buenas para ser verdad. El uso de maquinaria de drenaje prohibida por el convenio internacional sobre la extracción de oro y, en última instancia, el vertido de mercurio en el río Epulu, visible a simple vista, forman una grave lista de agravios, aunque el nivel de trato al personal haya mejorado con el tiempo y sea ahora superior al de la WCS.
Pero esta no es la verdadera preocupación de la WCS. De hecho, la fundación nunca ha intentado evaluar la calidad del agua. Su problema es que es chino y no anglosajón. El comunicado de la misteriosa organización de representantes de la “sociedad civil”, que nadie ha visto nunca en Epulu, pide “al gobierno de la RD del Congo que revoque la concesión minera otorgada a una empresa china”.
¿Qué hacen con el dinero recaudado durante estas grandes misas en las que se chorrean cheques con ocho ceros? La otra cuestión, no menos importante, es si los donantes son conscientes de la situación sobre el terreno. No se trata necesariamente de un caso de malversación de fondos, sino quizás de blanqueo de dinero, o incluso de utilizar la fundación como vehículo para un proyecto que no está en su mandato oficial.
La cuestión de la opacidad de las ONG va más allá del ámbito de la conservación. Es un paradigma aplicable a muchas organizaciones benéficas multinacionales. Goma está surcada por jeeps blancos con los logotipos de las mayores ONG del mundo, las que llevan décadas recaudando los fondos más espectaculares sin que nadie se moleste en saber qué pasa con el dinero. Los habitantes de la capital de Kivu del Norte están acostumbrados al desfile de estos vehículos, que a menudo transportan expatriados. Goma es al negocio de la caridad lo que la Avenida Montaigne [París] es al lujo, el escaparate necesario para vender. La transacción consiste en vender una buena intención, como una indulgencia. Pero el regalo va y se queda con la entidad. Los que las ONG han conceptualizado como “beneficiarios”, rara vez ven el dinero.
La terraza del Serena, un hotel de cinco estrellas con una impresionante vista del lago Kivu, reúne cada mañana a los directores regionales de las grandes ramas profesionales de la caridad. Su aspecto es el de la pobreza y el veganismo, pero en la conversación, los temas giran en torno a las estrategias de concienciación para recaudar mejor los fondos, y no a las operaciones en línea con la misión declarada. Aquella para la que han sido autorizados a operar.
Los jeeps de la ONG “Save the Children” atraviesan Goma en medio de manadas de niños con múltiples dificultades. Ninguno de estos pequeños “beneficiarios” puede atestiguar ninguna acción concreta que haya cambiado su vida en lo más mínimo, aunque sólo sea un acto personal de generosidad de uno de estos profesionales de la caridad. Es cierto que estos cooperantes parecen temer la calle y rara vez se bajan de sus 4×4.
Las autoridades congoleñas han desarrollado una forma de insensibilidad debido a la costumbre de la representación excesiva de las ONG. Sin embargo, el uso de la marca país, unido a la pobreza estructural, empieza a generar cierto prurito. Viajar en estos jeeps suscita a veces una inquietante hostilidad. La falta de impacto sobre el terreno podría llevar a exigir un mayor control sobre el papel de estas entidades, las facilidades fiscales que se les conceden y el marco legal en el que operan.
Teresita Dussart https://www.francesoir.fr/monde/ong-gigantesque-machine-lever-des-fonds-cheval-de-troie-strategique-impact-invisible-le-cas