Tuve el enorme privilegio de trabajar con Pepe Rei en lo que sin duda resultó ser lo mejor que he hecho en toda mi vida profesional: Un rey golpe a golpe. Cuando en 2016 salí del armario del pseudónimo con el que lo había publicado, quise recordar cómo se había fraguado el libro e incluí en la nueva versión, que saldría a la luz con mi nombre, estas páginas de profundo agradecimiento a Pepe, que hoy creo justo y necesario recordar:
Fragmento de la Introducción a la actualización de Un rey golpe a golpe, publicada en 2016 por la editorial Akal bajo el título Juan Carlos I. La biografía sin silencios
Pasear con Pepe Rei siempre fue una aventura trepidante. Lo digo tanto en sentido figurado (en lo que se refiere a haber tenido el privilegio de vivir de cerca la historia de Ardi Beltza / Kalegorria), como en el más literal. Desde la caza de brujas contra “el entorno” de ETA de 1997, Pepe se había convertido en toda una figura mediática, con constantes apariciones en los telediarios en primetime: en la Audiencia Nacional, introducido en un furgón policial, saliendo de prisión… Y ciertas calles de Madrid no eran precisamente un hervidero de sus fans. A veces le saludaban muy poco afectuosamente y no era demasiado agradable, la verdad. Por eso, en sus visitas a “la capital del imperio”, Pepe insistía en movernos en coche, a veces incluso para desplazamientos ridículos si atendíamos a la distancia, por cortesía hacia nosotros, por mucho que le aseguráramos que no era necesario.
Recuerdo que, junto con mi compañero, el periodista Andrés Sánchez, circulábamos en coche en uno de esos recorridos absurdos por el centro de Madrid, cuando comenzó a contarnos sus planes para el lanzamiento de Ardi Beltza (oveja negra).
Fue después de su juicio en la Audiencia Nacional, en 1997; después del cierre de Egin, en 1998; después de ser detenido, encarcelado y puesto en libertad, en 1999… Todas actuaciones judiciales -una tras otra, sin tregua- que nunca iban a llegar a buen puerto, fallidas en el intento desde el principio; pero con un daño inmediato indiscutible, y encaminadas más a medio y largo plazo a minar la moral y la paciencia de los más resistentes. Era increíble que después de todo eso Pepe tuviese energías, no ya para continuar, sino para empezar de cero con un proyecto nuevo tan ambicioso y tan difícil. Pero así era Pepe.
Cuando le conocí, hacía poco tiempo que yo había terminado mi frustrante tesis doctoral e intentaba ganarme la vida como reportera free-lancer, con temas de sociedad que a duras penas conseguía que llegasen a las páginas de revistas como Interviu, Tiempo, Tribuna… Mi única válvula de escape, el semanario Artículo 20, estaba a punto de cerrar sus puertas definitivamente, tras una huelga (en la que yo no tomé una parte activa, porque era solo colaboradora) que acabó como el rosario de la aurora (según la empresa editora se llegaron a lanzar huevos al director, José Luis Balbín; y yo no voy a reconocer más…). En ese contexto el discurso de Pepe era una bocanada de aire fresco que me reconciliaba con mi pasión por el periodismo.
A medida que nos iba contando el proyecto, me contagiaba su entusiasmo. Parecía dar especial valor a temas que hubieran rechazado revistas convencionales por cuestiones políticas o de conflicto con las empresas que pagaban la publicidad de las publicaciones… De eso había mucho en los cajones de los periodistas free-lancers en Madrid; e incluso de los que no eran free-lancers, como Andrés, y que estarían dispuestos a pasarlos a Ardi Beltza para publicarlos bajo seudónimo. Hablamos de temas que yo ya tenía en aquel momento listos y por distintos motivos no había podido colocar. Casi todos le parecían interesantes. Pactamos en aquel momento una colaboración estable y comprometida por mi parte, que se iba a mantener todo el tiempo que duró la publicación; aunque siempre bajo seudónimo (sobre todo, para no poner en dificultades con mi firma la inestable estabilidad laboral de mi compañero, Andrés Sánchez, en Interviu: temíamos que sus jefes, que desde hacía tiempo acechaban un motivo procedente para despedirlo, lo fueran a encontrar no ya en su colaboración, que por supuesto también la hubo, sino en la mía, atribuyendo su autoría a los trabajos bajo mi firma).
