Turquía siempre ha sido uno de los países peor comprendidos en occidente. Es una especie de funambulista difícil de clasificar en los moldes ideológicos prefabricados. Puede caer tanto de un lado como del otro, porque su gran virtud consiste en moverse en los laberintos de Oriente Medio como pez en el agua.
Los que trazan líneas en función de declaraciones altisonantes, equiparan a Turquía con el Imperio Otomano, siendo Erdogan su más representativo sultán. En una reciente reunión de su partido, propuso revisar el resultado de la Primera Guerra Mundial y devolver a Turquía las provincias de los territorios sirios de Alepo, Idlib, Hama, Damasco y Raqqa, que anteriormente formaron parte del Imperio Otomano.
Como vemos, la niebla retórica también está presente en Ankara. Pero nadie olvida, y Erdogan menos que nadie, que tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano colapsó. En pocos países del mundo la estrategia se diseña más lejos de los esquemas. Ankara sigue una línea diplomática pragmática, por más que aparezca envuelta en colores confesionales, nacionales y panturquistas.
Tras la caída de la URSS, el gobierno turco está convencido de que puede elevar al país al rango de superpotencia regional, para lo cual utiliza a los países que formaron parte del antiguo Imperio Otomano, que desde finales del siglo pasado se ha ampliado con los nuevos países independientes del Cáucaso y Asia central: Azerbaiyán, Kazajistán, Uzbekistán… Es el mito de Turan reeditado bajo la fórmula “un pueblo, varios estados”, aunque a veces son sólo pueblos que hablan la misma lengua.
Ankara no pretende la reunificación de los países turcomanos. Le basta con afirmar su influencia y realizar sus intereses nacionales en relación con sus vecinos geográficos, aprovechando la ventajosa posición económico-geográfica del país en las rutas de tránsito, lo que aumenta el estatus de Turquía en la encrucijada entre Europa, África y Asia.
Para ello el gobierno de Ankara despliega una amplia batería de recursos económicos, políticos y militares. En el norte de África, el uso de la fuerza política en la devastada Libia y el uso local de fuerzas militares combinado con entregas de armas han dado a Ankara acceso al petróleo libia y a los yacimientos de gas del Mediterráneo oriental.
La asociación energética con Rusia y la Guerra de Ucrania han fortalecido el papel de Turquía. Sin el Nord Stream ni los gasoductos de Ucrania, sólo el Turkish Stream conecta el gas ruso con la Unión Europea. Erdogan ha conseguido una influencia sobre Europa que nunca antes había tenido y, como siempre, sacará el máximo partido de la situación.
Los países turcomanos siempre encuentran en Ankara un buen apoyo, no sólo diplomático, sino también militar y de inteligencia. El tándem turco-azerbaiyano contra Armenia en el conflicto de Karabaj es un claro ejemplo.
En Medio Oriente, Turquía va de a mano de Qatar y se opuso al gobierno de Bashar Al Assad en Siria, que ha rechazó el tránsito de gas qatarí a través del país hacia Turquía y Europa.
También se enfrentan a los kurdos, que aprovecharon la desestabilzación del gobierno de Bashar Al Assad para ponerse a las órdenes de Estados y crear un Estado fantoche en Rojava, en la frontera entre Siria y Turquía, que corre paralelo a otro en el norte de Irak.
En el contencioso kurdo, las espadas siguen en alto. La postura de Turquía se opone a la de Estados Unidos e Israel, que son sus máximos valedores.
Tras la congelación de la guerra de Siria en 2020, el papel de Turquía se siguió revalorizando y, con el acuerdo de Rusia e Irán, agruparon y reforzaron a las hordas yihadistas. En Ankara se justifican diciendo que Bashar Al Assad rechazó la mano tendida de Erdogan para crear un “cordón sanitario” contra los kurdos en el norte de Siria.
En lo que a Israel respecta, de boquilla Erdogan ha lanzado pestes contra Netanyahu por las matanzas de Gaza y ha tomado medidas cosméticas bajo la etiqueta de un embargo comercial. En realidad, Ankara no ha ayudado a los palestinos, ni ha prohibido el tránsito del petróleo azerbaiyano hacia Israel a través de su territorio.
El gobierno turco no reprocha a Israel la invasión de los Altos del Golán y el avance de sus tanques hacia Damasco, así como tampoco por los numerosos ataques aéreos contra Siria, sus centros de comunicaciones y los arsenales del antiguo ejército regular. Se limita a amenazar con derribar a los aviones israelíes si apoyan a las fuerzas kurdas en Siria.
Los medios turcos celebran la caída del gobierno de Assad como un triunfo de Erdogan. Con le llegada de los yihadistas, su posición en Damasco se ha reforzado. Podrán repatriar a más de tres millones de refugiados y concluir la construcción del gasoducto de Qatar.
El 9 de diciembre, inmediatamente después de la caída de Damasco en poder de Al Qaeda, Turquía anunció que ayudaría a Siria a reconstruir su sector energético. Cuatro días después los directores de inteligencia de Turquía y Qatar se reunieran en Damasco, donde mantuvieron conversaciones conjuntas con Jolani, el cabecilla de HTS.
El ministro turco de Energía y Recursos Naturales, Alparslan Bayraktar, no ha descartado que el proyecto del gasoducto de Qatar se reactive una vez que Siria se haya estabilizado, porque es necesario garantizar la seguridad del gasoducto, dijo.
A Siria le espera lo mismo que a Irak o Libia: una fragmentación apenas disimulada del territorio y una guerra larvada entre clanes, sobre los cuales terceros países pretenden asentar sus campamentos.
Israel ya lo logró en Líbano hace décadas y forma parte de su estrategia: los sionistas parecen cada vez más fuertes en la misma medida en que sus vecinos se debilitan. Dicho con otras palabras: “En el país de los ciegos, el tuerto es el rey”.