Trump, el nuevo Rey Ciro, no lucha con los persas sino contra ellos

Ciro, el legendario Rey de Persia
Durante su viaje a El Cairo, el primer mensaje del secretario de Estado, Mike Pompeo, fue político: Estados Unidos está una vez más dispuesto a apoyar a los regímenes conservadores más represivos de Oriente Medio, siempre y cuando defiendan una causa común en su lucha contra Irán.

El segundo mensaje de Pompeo fue religioso. Se presentó como predicador y diplomático. En su discurso en la Universidad Americana de la capital egipcia dijo que llegaba a Oriente Medio como un “cristiano evangelista”. Habló de “la bondad innata de América”. Se maravilló de una catedral recién construida “como un espléndido testimonio del Señor” y añadió: “Siempre tengo una Biblia abierta en mi escritorio en el ministerio para acordarme de Dios, de su palabra y su verdad”.

El vicepresidente Mike Pence y Pompeo suelen citar la teología evangélica como una fuente de inspiración. Hace tres años Pompeo llamó a la Congregación de la Iglesia de Kansas a unirse a la lucha del bien contra el mal. Siendo miembro del Congreso dijo en una cumbre eclesiástica en Wichita: “Seguiremos peleando en estas batallas. Es una lucha sin fin… hasta el éxtasis. Participa en este combate. Únete a la lucha”.

El auditorio de Pompeo tiene una visión cristiana apocalíptica del futuro, una segunda batalla entre el bien y el mal que anuncia el regreso de Cristo, cuando los creyentes suben al cielo mientras otros perecen en el infierno.

Para muchos cristianos evangélicos, uno de los requisitos previos para ese momento es la reunión de todos los judíos del mundo en un gran Israel que estaría situado entre el Mediterráneo y el río Jordán. Es una creencia conocida como premilenarismo dispensacional o sionismo cristiano, que tiene un impacto tangible en la política del imperialismo estadounidense.

Cambia por completo la forma en que se interpreta el conflicto israelo-palestino e, indirectamente, las actitudes hacia Irán y la posición de Estados Unidos en Oriente Medio, en general, al situar la protección de las minorías cristianas como su objetivo central. Durante su visita a El Cairo, Pompeo elogió a Abdel Fattah Al-Sissi por la construcción de la nueva catedral, mientras que no hizo referencia alguna a los 60.000 presos políticos que tiene el régimen, ni al su uso de la tortura.

Pompeo es un evangelista presbiteriano que afirma haber sido “presentado a Jesús” por los otros cadetes de la Academia Militar de West Point en la década de los ochenta. “Es quien mejor entiende que su fe interactúa con sus creencias políticas y su deber como Secretario de Estado”, dijo Stan van den Berg, el pastor de su iglesia en Wichita, en un correo electrónico. “No hace falta decir que es un hombre de fe, que es honesto, compasivo, humilde y sabio”.

En la medida en que Trump se aferra a los evangelistas para asegurar su supervivencia política, es muy probable que crezca la influencia de Pence, Pompeo y los blancos reaccionarios que le apoyan.

“Algunas personas esperan la segunda venida [de Cristo] porque significa vida eterna para ellas”, dice Andrew Chesnut, profesor de estudios religiosos en la Virginia Commonwealth University. “Existe el peligro de que los dirigentes que suscriban esta creencia se sientan más inclinados a guiarnos hacia la última batalla del Armagedón”.

Chesnut afirma que el sionismo cristiano se ha convertido en la teología mayoritaria entre los evangelistas blancos, que representan una cuarta parte de la población adulta. En una encuesta realizada en 2015, el 73 por ciento de los evangelistas estaban convencidos de que lo que está sucediendo en Israel fue profetizado en el Apocalipsis. Sin embargo, no les preguntaron si los actuales acontecimientos en Israel llevarían a ese Apocalipsis.

La relación entre los evangelistas y Trump es complicada. El Presidente encarna lo opuesto al cristiano piadoso. No asiste a los servicios religiosos. Es profano, se ha divorciado dos veces y se enorgullece de agredir sexualmente a las mujeres. Pero los evangelistas lo han adoptado.

El 80 por ciento de los evangelistas blancos votaron por él en 2016, y su popularidad entre ellos está todavía en el rango del 70 por ciento. Mientras que otros votantes blancos se alejaron de él en los primeros dos años de su presidencia, los evangelistas blancos se convirtieron en su último bastión de apoyo.

Algunos evangelistas ven a Trump como el último Rey Ciro (*), el emperador persa que vivió en el siglo VI a.n.e. y liberó a los judíos de su cautiverio en Babilonia. La comparación se hace abiertamente en “La profecía de Trump”, una película religiosa que se proyectó en octubre en 1.200 salas de cine de Estados Unidos, en la que un bombero jubilado que dice que escucha la voz de Dios dice: “Yo elegí a este hombre, Donald Trump, para un momento así”.

