Suiza: un país por encima de cualquier sospecha de blanquear dinero negro

El suizo Rudolf Elmer es un ingenuo como Hervé Falciani, Antoine Deltour, Stéphanie Gibault y tantos otros de esos que creen que las cosas se pueden cambiar desde dentro. Las personas que trabajan en los bancos no sólo manejan mucho dinero, sino mucha información, sobre todo en la Gran Lavadora Suiza, un país que guarda las apariencias: pintado por fuera y negro por dentro.

Hervé Falciani denunció al HSBC, Stéphanie Gibault al UBS, Antoine Deltour destapó Luxleaks y Elmer también tenía serios problemas de conciencia y quiso poner en nuestro conocimiento informaciones que ya sabemos, que nos suenan a viejunas: los bancos suizos ayudan a las multinacionales a evadir el pago de sus impuestos.

Desde los años ochenta Elmer trabajaba para Julius Bär, un banquero discreto, de esos a los que nunca se les arruga el traje. En 1994 le trasladaron a las Islas Caimán, un notorio paraíso fiscal, como jefe contable y luego como director de operaciones, antes de ser despedido en 2002.

Entonces proporcionó a la fiscalía de Zurich y a una revista un CD con los datos de los clientes del banco. En 2008 comenzó a pasar información a Wikileaks. En 2011 se entrevistó en Londres con Julian Assange. Le entregó dos CD con más datos confidenciales de clientes del banco.

El sitio web publicó una primera ronda de datos del banco y, a partir de entonces la denuncia se volvió contra el denunciante. No le dieron medallas sino un calvario de juicios. El suizo creía que él era el denunciante y Europa le ha demostrado que no: él es el denunciado, el perseguido. El banco Julius Bär recurrió a los tribunales estadounidenses para cerrar Wikileaks. En 2005 Suiza inició un primer juicio en su contra. Le condenaron a más de seis meses de prisión y, naturalmente, a la inhabilitación para ejercer su profesión.

A pesar de la persecución, no se arrepiente de nada, sino todo lo contrario: grita más alto. La realidad le ha abofeteado en el rostro y le ha abierto los ojos. El creía en el sistema pero el sistema no creyó en él. El sistema no era el remedio sino la enfermedad.

El 26 de agosto el Tribunal Europeo de Derechos Humanos rechazó, por cuarta vez, una de sus denuncias por el trato que le habían dado los tribunales suizos. El 13 del mes pasado le envió una carta abierta al Presidente del Tribunal Europeo.

Para lavarse la cara, Francia aprobó una ley para proteger a los denunciantes en 2016, llamada Ley Sapin 2, pero no hay nada parecido en Suiza, ni cuando Elmer comenzó a denunciar las prácticas de su banco, ni hoy en día.

La corrupción no existe. Eso que llaman “sistema” ni siquiera es un sistema; no es más que el capitalismo. Los incautos que luchan contra la corrupción se han equivocado de enemigo y acabarán en la carcel, como Assange o Elmer. Por eso han creado la Fundación Coraje, no tanto para denunciar sino para defenderse de las denuncias. Su lema es “el mundo necesita gente que cuente la verdad”.

Sin embargo, la verdad está detrás de una cortina de humo: el año pasado Suiza anunció que levantaba el secreto bancario, que está vigente desde 1934. Los bancos suizos tienen que intercambiar automáticamente los datos de sus cuentas en Suiza con las autoridades fiscales de otros países. A cambio, el mes pasado la Unión Europea le retiró a Suiza de su lista de paraísos fiscales.

El que hace la ley hace la trampa. El intercambio automático de información sólo funciona si el cliente tiene una cuenta a su nombre en Suiza. Pero si se trata de un fideicomiso, entonces el secreto sigue funcionando y lo mismo ocurre en los casos de extraterritorialidad (“offshore”), es decir, cuado el dinero no está exactamente en Suiza sino en sitios como las Islas Caimán.

“Tardé mucho tiempo en comprender que no podía cambiar a Suiza desde dentro”, dice ahora Elmer, casi convertido en uno de esos “antisistema”.

Más información:

– La impunidad cuesta muy barata
– Al servicio de dios, del capital y del Estado (tres personas distintas pero sólo un dios verdadero)
 

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