En la misma sustanciosa conversación, nos contó Pepe cómo pensaba financiar la publicación (que nadie piense mal: tendría que ser sostenida por los propios lectores, distribuyéndose exclusivamente mediante suscripción: quién quisiera leerla tendría que pagar todo el año; en aquel momento estaban en plena campaña de captación de suscriptores, previa al lanzamiento). Y nos habló de la línea editorial que pensaba iniciar en paralelo, incluyendo en el paquete anual de suscripción cuatro libros que, evidentemente, todavía no existían. Todavía no existían y Pepe quería ideas… pero algunas ya las tenía bien pensadas.
Uno de los primeros libros (quizá el segundo o el tercero de la colección, calculaba) habría de ser sobre el rey. Un tema tabú donde los haya, quizá el más tabú de todos. Ese libro quería Pepe que fuera un bombazo y seña de identidad de la publicación. Se trataba de hacer una biografía no autorizada que recogiese lo más destacado sobre el monarca, de la multitud de informaciones que circulaban fragmentadas en un exclusivo boca a boca en los mentideros de la corte, o que dormían el sueño de la censura en los cajones de la conciencia (o de alguna publicación poco audaz). Pepe necesitaba un periodista serio, riguroso, con cabeza, que escribiera bien… Pero tampoco era necesario -nos explicaba- que realizase una gran labor de investigación: sería un trabajo sobre todo de documentación; y Pepe y otros colegas le iban a facilitar el contacto para entrevistas confidenciales a personajes relevantes, y el acceso a diversas fuentes extraoficiales e inéditas. Podría firmar bajo seudónimo y se garantizaba la confidencialidad.
Yo le escuchaba cada vez más inquieta en el asiento delantero del coche, girándome hacia atrás para mirarle y pasando por la mirada escorada de Andrés al volante… Mi compañero definía ciertos aspectos de mi carácter como una pertinaz querencia a saltar en los charcos sin calcular bien los riesgos, y creo que adivinaba lo que quería decir en aquel momento. Era una novata sin apenas experiencia en el mundo del periodismo; pero hacía poco tiempo, como ya dije, que había terminado una frustrante tesis doctoral, precisamente sobre el rey (sobre sus discursos y su repercusión en la prensa, para ser exactos).. Y digo “frustrante” porque la elección del tema se había hecho con toda la intención, pero el resultado de mi trabajo se quedó muy corto en cuanto a capacidad crítica sobre la institución monárquica (mucha lingüística pragmática y poca conclusión política).
Me había pasado varios años leyendo hasta entre líneas todo lo que caía en mis manos sobre la vida y milagros del monarca y la transición española, escudriñando en las hemerotecas las páginas de la prensa que hacían la más mínima referencia al rey, interpretando gestos y analizando campañas mediáticas… Y disponía de unos archivos bien ordenados con una documentación extensa a los que apenas había podido sacar provecho en la redacción de la tesis, con cuyo resultado nunca estuve satisfecha. ¡Yo quería hacer ese libro! Yo prometía ser “seria” y “rigurosa” y poner mis cinco sentidos en ello. Prometía ajustarme al pie de la letra a todos los objetivos del editor, cumplir todos los plazos, dejarme ayudar, aconsejar y criticar todo lo necesario… Yo quería escribir ese libro. De hecho, ya estaba empezando mentalmente a darle vueltas al caldo de ideas y a pensar en cómo deconstruirlo en capítulos, cómo organizar la información…
No sé a dónde nos dirigíamos en aquel coche aquel día, eso no lo recuerdo. Pero sí que, para mi gran alivio, Andrés no puso objeciones al menos en voz alta a mi osadía, planteada con la ansiedad e insistencia de una niña frente a un escaparate de caramelos; incluso apoyó con alguna frase que sí podía ser “seria” y “ rigurosa” y esas cosas… Y Pepe, aunque es cierto que hacía muy poco que nos conocíamos, se lanzó a la piscina de creer en mí, con ese atrevimiento con el que acometía casi todo lo que hacía.
Visto ahora, con la distancia de más de una década, no puedo menos que idealizar un poco aquella etapa, atroz en algunas cosas, apasionante siempre. Hicimos varios libros y un montón de reportajes, en una constante vorágine de actividad. Para coordinarnos, planificar proyectos y, sobre todo, reír juntos del éxito que suponían los ladridos impotentes del poder cuando cabalgábamos, Andrés y yo viajábamos a Euskadi, Pepe bajaba a Madrid, nos llamábamos varias veces al día por teléfono… No parábamos y, todo hay que decirlo, pese a la multitud de dificultades y contratiempos, lo pasábamos en grande. ¡Cuánto aprendí en aquellos paseos con Pepe, por la Concha o por la zona vieja de Compostela o por donde nos pillase! No solo de periodismo, sino sobre todo de actitudes ante la vida, en la lucha, inasequibles al desaliento.
