Las personas con información privilegiada de las grandes empresas, como los consejeros delegados, han vendido acciones por valor de 69.000 millones de dólares en lo que va de año, según la CNBC. Se trata de un nuevo máximo histórico y de un aumento del 30 por cien respecto al año pasado.
La inminente subida de impuestos y la alta cotización de las acciones han animado a los más grandes a hacer caja: 385.000 millones de dólares, muy por encima del récord establecido en 2013. En noviembre se superó por primera vez la marca de 50.000 millones de dólares en ventas mundiales.
Las ventas aumentaron un 79 por cien respecto a la media de los últimos diez años.
Desde Satya Nadella en Microsoft hasta Jeff Bezos y Elon Musk, los consejeros delegados, fundadores y personas con información privilegiada han cobrado sus acciones a un ritmo récord.
Esta fuga está creciendo en un momento de crisis, cuando las cadenas de suministros se han roto y la inflación alcanzado niveles que no se veían desde los setenta del siglo pasado. La crisis de superproducción es evidente: las ventas del Black Friday bajaron un 28 por cien respecto a los niveles de 2019.
Los “expertos” quieren hacernos creer que las ventas al por menor han bajado porque las ventas en línea están en auge, pero no es cierto. En Estados Unidos las ventas del Cyber Monday bajaron por primera vez en la historia. El lunes los consumidores digitales gastaron 10.700 millones de dólares, un 1,4 por cien menos que el año anterior.
Es muy preocupante que los grandes especuladores salgan de la bolsa, ¿Qué saben esos cabecillas de las grandes empresas que los demás desconocemos? Leamos lo que dice Steen Jakobsen, director de inversiones de Saxo Bank:
“Hay mucha energía acumulada en nuestra sociedad, con una economía plagada de desigualdades. Si a esto le añadimos la incapacidad del sistema actual para resolver el problema, tenemos que mirar al futuro con una visión fundamental de que no es cuestión de si tendremos una revolución, sino de cuándo y cómo la tendremos. En toda revolución, unos ganan y otros pierden, pero no se trata de eso: si el sistema actual no puede cambiar, sino que debe hacerlo, la revolución es el único camino.
“La guerra cultural está haciendo estragos en todo el mundo y la división ya no es sólo entre los ricos y los pobres. También son los jóvenes contra los viejos, la clase educada contra la clase trabajadora menos educada, los mercados reales con libre formación de precios contra la intervención gubernamental, las compras en la bolsa contra el gasto en I+D, la inflación contra la deflación, las mujeres contra los hombres, la izquierda progresista contra la izquierda centrista, la señalización de la virtud en las redes sociales frente al cambio social real, la clase rentista frente a la mano de obra, los combustibles fósiles frente a la energía verde, las iniciativas ESG [socialmente responsables] frente a la necesidad de proporcionar al mundo una energía fiable… la lista continúa.
“En todo el mundo hemos colaborado en las vacunas covid en 2020 y 2021. Ahora necesitamos un nuevo Proyecto Manhattan para situar el coste marginal de la energía, ajustado a la productividad, en una senda de niveles mucho más bajos, eliminando al mismo tiempo el impacto medioambiental de nuestra producción energética. Una decisión así desencadenaría el mayor ciclo de productividad de la historia: podríamos desalinizar el agua, hacer viables las granjas verticales en casi cualquier lugar, aumentar la potencia de los ordenadores hasta los estados cuánticos y seguir explorando nuevas fronteras en biología y física”.
Para quienes no lo sepan, el Proyecto Manhattan fue organizado por el ejército de Estados Unidos para fabricar la bomba atómica en 1945, que luego desembocó en lo que Eisenhower calificó como “complejo militar-industrial”.