Svetlana Alexievich |
Creo que no es necesario insistir en que un Premio Nóbel es, más que nada, un descrédito para cualquiera, que tendrá que demostrar que, a pesar del galardón, sabe escribir sin faltas de ortografía. Si le hubieran dado el Premio de la Paz, tendría que demostrar que no ha desatado ninguna guerra.
Antes que nada y, sobre todo, antes que sus escritos, lo que hay que decir acerca de Alexievich es lo que nadie va a decir: sus vínculos con la Fundación Soros y el Club Pen, lo cual nos ahorra dar más explicaciones sobre eso que se llama “su posicionamiento” ideológico y político en relación a uno de sus libros: “El fin del hombre rojo”.
Al “hombre rojo” Alexievich lo llama también “Homo sovieticus” porque ella trata más de los soviéticos que de los soviets, lo cual es un punto de vista muy interesante acerca de la URSS. La caída de la URSS no sólo supuso el fin del socialismo (o de lo que quedaba de él) sino de un tipo de personas que existieron en aquella época y ya han desaparecido.
“El fin del hombre rojo” describe el fin de una civilización. Es una vasta encuesta, casi sociológica, de miles de personas que vivieron en la URSS y murieron con ella. ¿Cómo vivían los soviéticos?, ¿se enamoraban?, ¿con qué soñaban?, ¿qué les decepcionaba? En relación a aquel universo privado Alexievich dijo en una entrevista de hace tres años algo muy interesante:
“Era un mundo aparte, con su propia definición del bien y el mal, un mundo donde todo era diferente del oeste. Ponga Usted a discutir a dos personas de 60 años, una ex-soviética y otra occidental. Ellas constatarán que, tras su primer día de vida, sus existencia tienen pocas cosas en común, como si hubieran vivido en dos planetas. Su alimentación, sus temas de conversación, las películas y los libros que les han chocado, sus vacaciones, su habitat, sus héroes, su visión de la carrera profesional y de las relaciones humanas, todo era diferente. En la escuela no les enseñaban las mismas cosas. De hecho, para lo bueno y para lo malo, los comunistas lograron crear un hombre particular, el ‘Homo sovieticus’ con una cultura, una moral y costumbres muy diferentes de los de los occidentales. Si se olvida esto, uno no entiende nada de la Rusia actual”.
Luego la escritora afirma de que en la URSS “casi todo el mundo vivía igual” y hablar de dinero era considerado “indecente”. Por el contrario, los soviéticos hablaban de literatura durante horas, algo que en España, la patria de Cervantes, ignoran por completo.
Los valores que las escuelas inculcaban a los niños soviéticos eran de tipo colectivo, algo por lo que merecía la pena que cada uno de ellos se sacrificara, es decir, pusiera lo individual al servicio de lo social. La URSS enseñaba la importancia de los valores y esos valores eran, además, positivos, lo que tiene que chocar en un mundo que carece de ellos, es decir, de cualquier clase de valores ni principios porque se trata de crear una sociedad completamente amoral.
“Hoy mucha gente vive peor que bajo el poder soviético. Si uno no tiene dinero no puede conseguir que sus hijos estudien, ni tener atención médica. Antes todo eso era posible gratuitamente”, añadía Alexievich en la entrevista.
La URSS, que en otros tiempos fue una gran potencia, “vive de las rentas actualmente”,
dice Alexievich en sus entrevistas. Sin embargo, nadie puede vivir
siempre de las rentas porque tarde o temprano se acaban agotando.
En Rusia “a nadie le gusta la sociedad de hoy”, por lo que “hay una nostalgia muy fuerte por la época soviética, incluso entre los jóvenes que leen de nuevo a Marx y hablan de revolución”, decía la escritora espantada. Pero es lógico, como ella misma explicaba, porque “en la sociedad rusa actual quien hace la ley es el robo y el dinero”. ¿Cómo no sentir la necesidad de rebelarse ante algo así?, ¿cómo no buscar en el pasado las soluciones para el futuro?
Evidentemente una contrarrevolucionaria como Alexievich no hacía apología gratuita de la URSS sino para abalanzarse contra Putin, que es su paranoia personal. Al fin y al cabo la URSS es el pasado y Rusia es el presente. A pesar de haber ganado las elecciones en las que ha participado, a Putin lo califica como un dictador y algo peor: un autócrata. El Huffington Post presentaba así su entrevista con Alexievich en Minsk: “Putin no tiene nada que envidiar a los dictadores que se sucedieron a la cabeza de la URSS”.
Si Putin es un dictador, ¿de dónde procede su enorme popularidad? La admiración de los rusos por los dictadores, desde Lenin hasta Putin, ¿tiene una explicación patológica? Según Alexievich, “para el pueblo ruso Putin encarna una voluntad de renovación”, por lo que vuelve la nostalgia por el pasado: Putin “encarna nuestra grandeza desaparecida”, dijo Alexievich al diario francés Le Figaro.
Este ridículo lenguaje intelectualoide genera muchas dudas: lo que hoy quieren recuperar los rusos, ¿es realmente la grandeza?, ¿la grandeza de quién?, ¿no será que quieren recuperar el socialismo? Dicho en otras palabras: lo que hizo grande a la URSS, ¿no fue el socialismo?
Me alegro de esa comparación entre esos grandes por Svetlana Alexievich, en referencia a Putin, mi querido y amado Putin. Un Putin que recientemente leí que manifestó su pesar por la desaparición de la URSS. Me alegro que se trate de este tema desde esas diferentes perspectivas, porque de la lucha entre luz y sombra: que es rebeldía, nos viene la luz. Saludos
Pero qué es esta escritora de la que nunca hemos oido hablar?
alexievich.info/indexEN.html
es.wikipedia.org/wiki/Svetlana_Aleksi%C3%A9vich
lanacion.com.ar/1835686-para-svetlana-alexievich-con-putin-volvio-la-epoca-sovietica-a-rusia
cultura.elpais.com/cultura/2015/10/08/actualidad/1444297840_159906.html
Segun me dijo una rusa, alli todavia se conservan muchos valores como aqui antiguamente, por ejemplo la mayoria de las mujeres llegan virgenes al matrimonio o eso se dice.Un comunismo bien aplicado, con valores mas justos y sin corrupcion podria funcionar.
Esta claro que los católicos son incorregibles. Tratan de llevarnos en lo posible por la argucia (la puta moral), igual que se lleva a un gran por la nariz con una argolla. Casi rima: ¡no?