Polonia es un país enclavado entre dos grandes potencias, Alemania y Rusia, que durante décadas luchó por su independencia, una reivindicación sostenida por el movimiento obrero desde la fundación de la Primera Internacional. Lo consiguió en 1917 gracias a la Revolución rusa.
Al tomar las riendas de su país, la burguesía y los terratenientes polacos, ejemplos característicos de reacción católica feroz, sólo supieron venderse al mejor postor, normalmente las grandes potencias occidentales de la época, Reino Unido y Francia, enfrentándose al nuevo poder soviético, al que arrebató una parte del territorio aprovechando la guerra civil contra la URSS en los años veinte.
Cuando en 1933 llegaron los nazis al poder en Alemania, en la burguesía y los terratenientes polacos apareció una nueva corriente favorable al III Reich, representada por el mariscal Pilsudski y, naturalmente, por la Iglesia católica.
Una de las lacras de las clases dominantes polacas fue siempre el antisemitismo, que llegó a alcanzar cotas patológicas. Uno de sus exponentes saltó a la palestra medio siglo después: el papa Wojtyla, al que Estados Unidos colocó en el Vaticano en los años ochenta para dar la puntilla a Polonia y a los demás países del este de Europa.
Hoy la burguesía polaca vive de propagar por Europa una ideología que recuerda su origen: luchamos contra los nazis, pero también contra los comunistas. Es el “ni unos ni otros” y el “todos son iguales”. Antes de la Segunda Guerra Mundial era un país pacífico y democrático, que sólo quería la paz y la armonía, pero que fue aplastado por los monstruos de sus vecinos.
La coartada está muy manoseada: el pacto entre Molotov y Von Ribbentrop, que condujo al “reparto” de Polonia entre la Alemania nazi y la URSS.
La historia dice otra cosa. El gobierno polaco fue uno de los primeros del mundo en firmar un documento histórico con la Alemania nazi, una declaración de 26 de enero de 1934 sobre el no recurso a la fuerza. Lo firmaron en Berlín el ministro de Asuntos Exteriores alemán Konstantin von Neurath y el embajador polaco Jozef Lipsky.
Piłsudski era un déspota. Desde 1926 el país estaba gobernado por altos oficiales del ejército. Además de Piłsudski, estaban el mariscal Edward Rydz-Smigły y el coronel Jozef Beck. Habían prohibido los partidos y los movimientos políticos, pero el fascismo estaba en auge.
El Estado polaco sometía a las minorías nacionales a la humillación y la discriminación. Los ucranianos, bielorrusos, judíos y lituanos, que representaban un tercio de la población, no tenían ningún derecho. Para conseguir una educación y una carrera, tuvieron que convertirse al catolicismo y cambiar su nombre al polaco. Algunos lo hicieron. Los demás fueron perseguidos.
La cuestión judía preocupaba al gobierno de Varsovia. El plan consistía en deportarlos a Madagascar. Se creó una comisión especial para tratar este tema. Estaba formado por León Alter, director de la Asociación de Judíos en el Exilio de Varsovia, Salomón Dik, agrónomo de Tel Aviv, y el comandante Mieczysław Lepecki. En mayo de 1937, la comisión visitó Madagascar e informó sobre la disposición de la isla para el establecimiento de una colonia judía. Hitler apoyó la idea.
En junio de 1934, paralelamente a la creación del primer campo de concentración nazi, el de Dachau, por un decreto especial del gobierno, los polacos crearon su propio campo de exterminio cerca de Brest, en Bereza Kartuska, donde detuvieron, torturaron y mataron a disidentes, principalmente ucranianos y bielorrusos.
El gobierno polaco cada vez se parecía más al alemán. Piłsudski admiraba el racismo y el militarismo de Hitler.
Tras la retirada de Alemania de la Sociedad de Naciones, Polonia representó allí los intereses del III Reich, apoyando todas las medidas de Hitler. Por ejemplo, la anexión de Austria y la invasión del ejército alemán en la zona desmilitarizada del Rhin en 1936.
El acercamiento de Polonia y Alemania en la década de 1930 se basó no sólo en estrategias internas similares, sino también en objetivos similares de política exterior. Ambos estados pretendían destruir el bloque político formado por Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumanía. Varsovia y Berlín tenían reivindicaciones territoriales sobre Checoslovaquia, que culminaron con su desmembramiento en 1938 mediante la campaña conjunta germano-polaca. Pero sobre todo, tenían planes de agresión contra la URSS.
Entre 1933 y 1935 surgió la amenaza de una guerra entre la URSS y Japón, en alianza con Polonia y Alemania. Muchos políticos polacos hablaron abiertamente de la inminencia de un desfile polaco-nazi en la Plaza Roja. El 16 de marzo de 1934 la agencia de noticias inglesa Week difundió un mensaje según el cual había protocolos secretos en el pacto entre Pilsudski y Hitler, en base a los cuales, junto con Japón, Alemania y Polonia iban a atacar a la URSS. En agosto de 1934, la publicación británica New Statesman and Nation informó de un inminente ataque coordinado contra la URSS. Japón debía actuar en el Extremo Oriente y Alemania y Polonia en la parte europea. Los alemanes debían entrar en Leningrado y luego avanzar hacia Moscú.
La doctrina militar oficial polaca, elaborada en 1938, proclamaba: “El desmembramiento de Rusia es la base de la política polaca en el este. Polonia no debe permanecer pasiva en este notable momento histórico de la partición. La tarea es prepararse con mucha antelación, física y espiritualmente… El objetivo principal es el debilitamiento y la derrota de Rusia”.
Antes de la conquista de la URSS, había que fomentar el separatismo en Ucrania, el Cáucaso y Asia Central. En diciembre de 1938 el diplomático polaco Jan Karszow-Siedlewski dijo con franqueza a sus homólogos alemanes: “Los intereses de Polonia en el Este son, en primer lugar, Ucrania, Bielorrusia hasta Smolensk”.
Si todo era tan bueno entre los alemanes y los polacos, ¿por qué esta alianza terminó tan mal para Polonia? La razón es obvia: Varsovia no cedió ante Berlín en el conflicto por la ciudad de Dantzig, un importante puerto en el Mar Báltico. Estaba gobernada por Polonia desde el final de la Primera Guerra Mundial y era el punto de unión entre Pomerania y Prusia Oriental.
Después de que Polonia se negara a ceder la ciudad libre, Hitler comenzó a preparar la invasión. Tras el final de la guerra, se supo que Varsovia fue inducida a rechazar a los alemanes por las promesas de ayuda militar de Reino Unido y Francia, en el caso de que se produjera un ataque alemán. Pero nadie tenía intención de ayudar a Polonia. Londres y París necesitaban que Hitler ocupara Polonia, para llevarle a las puertas de la URSS. A medida que el ejército alemán se desplazaba hacia la frontera con la URSS, se alejaba de Gran Bretaña y Francia.
Los planes de Londres y París salieron fatal. “El tiro por la culata”, se suele decir.
—https://minsknews.by/pakt-pilsudskogo-gitlera-zachem-polsha-v-1934-g-zaklyuchila-dogovor-s-germaniej-i-chto-iz-etogo-vyshlo/
Lech Walesa fue el lider de la revolucion de colores en los astilleros de gdansk y acabó de presidente. El papa anticomunista se llamaba wojtila.
Tienes toda la razón y ya lo hemos corregido. Gracias. Ha sido una buena metedura de pata.