Se trata de una organización muy pequeña típicamente takfirista, es decir, que no reconoce a los musulmanes como una comunidad unificada, por lo que apela a la lucha contra otros musulmanes, especialmente chiítas, y ha convertido a la población civil, incluidos los sunitas, en objetivo militar de sus ataques, lo que ha dado lugar a conocidas y estremecedoras matanzas en masa, ampliamente divulgadas en los medios. El propio jefe de Al-Qaeda, Al-Zawahiri, tuvo que entrevistarse con los dirigentes del Califato para que cesaran las matanzas de chiítas.
Que los chiítas se hayan convertido en su objetivo militar se explica porque fueron quienes asumieron las riendas del Estado tras la retirada de los imperialistas en 2011, su victoria electoral y su subsiguiente política de marginación -por decirlo de una manera suave- de las minorías irakíes, especialmente en el norte del país. La culminación llegó cuando el presidente chiíta de gobierno Nuri al Maliki expulsó al vicepresidente sunita Tariq al Hashemi, que tuvo que huir a Turquía y fue condenado en rebeldía por «apoyar al terrorismo».
Desde el primer día los imperialistas han promocionado esa política sectaria, ya que fueron ellos quienes después de la invasión dividieron a Irak arbitrariamente en tres regiones diferenciadas: la kurda, la sunita y la chiíta. Hasta la retirada de 2011 su propósito ha sido siempre el de mantener la inestabilidad política, un objetivo que coincide exactamente con la situación internacional en todos los puntos calientes del mundo, desde Ucrania a Centroáfrica, no sólo porque la confusión habilita acciones criminales, como el derribo de tres aviones de pasajeros en un plazo muy breve de tiempo, sino porque es la antesala de la próxima guerra mundial.
Las mutuas matanzas expresan la política escisionista del imperialismo en Oriente Medio, favorecen su dominación y su presencia en la región y, finalmente, desarrollan el sectarismo religioso hasta tal punto que han logrado dividir a los propios sunitas, consecuencia lógica de un grupo minoritario que unilateralmente se constituye a sí mismo como Califato, es decir, como Estado, lo cual ha engendrado una espiral ya que, Estados Unidos, ha reaccionado poniéndose en contacto con otras milicias de la resistencia a fin de que dejen de combatirles a ellos y traten frenar al Califato.
Bajo el gobierno de Al Maliki, el ejército irakí, creado, sostenido y entrenado por los imperialistas, demostró su artificiosidad. Sus acciones incrementaron el descontento, especialmente entre las minorías del norte del país hasta el punto de que en algunas poblaciones las milicias del Califato fueron recibidas como libertadores. La propaganda imperialista está haciendo el resto, al poner al EIIL en primer plano, bien por sus crímenes, bien por sus rutilantes victorias militares, como la toma de Mossul, la segunda ciudad en importante de Irak, «defendida» por 30.000 soldados del ejército irakí que la abandonaron sin combatir.
El EIIL parece así como una gigantesca fuerza militar, de la que se ignora su origen, su armamento, su financiación y su reclutamiento. Incluso parece la única fuerza militar en el norte de Irak, en donde hay otras milicias mucho más potentes, como los antiguos baasistas o el Mando Supremo para la Yihad y la Liberación, una coalición de 23 organizaciones armadas encabezados por el «Ejército de los Hombres de Orden Naqshaband» de Ansar ul Sunna.
Pero la propaganda imperialista no admite situaciones complejas; por eso para los medios no existen otras acciones más que las del Califato, cuanto más truculentas, mejor, porque se trata de poner la barbarie en primer plano, es decir, de inculcar que la resistencia a los planes de imperialismo tanto en Oriente Medio como en África es una forma de salvajismo. Lo que es una barbarie no es el imperialismo sino la lucha contra el imperialismo. El mundo no puede prescindir de la ayuda de los países «civilizados», que están moralmente obligados a intervenir «por razones humanitarias» y -naturalmente- desinteresadas.
Una cierta corriente minoritaria de opinión viene sosteniendo el apoyo de Estados Unidos al EIIL, lo cual se puede acabar convirtiendo en una tesis tópica. Pero a los imperialistas lo que realmente les interesa es el avispero en sí mismo, no una u otra de las avispas, la mayor parte de las cuales son intercambiables.
El asunto es aún más claro en lo que a los saudíes concierne. No sólo los wahabitas no apoyan al Califato sino que han impedido reclutar fuerzas para combatir en las filas del EIIL, alguno de cuyos comandos han sido detenidos y encarcelados sobre el terreno cuando se disponían a ejecutar acciones armadas contra los dirigentes del país, a quienes consideran apóstatas. No obstante, sí es cierto que muchos caciques saudíes han financiado al EIIL a título individual y de manera discreta.
Queda esclarecer el papel de Irán en el avispero, un país que desempeñó un papel fundamental en la retirada de 2011, que después de la caída de Ajmadineyad mantiene un acuerdo con Estados Unidos y aspira a sustituir sus tropas por las suyas propias, con la consabida excusa del terrorismo del EIIL, cuyas acciones todos critican y a todos benefician. No cabe duda que la proclamación del Califato coincide con los objetivos estratégicos de Estados Unidos de contener a Rusia, China y la India, como sostiene la prensa rusa (2) y, como consecuencia de ello, las acciones militares del imperialismo contra las posiciones del EIIL son un simulacro, como recordaba Pedro Rojo recientemente en el diario «El Mundo»: sólo pueden ayudar a ampliar «la capacidad de convocatoria del califato»(3). Eso es lo que pretende Estados Unidos.
(2) http://actualidad.rt.com/actualidad/view/134540-califato-arma-geoestrategica-contra-brics
(3) http://www.elmundo.es/internacional/2014/08/11/53e9178c22601d1a7a8b4596.html