Benjamin Netanyahu |
José Steinsleger
En los años del mundo «bipolar», cuando las diferencias entre «política» y «política exterior» parecían prestarse a confusión, un gran líder de masas de América Latina sentenció: la política exterior es la política.
Sin embargo, en el capitalismo salvaje la guerra dejó de ser «continuación de la política por otros medios». Y las políticas interior y exterior de Occidente se convirtieron a secas en alas de un mismo pájaro. El pájaro de la guerra que enlaza, por ejemplo, tragedias como las de Ayotzinapa, Palestina y tantas más.
Desde el 11 de septiembre de 2001, de espaldas a lo «singular» y «plural» de los pueblos, el capitalismo salvaje (neoliberalismo) impone su ley. Una ley que, apoyándose en el resbaladizo concepto de «seguridad», arrasa con lo que hasta ayer nomás entendíamos por «independencia», «soberanía», «derecho».
Por allá y por acá, los neoliberales asocian toda manifestación humanitaria o de resistencia con lo que de plano ejecutan con singular y perversa maestría: el terrorismo. El terrorismo financiero, mediático, intelectual, judicial, criminal.
Si tomásemos la palabra a los neoliberales (que el mundo es «interdependiente», etcétera), podríamos atar algunos cabos sueltos que, tan sólo en el último trimestre, conmovieron el escenario mundial. Veamos:
El 2 de diciembre pasado, la Asamblea Nacional de Francia vota en favor de reconocer el Estado de Palestina (339/151 votos), tal como lo habían hecho Gran Bretaña, España, Irlanda y Suecia. Luego, Portugal, el Parlamento Europeo y Luxemburgo (días 12, 15, 17), que se pronunciaron en igual sentido.
Por su lado, el tribunal de la Unión Europea anulaba, por «vicio de forma», la justificación legal por la que en 2001 el Consejo Europeo (CE) inscribió al movimiento palestino Hamas en la lista de «organizaciones terroristas». Según el tribunal, el CE se había basado en “…imputaciones factuales recabadas por la prensa internacional e Internet”.
El premier del enclave colonial llamado «Israel», Benjamin Netanyahu, declara entonces que la decisión del tribunal mostraba que “…los europeos no aprendieron nada del Holocausto”. Y pide a la Corte Penal Internacional de La Haya (CPI) rechazar a Palestina como miembro, ya que esta solicitud “…no proviene de un Estado, sino de una entidad”.
En represalia, «Israel» bloquea transferencias de 127 millones de dólares recaudados para los palestinos. Dijo: «No permitiremos que se arrastre a nuestros soldados al tribunal de La Haya por crímenes de guerra». Se refería a las masacres de julio de 2014, cuando el «Estado judío» asesinó a 2.200 palestinos en Gaza, destruyendo 96.000 casas.
El 7 de enero (día en que la CPI incorpora a Palestina), un comando paramilitar asesina en París a la plana mayor editorial de la revista satírica Charlie Hebdo. Una semana después, en Buenos Aires, el fiscal Alberto Nisman acusa a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por «encubrimiento» de los acusados (iraníes) de haber dinamitado la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en julio de 1994.
El día 15, en Verviers (Bélgica), son abatidos un par de presuntos «islamitas» que «pensaban» atacar cuarteles de la policía belga. Al día siguiente, luego de que la CPI da curso a la investigación de crímenes de guerra israelíes, el canciller fascista Avigdor Lieberman exige la «disolución» (sic) de la Autoridad Nacional Palestina. Y el 19 de enero, a horas de fundamentar sus cargos en el Congreso, el fiscal Nisman aparece muerto en su departamento.
El 14 de febrero, en Copenhague, sangriento ataque contra la conferencia Islam y libertad y una sinagoga cercana; dos muertos, cinco heridos. La policía mata a un sospechoso de «aspecto árabe». Y Netanyahu vuelve a invitar a los judíos europeos a que inmigren masivamente a «Israel», por motivos de «seguridad».
Simultáneamente, los medios escamotean las muertes de tres periodistas estadunidenses, ocurridas el 11 y 12 de febrero: Bob Simon, presentador del programa 60 minutos, de la CBS (accidente automovilístico); Ned Coll, corresponsal de la cadena ABC («derrame cerebral masivo») y, el mismo día, David Corr sufre un colapso en su oficina del New York Times.
Bob, Ned y David habían presentado los documentos requeridos para consultar los archivos confidenciales del Kremlin, que contienen informes relacionados con los atentados del 11-S. Qué pena. Ninguno pudo enterarse del fallo de un tribunal de Nueva York (día 23), condenando a la ANP y a la OLP a pagar más de 218 millones de dólares por «atentados» perpetrados en «Israel».
En tanto, en Argentina, la nueva fiscal de la causa AMIA, Sabrina Namer, declara: «Vamos a ver por qué se descartó la pista siria». En efecto: desde el primer día, durante 21 años, Tel Aviv, Washington y el gobierno del presidente Carlos Menem habían culpado a Irán del dinamitazo. ¿Pruebas? ¿Qué importan las «pruebas»?
Finalmente, el 27 de febrero, un día después de que un juez argentino rechaza por insostenible las acusaciones del suicidado o asesinado fiscal Nisman, el líder opositor Boris Nemstov muere asesinado a tiros en Moscú.
Al igual que en Buenos Aires, los medios sionistas acusan al gobierno de Vladimir Putin, y asocian el crimen a «una fuerte corriente de antisemitismo en el mundo».
La Jornada, 4 de marzo de 2015
http://www.jornada.unam.mx/2015/03/04/opinion/027a1pol