Ardi Beltza vio la luz por primera vez en enero de 2000 y tuvo una intensa y corta vida de poco más de un año, en el que se convirtió en la segunda revista vasca de información general. Durante sus primeros meses se fue pergeñando el libro del rey, en un ritmo de trabajo casi relajado al principio. Recopilaba información nueva, hacía entrevistas…. y pensaba, en interminables conversaciones con Andrés, en la forma y estructura que había que darle. Cuando se acercaba el otoño, hubo que pegar un extraordinario y estresante acelerón para cumplir con el plazo que nos habíamos propuesto. Pero las ideas sobre lo que había que decir estaban ya tan claras que la redacción salía del tirón, casi sin esfuerzo, como si estuviera ya escrito de antemano. Sin tiempo ya ni para que Andrés pudiera leerlo, aunque su colaboración había sido extraordinaria en toda la fase previa, yo le iba entregando el texto capítulo a capítulo a Pepe por correo electrónico, y él lo revisaba y lo enviaba a imprenta, directamente, con plena confianza. Me llamaba cada noche para comentar algunos cambios y correcciones que había hecho, pero se le notaba satisfecho con el trabajo.
Lo último que envié fue el rebuscado seudónimo que enmascararía mi nombre, y la biografía para la solapa:
La autora: Patricia Sverlo
Este libro no podría ser obra, evidentemente, de un monárquico, y, en efecto, Patricia Sverlo no lo es. Su formación en el campo del periodismo, en gran medida autodidacta, se ha centrado en lo que considera tres herramientas básicas: aprender a escuchar, observar y leer entre líneas; a expresarse sin autocensura; y a reconocer para quién se trabaja; es decir, el lado de la Historia desde el que se escribe. En cuanto a sus obras, las que ha hecho más a gusto, nunca pudo firmarlas, por lo que su curriculum oficial carece aquí de mayor interés. El presente libro es otra de las que quedarán fuera de él. Como la realidad manda, la editorial Ardi Beltza ha aceptado la responsabilidad, ya que en las actuales circunstancias políticas un proyecto de estas características es inasumible individualmente por nadie. El seudónimo Patricia Sverlo, más que a una persona, representa un “estado de situación” que, esperamos, cambie en el futuro.
No diré que estábamos “asustados”, pero sí en estado de alerta, desasosegados, cautelosos en nuestro bullebulle… No sabíamos qué iba a pasar, nunca se había publicado nada así, ni parecido… Cuando entregué las últimas páginas llevaba meses encerrada escribiendo, sin apenas salir de casa ni hacer vida social en absoluto, en una burbuja de concentración y expectación extraña. Me marché con Andrés al día siguiente a un viaje cuyo destino decidimos en el momento en una agencia de viajes, casi al azar, a lo más distante y exótico que permitía nuestro presupuesto: Sri Lanka, que en aquellos momentos estaba en Estado de excepción por el conflicto con los independentistas tamiles del norte (con Andrés los viajes nunca eran turísticos). No sabíamos si al regreso nos íbamos a encontrar el libro secuestrado, a Pepe Rei en la cárcel, una orden de busca y captura contra el autor… Hubiera deseado que el viaje durase mucho más, que a nuestro regreso ya hubieran pasado meses desde la publicación y ya se hubiese calmado cualquier temporal que hubiera podido provocar… Pero cuando llegamos todo estaba tranquilo, en una calma chicha todavía.
Un rey golpe a golpe salió a la venta a tiempo para la feria del libro de Durango y esa fue su verdadera presentación en sociedad, más que la distribución a los 12.000 suscriptores de Ardi Beltza por correo. Fue toda una satisfacción oír cómo batía récords de ventas día tras día, y las cariñosas quejas de Pepe Rei porque le dolía la mano de tanto firmar ejemplares de un libro que no había escrito él. La acogida fue extraordinaria; y, como autora, disfrutaba enormemente escuchando los comentarios llenos de entusiasmo de personas que no tenían ni idea de mi autoría. En seguida Pepe comenzó a lanzar nuevas ediciones, con unas tiradas impresionantes que sin embargo se vendían rápidamente.
