A principios de junio el precio de la gasolina en Estados Unidos superó por primera vez el umbral histórico de los 5 dólares el galón, en un país donde el vehículo es una tercera pierna. La llegada del verano subirá aún más el precio. El precio del diésel y del combustible para aviones ha subido mucho más que el de la gasolina.
La Casa Blanca ha empezado a moverse a la desesperada porque ya no le vale con echar la culpa a Rusia. Biden ha puesto el foco en las petroleras, a las que acusa de obtener grandes beneficios a costa de los automovilistas.
Luego les pidió que aumenten la producción para bajar los precios.
Después volvió a dar otra vuelta al tornillo y pidió al Congreso que suspenda temporalmente el impuesto federal sobre la gasolina de 18 centavos este verano.
Los medios le han vuelto a criticar: una reducción del precio va a aumentar la demanda.
Ayer se reunió en la Casa Blanca con las grandes empresas petroleras (ExxonMobil, Chevron, Philips66, BP, Marathon, Valero y Shell), que le recordaron que las refinerías estadounidenses funcionan al 94 por cien de su capacidad. De la reuión no salió ninguna medida concreta porque la inflación galopante no tiene remedio a corto plazo, “con o sin disparos en Europa del este”, dice la CNN.
Luego Biden se volvió a reunir con las empresas eólicas.
Como ya hemos informado en una entrada anterior, el mes que viene Biden viaja a Oriente Medio para convencer a los saudíes de que bombeen más petróleo. Pero el producor número uno de petróleo es Estados Unidos. ¿Por qué no aumenta su producción?
Porque durante la pandemia nadie quería petróleo. Los precios del crudo llegaron a ser negativos en el mercado mundial y muchas empresas medianas quebraron. La OPEP y Rusia redujeron la producción y las petroleras dejaron de perforar. Se gastaron el dinero en sostener la cotización de sus acciones en Wall Street y cerraron las refinerías más antiguas.
De momento, la época del oro negro ha pasado a la historia. A las petroleras no les interesa gastar dinero en mantener en funcionamiento refinerías antiguas, y las nuevas prefieren abrirlas en Asia, Oriente Medio y África porque las normas ambientales encarecen la producción.
Las petroleras canadienses y estadounidenses han incrementado las exportaciones a Europa porque el margen de beneficios es mayor.
El dinero fácil y las subvenciones impulsan a las petroleras a cambiar el crudo por combustibles renovables. Algunos monopolios, como Shell, han estado reduciendo su capacidad de refinado para producir más biocombustible. En otras palabras, el oro negro ya no es tan negro. Ahora el oro está en las energías renovables.