Si le llaman democracia y no lo es, ¿para qué votar?

Nicolás Bianchi

Decididamente, el pueblo -convertido en «público»– es un vago concepto destinado a refrendar los pronósticos de las encuestas. Y no digo que no acierten en las encuestas -en las últimas elecciones británicas fallaron estrepitosamente, que se dice-, que seguro que sí, pero tal pareciera que el papel del personal -de la «gente», que mola decir ahora- no sea otro que el de mero comparsa. Vote usted para confirmar mi previsión. Y si mi previsión no se cumple es que usted me engañó cuando lo entrevisté.

Ya lo decía Talcott Parsons, patriarca (hoy completamente olvidado) de la sociología yanqui en los años 60 del siglo pasado: «el hombre viene a ser un simple receptáculo de orientaciones normativas y de sentido». El individuo -para él- se reduce a «nada + orientaciones normativas». Un empirista a lo Hume. Sólo que ahora nos llaman «ciudadanos» (término revolucionario en boca de Rousseau y hoy desmarrido y desgastado cuando lo pronuncia mil veces Gaspar Llamazares, contra quien no tenemos nada, pero vaya…) pasándonos la mano por el lomo y la otra a la alcancía. Un «sans-culotte» de la Revolución francesa, un «descamisado» diríamos hoy, era cien veces más «ciudadano» que cualquier asalariado de nuestros días. Entonces, ciertamente, hecha la revolución dirigida por una burguesía revolucionaria -repito: dirigida, no que la hiciera ella sola- y antifeudal, sólo votaban los propietarios -sufragio censitario-, y hoy lo puede hacer cualquier plebeyo. La diferencia, después de doscientos años y pico, está en que hoy, la burguesía contrarrevolucionaria, necesita el voto de la «plebe» como el comer para «legitimarse». Eso es la democracia burguesa (aquí ni eso): votar cada cuatro años para cambiar de caco y rufián. El Parlamento se convierte en la asamblea de los Partidos (lo que dan en llamar «partitocracia», término discutible). Un diputado, una vez elegido o, mejor dicho, hacerse elegir mediante el sistema de listas cerradas, se siente independiente frente a sus electores, se siente «libre» de compromiso con quien lo eligió, y puede practicar «transfuguismo» sin abandonar el escaño y sin que se le caiga la cara de vergüenza. No son instrumentos de la voluntad popular (como en la Comuna de París, y sólo porque ha llovido parece que hablemos de tiempos inmemoriales); al contrario, se han convertido en piezas para formar la voluntad del pueblo o, como se dice ahora, y antes, de la «opinión pública». Se gobierna contra el pueblo y a favor de minorías oligárquicas. Le llaman democracia y no lo es, que decían los «indignados» del 15-M. Vivimos en la Caverna de Platón, una alegoría genial. Nos tratan como a ganado. Se ve estos días en que se cambian las alcaldías como cromos con protagonismo especial para lo que llaman «partidos emergentes», pura «neocasta» metida de lleno en el «sistema» como oficinas de empleo para su peña. Aunque, es cierto, algo tendrán que hacer para mantener el tipo y no se caiga el tinglado a las primeras de cambio. Y ojalá me equivoque, que no vamos de agoreros, pero…

Como dice el Loco Vidriera de mi pueblo, hay que mandarles a tomar por el orto… A ellos y a sus juguetes.

comentarios

  1. Eso es. Vaciar esas cuevas de Alí Babá mediante una gran transferencia del poder político al "pueblo" (ese monstruo de múltiples cabezas) y que en la asamblea el que quiera esclavos que lo pinte como mejor le parezca y a ver si convence.
    – Lo había reiterado aquí: goo.gl/t7z3Ke, por tanto perdonad que me repita tanto.

  2. Muy bueno Bianchi.Ahora bien, podiamos enfocarlo,Como bien dices no somos agoreros, haciendo para que se decanten y para que la peña cañera aprendamos politicamente: 1 que lo lleven a la pràctica;
    2 sino tienen que tragar; 3 sino tragan tienen que denunciar está farsa; 4 y Si no Hacen Nada y más demagogia será una lección de lucha de clases para la Pena Kañera.

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