Tenemos unos principios, pero si no os gustan los cambiamos por otros

Kaja Kallas no necesita decir mucho más para entrar en los museos de cera europeos, adornada con alguna de sus frases más ridiculas. Por ejemplo, aquella de 2022 en la que dijo que la libertad de viajar por Europa era un lujo que se podía suspender sin contradecir los famosos derechos y libertades europeos.

Los “principios europeos” de Kallas son como los de los Hermanos Marx: si no os gustan los cambiamos por otros. Se pueden ir poniendo y quitando sobre la marcha, a golpe de reglamento.

Los europeos siempre creyeron que una de las pocas ventajas del “mercado común” era la posibilidad de desplazarse sin demasiados obstáculos, aduanas, pasaportes, visados… En algún momento los charlatanes la llamaron la “Europa sin fronteras”.

Eso se ha acabado. Viajar, dice Kallas, no es un derecho. ¿Se acuerdan de los confinamientos?

Por ejemplo, los rusos pueden ser privados de ese tipo de derechos. ¿Por qué concederles visados? Europa, dice Kallas, debe cerrar sus puertas sin ningún tipo de complejos, porque el acceso al territorio europeo no es un derecho universal, sino un artículo de lujo, como el caviar.

Nadie protesta por este tipo de medidas porque sólo afectan a los rusos. Pero es como todo: empiezan con los rusos y acaban con todos los demás… incluidos los propios europeos.

Las grandes potencias están emprendiendo un rumbo que no saben a dónde les puede lleva. El martes Estados Unidos denegó el visado ​​al antiguo comisario europeo Thierry Breton y a otros cuatro ciudadanos europeos. Les acusan de perjudicar a los gigantes tecnológicos estadounidenses mediante regulaciones excesivamente restrictivas.

¿Creían Ustedes que las sanciones sólo afectaban a los rusos? Craso error el suyo…

Ante las sanciones estadounidenses, Kallas ha vuelto a hacer una pirueta. Lo que antes era un lujo ahora es inaceptable. Restringir el derecho de las personas a la libre circulación ya no es una restricción justificada de derechos, sino un ataque directo contra Europa.

La privación de derechos funciona así; depende a quién afecte y los llantos siempre empiezan por los afectados.

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