En África la pandemia ha funcionado de manera parecida a otros lugares. Ha habido muchos más histéricos que enfermos. Las previsiones también eran aterradoras para unos sistemas de salud inexistentes o en manos de “benefactores” extranjeros, es decir, del colonialismo sanitario. Los cadáveres se iban a amontonar en las calles.
Los augurios más optimistas del Imperial College de Londres predijeron “sólo” 300.000 muertes. Los “expertos” de la Organización Mundial de la Salud volvieron a hacer el ridículo: 10 millones de “casos” en seis meses (1).
Muchos países africanos adoptaron medidas draconianas para ganarse el favor de las instituciones financieras internacionales, como el Banco Mundial. Si no confinaban no había más dinero. También debían agradar a las multinacionales farmacéuticas y las ONG para que el dinero y los equipos sigan llegando.
Otros lo hicieron por imitar lo que hacían sus amos, e incluso trataron de apretar aún más la soga. Cerraron las fronteras, las escuelas, los negocios y los barrios populares. Impusieron toques de queda y prohibieron las reuniones y celebraciones colectivas.
En Uganda paralizaron hasta el funcionamiento del transporte público. El gobierno de Kampala realizó más de 350.000 pruebas de coronavirus. Las previsiones eran de 68.000 muertes si no tomaban ninguna medida y el balance real es de… 60 muertes (2) para una población del tamaño de España.
Un continente con una población de 1.300 millones de habitantes ha tenido menos muertes atribuidas al virus que Reino Unido. No es posible hablar en serio de epidemia con cifras de esa escala, por lo que hay que volver a analizar el reverso, los estragos de las medidas represivas aprobadas, con la advertencia de que el impacto del confinamiento en cualquier africano es considerablemente peor que en un país europeo.
En África se ha vuelto a cumplir el viejo principio sanitario de que es peor el remedio que la enfermedad.
El confinamiento ha multiplicado exponencialmente el hambre, las muertes por hambre y las enfermedades asociadas al hambre, que son fácilmente olvidables cuando sólo se habla de una única enfermedad.
En Uganda, donde no hay ninguna epidemia, las fronteras siguen cerradas, lo mismo que el toque de queda. El presupuesto de salud se consumió en sólo tres meses.
Como en el resto de África, la atención exclusiva al coronavirus impide la detección y tratamiento de otras enfermedades, como la malaria o la tuberculosis. En Angola contabilizan 126 muertes atribuidas al coronavirus, lo que contrasta con las 2.500 muertes por paludismo en el primer trimestre de este año.
La mortalidad maternal se ha disparado instantáneamente, pasando de 92 muertes en enero a 167 en marzo.
El temor es que más personas mueran por otras enfermedades diferentes del monotema pandémico de la OMS.
Lo mismo que en los demás países histerizados, los suicidios se han disparado. En países como Angola, Kenia y Uganda, la policía ha matado a las personas para imponer el toque de queda y otras han sido golpeadas y tiroteadas. La policía es más peligrosa que cualquier pandemia.
En Malawi la pandemia llegó en pleno periodo electoral y el gobierno quiso utilizar el confinamiento para impedir su celebración. Las protestas lograron que se pudieron celebrar mítines multitudinarios.
Los modelos de los “expertos” de pacotilla auguraban que sin confinamiento habría a 16 millones de infecciones, 483.000 hospitalizaciones y 50.000 muertes. Hasta la fecha sólo se han contabilizado 176 defunciones.
También han tenido la fortuna de realizar pocos tests, por lo que se han producido muy pocos ingresos hospitalarios.
En Malawi también han descubierto que el coronavirus no nada nuevo, como dijeron al principio los “expertos”, porque la población ya estaba inmunizada de manera natural por una exposición previa a resfriados y gripes comunes.
En África ocho de cada diez personas trabajan por cuenta propia, sobreviven con ingresos marginales como vendedores ambulantes o jornaleros. Si los estragos del confinamiento no han sido mayores es porque muchos de ellos se lo han saltado y han seguido trabajando clandestinamente.
Los efectos a largo plazo de los toques de queda se harán sentir próximamente. Una organización benéfica estadounidense predice 2,3 millones de muertes infantiles debido al hambre y a la interrupción de los servicios durante el confinamiento. En las clínicas de Zimbabwe han disminuido los nacimientos en más de una quinta parte, lo que podría dar lugar a 12.200 muertes maternas adicionales (3), ya que las mujeres tienen más probabilidades de morir en el parto por complicaciones si no están en un entorno médico.
La OMS augura que este año se producirán 200.000 muertes adicionales por tuberculosis.
El paludismo (y no el coronavirus) es la principal causa de muerte en el África subsahariana. Un artículo de Nature Medicine, escrito por los fantoches del Imperial College de Londres, predice que este año se duplicarán las muertes por paludismo: “Sólo en Nigeria, la reducción de la gestión de casos durante seis meses y el aplazamiento de las campañas de utilización de mosquiteros tratados con insecticidas de larga duración podrían provocar otras 81.000 muertes”.
El confinamiento es una medida brutal, y no sólo para África. Sus consecuencias se seguirán padeciendo a largo plazo, incluso cuando al mundo se le haya pasado la histeria y quiera olvidarse de ello.
(1) https://www.aljazeera.com/news/2020/04/africa-coronavirus-cases-hit-10-million-months-200417055006127.html
(2) https://www.worldometers.info/coronavirus/country/uganda/
(3) https://www.thelancet.com/journals/langlo/article/PIIS2214-109X(20)30229-1/fulltext