Lance Wallnau, un profeta autoproclamado que aparece en la película, llama a Trump “el candidato del caos elegido por Dios” y un “Ciro moderno”. Ciro es el ejemplo del incrédulo elegido por Dios para cumplir los propósitos de los creyentes, dice Katherine Stewart, quien estudia la reacción política cristiana. Añadió que acogen con satisfacción su disposición a rechazar las normas democráticas para combatir lo que perciben como una amenaza a sus valores y a su forma de vida.

El movimiento nacionalista cristiano se caracteriza por un fuerte sentido de persecución y, hasta cierto punto, paranoia; por ejemplo, la creencia de que hay “una guerra contra la Navidad”, dice Stewart. “En este estado de ánimo la gente optará por dirigentes reaccionarios, que harán lo que sea necesario para apoyar su causa”.

Trump fue educado como presbiteriano y en su campaña para la presidencia se dirigió cada vez más a los predicadores evangelistas. La elección de Pence como segundo es prueba de este compromiso, así como la presencia de 4 de los 6 predicadores evangélicos presentes en su inauguración, incluyendo a White y Franklin Graham, el hijo mayor del predicador Billy Graham, quien defendió a Trump en todos sus escándalos sexuales al explicar que “todos somos pescadores”.

Habiendo perdido el control de la Cámara de Representantes en noviembre, el instinto de Trump fue acercarse a sus más leales seguidores, los evangelistas blancos, que son los únicos que apoyan la construcción del muro, que algunos predicadores asimilan a las fortificaciones de la Biblia. 

Los lazos evangélicos también han jugado un papel en la formación de alianzas durante esta presidencia. Como secretario de Estado, Pompeo ha creado vínculos con otros dirigentes evangélicos en el hemisferio norte, desde Jimmy Morales en Guatemala hasta Jair Bolsonaro en Brasil. Ambos prometieron seguir los pasos de Estados Unidos y transferir su embajada en Israel a Jerusalén. La orden de Trump de reubicar la embajada de Estados Unidos en Tel Aviv, a pesar de las objeciones planteadas por sus asesores de política exterior y seguridad nacional, es un ejemplo de esta influencia evangélica.

La transferencia fue ciertamente intencionada por Sheldon Adelson, un multimillonario de Las Vegas y un donante republicano muy generoso, pero la ceremonia de apertura de la embajada el pasado mes de mayo puso de relieve que Trump no estaba tratando de apaciguar los ánimos. Los dos pastores que hablaron eran cristianos sionistas fervientes. Robert Jeffress de Dallas declaró abiertamente que “los judíos, como los musulmanes y mormones, están destinados al infierno”. John Hagee, un tele-evangelista y fundador del grupo Cristianos Unidos por Israel (CUFI), explicó que Hitler y el Holocausto eran parte del plan de Dios para llevar a los judíos de regreso a Israel.

Para muchos evangelistas, el traslado consolidó a Trump como un nuevo Ciro que permitió el regreso de los judíos a Jerusalén y la reconstrucción del Templo de Salomón.

El fortalecimiento del control evangélico sobre la administración se refleja también en su creciente hostilidad hacia la ONU, a menudo descrita como una organización siniestra y profana. Desde que la embajadora estadounidense ante la ONU, Nikki Haley, anunció su marcha el pasado mes de octubre, Pompeo asumió un control más directo y la misión se ha vuelto más agresiva, bloqueando cualquier referencia a género y salud reproductiva en los documentos de la ONU.

Algunos teólogos también notan un tono más evangélico en la política de Estados Unidos en Oriente Medio, en particular su apoyo inquebrantable al gobierno de Netanyahu, su falta de compasión por los palestinos y su persistente demonización del gobierno iraní. Los evangelistas, dice Chestnut, “consideran que Estados Unidos está ahora en una guerra santa contra las fuerzas del mal encarnadas en Irán”.

En un discurso posterior a su visita a la región, Pompeo retomó este tema, describiendo a Irán como una “influencia cancerígena”. El celo en esta lucha ha resonado hasta ahora en otros políticos seculares como John Bolton, el asesor de seguridad nacional, pero también en el propio Trump, que quiere borrar el rastro de Barack Obama, cuyo mayor éxito en política exterior fue la firma del acuerdo nuclear con Irán en 2015, un acuerdo derogado por Trump en mayo.

En sus conversaciones con jefes de Estado europeos como Macron y May, Trump insiste en que no iría a una guerra contra Irán. Su voluntad de retirar las tropas estadounidenses de Siria representa una ruptura con los políticos, religiosos y laicos, que quieren contener la influencia de Irán en la región.

Pero su lógica de creciente presión política, combinada con el apoyo inquebrantable a Israel y Arabia saudí, hace que este choque sea cada vez más plausible.

Una de las cuestiones más importantes de política exterior en 2019 es si Trump logrará abandonar el enfrentamiento que él mismo creó, elaborando un acuerdo de última hora como lo hizo con Corea del norte, o si, por el contrario, lo buscará para desviar la atención de sus problemas en Estados Unidos, presentándolo a los creyentes como una cruzada.

(*) http://protestantedigital.com/internacional/44771/Vemos_a_Trump_como_a_un_rey_Ciro

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