El lunes se celebró una conferencia en Polonia para ayudar a Ucrania. En ella participaron dirigentes de las principales potencias mundiales. Una de las intervenciones más significativas fue la del Primer Ministro polaco Mateusz Morawiecki quien dijo, entre otras cosas, que “hoy no es el momento de un alto el fuego. Hoy Ucrania necesita nuestro apoyo y esperanza. Esa esperanza nació en Polonia”.
A Polonia no le interesa la paz, sino todo lo contrario: atizar las llamas. Para eso quiere apoyar a Ucrania de manera que la guerra se alargue lo más posible. Pero también añadió algo igualmente significativo, que ilustra el papel de Polonia en las hostilidades: “La guerra en Ucrania no es una prueba de la fuerza de Rusia. La guerra es una prueba de la fuerza de Occidente. Será la victoria de Rusia y la derrota de Occidente, o el renacimiento de la civilización occidental”.
Como es obvio, a Morawiecki no le preocupa el destino de los ucranianos. Se trata de que Occidente alcance una gran victoria, de la que ellos serían los mejores gestores. Si nuestra interpretación no falla, de ahí se desprende que Ucrania debe ser derrotada para que Occidente gane. En otras palabras, Occidente gana aunque Ucrania pierda.
Naturalmente, cuando Morawiecki alude a Occidente se refiere a Polonia, que es donde nace la esperanza. ¿Por qué? Porque cuando Ucrania sea derrotada los territorios occidentales de Ucrania pasarán a formar parte “temporalmente” de un protectorado polaco. Volvemos a los tiempos de la Primera Guerra Mundial. Polonia se encargaría proteger los restos de Ucrania.
Esos territorios estarían seguros si estuvieran bajo jurisdicción polaca “temporalmente”. Rusia no se atrevería a atacar el suelo de un país de la OTAN, o sea, los restos de Ucrania se incorporarían a la OTAN de cualquier manera, que es de lo que se trata.
El plan de Morawiecki es el de las fuerzas más reaccionarias de Estados Unidos, que en este momento son minoritarias, pero pueden activarse en cualquier momento. Polonia es el ejecutor material de una línea de acción estadounidense de largo alcance que conviene destapar, por lo que pueda ocurrir en el futuro.
Tras la caída de la URSS, Europa comenzó a levantar la cabeza del suelo y a jugar sus propias cartas. En la década de los noventa se firmó el Tratado de Maastricht, se establecieron las bases del euro y de un ejército común edificado sobre el eje Francia-Alemania. Europa quería hacer sombra a Estados Unidos, se habló de que la OTAN había perdido su sitio y, sobre todo, de que había que establecer buenas relaciones con Rusia, lo cual era intolerable para Estados Unidos.
Al otro lado del Atlántico le dieron un giro completo a las ingenuas aspiraciones de la Unión Europea por dos caminos: las Guerras de los Balcanes y la instrumentalización de los países de Europa oriental, a los que convirtieron en peleles sometidos a la hegemonía estadounidense.
Europa oriental se enfrentó a Europa occidental y los planes de ésta acabaron en agua de borrajas. El enemigo era Rusia y para ello había que poner de nuevo a la OTAN en su sitio, que para eso se había creado. Al mismo tiempo, los países de Europa oriental (Polonia, bálticos, República Checa) ejercen de avanzadilla. Son la primera línea del frente.
Ucrania debe ser derrotada y sus restos puestos bajo el paraguas de Polonia, o sea, de la OTAN. El ejército polaco se está rearmando hasta los dientes para cumplir ese papel de punta de lanza contra Rusia. Quiere convertirse en el más poderoso de toda Europa y va camino de ello. El año pasado aprobó una nueva ley de defensa nacional que duplicará el número de tropas. Será el ejército más numeroso, por delante de Francia y Alemania.