Es decir, una «nueva Historia» que se sacudiera la hipoteca del positivismo decimonónico como simple narración y enumeración cronológica de hechos y acontecimientos desprovistos de «empaque». No en vano fue la escuela histórica francesa la primera en abrirse a otras ciencias en un intento -siempre utópico, ciertamente- de abarcar el proceso histórico en su totalidad. Una renovación que se llamaría «historia total» o «historia de las mentalidades» y confluyeran en la célebre escuela de los Annales de los Henri Berr, Lucien Febvre, Marc Bloch y otros. Sus pautas se pueden resumir, y es Vilar quien habla, en dos puntos centrales: 1) hay una sola historia; no existen compartimentos estancos entre una historia económica por aquí, otra política por allá ni, digamos, más «historias», haciendo chiste malo, y 2) el historiador avanza por medio de problemas: los documentos sólo contestan cuando se les pregunta siguiendo hipótesis de trabajo; la historia lo es de los hechos de masas, no de los simples «acontecimientos».
L. Febvre abominaba del anacronismo en el uso de las palabras. ¿Quién puede decir que los conceptos nación, Constitución, libertad significaran lo mismo en 1400 que en 1800 o en este minuto? Por cierto que el gran Vilar tiene un montón de páginas dedicadas al estudio (histórico) de las nociones nación, pueblo, país… de alegre uso por quienes no saben ni lo que dicen, pero cobran por ello. Igual es por eso.
Pierre Vilar era marxista y lo decía y proclamaba. No lo ocultaba. Sabía, como Marx, que los hombres hacen la historia, las masas,… sin saberlo. Luego les cuentan otra «historia». Vilar no estaba dispuesto a eso. Su gran obra, su tesina, «Cataluña en la España moderna» no la discute nadie.
Nadie salvo la Escuela Lérdica -que me acabo de inventar- cuyos lerdos miembros blasonan, como hiciera en otro tiempo y contexto Michelet de Francia, que España es, no ya una nación, sino una, cágate lorito, persona. Y yo dando ideas…