La declaración de la embajada fue criticada por el Primer Ministro turco Binali Yildirim, quien declaró que era inaceptable la “pretensión de dar lecciones de democracia a Turquía”.
El Ministerio turco de Asuntos Exteriores ha lanzado una severa advertencia pública a Estados Unidos. “El embajador de Estados Unidos no es un gobernador turco y debería ejercer sus funciones correctamente, de conformidad con la Convención de Viena”, dijo el ministro Mevlut Cavusoglu.
La escalada entre ambos países, socios dentro de la OTAN, no es ninguna novedad. Su expresión más contundente fue el intento de golpe de Estado de 15 de julio.
Tampoco es novedoso que uno de los puntos de discordia sea el PKK, que se ha convertido en el caballo de Troya de los imperialistas en Oriente Medio desde que en julio de 2012 el gobierno de Damasco pusiera la frontera en las manos del PKK, junto con los arsenales de armas.
Bashar Al-Assad le pagaba a Erdogan con su propia medicina. Si éste dirigía a los yihadistas turcomanos contra Damasco, aquel le creó un conflicto no menos serio, poniendo al PKK delante de sus narices.
Desde entonces la frontera entre ambos países ha sido un hervidero y quien ha salido perdiendo ha sido Turquía, para quien el cierre de la frontera se ha convertido en una obsesión.
Pero la guerra de Siria no es un juego a dos bandas. Entre bastidores ha estado siempre Estados Unidos, que es quien ha conducido a Turquía al desastre.
Así se demostró el año pasado, cuando Turquía anunció un acuerdo con Estados Unidos para cerrar la frontera, que fue desmentido por Washington, que pretendía mantener abierta la frontera, tanto para el PKK como para los yihadistas.
No hubo acuerdo con Estados Unidos, pero sí lo ha habido con Damasco en el único punto posible: la frontera queda cerrada tanto para el PKK, lo que interesa a Turquía, como para los yihadistas, lo que interesa a Siria.