Y eso que su presentación fue prohibida en distintos medios, y que las publicaciones se negaban a publicar siquiera el anuncio -pagado- en sus páginas. Muchos libreros, cubriéndole la espalda al monarca, no querían venderlo. En Madrid, solo algunas librerías pequeñas y alternativas lo distribuyeron. El Corte Inglés se negó en rotundo, y eso que la distribuidora ya había abierto esa vía comercial, muy astutamente, antes, con el libro sobre el programa “Gran hermano” (que, por cierto, a otra escala, también había tenido muy buenas ventas, y el Corte Inglés lo sabe bien). La Casa del Libro atendía por encargo las peticiones de la clientela, por debajo del mostrador, con los ejemplares escondidos en un cajón muy lejos de los expositores. Aun así, Un rey golpe a golpe se vendía como rosquillas, por más que ninguna de las revistas especializadas en novedades editoriales y listas de ventas hicieran referencia alguna jamás.
A casi nadie nos quedaron dudas de que el libro fue una de las razones -aunque hubo otras: el trabajo en la redacción de Ardi Beltza era muy intenso- por la que la revista fue ilegalizada, si bien nunca se la mencionó como tal en el sumario judicial ni en las noticias de la prensa. El 19 de enero de 2001, el superjuez Baltasar Garzón ordenó la enésima detención de Pepe Rei, que se produjo en la redacción de Orereta. Tampoco quedaron claros los motivos, pero la sombra de Un rey golpe a golpe revoloteaba por ahí. Estaría encarcelado 145 días en Alcalá-Meco, secuestrado por el Estado, hasta que un auto de la Sala Cuarta de la propia Audiencia Nacional contra las tesis de Garzón ordenó su libertad, el 13 de junio de 2001.
La ilegalización de Ardi Beltza no sirvió de mucho: nació Kalegorria (calle roja) en mayo de 2001, y Un rey golpe a golpe volvió a publicarse a cargo de Miatzen, la editora de la revista, domiciliada en el Estado francés para mayor seguridad. Se siguió vendiendo a buen ritmo y además se tradujo al catalán, aunque la campaña en su contra también continuó, por supuesto.
Incluso se persiguió su derecho a estar en una biblioteca pública: ABC denunciaba el 22 de enero de 2001, como si fuera un gran escándalo, que organismos como la Diputación de Guipúzcoa y el Ayuntamiento de Bilbao dispusieran de ejemplares en sus respectivas bibliotecas. Y aunque se donaron ejemplares a muchas otras, como la Biblioteca de la Universidad de Santiago de Compostela, no llegó a figurar en sus catálogos. El Mundo, por su parte, difundía en grandes titulares (el 3 de marzo de 2002) las críticas del PP a un supuesto apoyo institucional al libro en Baleares, porque se había consentido que la edición catalana fuera presentada en el marco de la XIII edición de la Setmana del Llibre en Català, organizada por el Gremi de Llibreters, en colaboración con el Govern Balear y el Consell de Mallorca; y eso que reconocían en el mismo artículo que Un rei cop per cop, presentado apenas unos días antes, estaba ya agotado, lo que corroboraba que existía una demanda importante de la obra que justificaba la traducción que se había hecho de ella (de hecho, en el mes de noviembre se situaba en el lugar número 15 de la lista de los 25 más vendidos en Cataluña).
Repito que es difícil no idealizar aquella época, llena de pequeñas y grandes satisfacciones, aunque fueran de esas que no sirven en absoluto para escalar puestos ni “triunfar”, en el sentido más convencional que la sociedad suele darle al término. Una etapa llena de sueños y proyectos que veías crecer poco a poco e ir tomando cuerpo. Recuerdo que a comienzos de 2002 ya se había puesto en marcha la versión digital y la incipiente actividad audiovisual de Kalegorria, con la producción de dos documentales. Preparábamos un tercero basado en el libro, y yo trabajaba en el guion al tiempo que comenzaba a recoger información para una especie de segunda parte en papel, que estaría centrada en la figura del príncipe Felipe. En aquella época mi actividad laboral ya se desarrollaba en exclusiva en la empresa Kalegorria, aunque desde la distancia de Madrid y sin que mi nombre apareciese por ningún lado.
Y, entonces, pasó lo que pasó. En agosto de 2002 Pepe Rei sufrió un accidente de circulación en la variante de Donosti, con el resultado de una grave lesión cerebral. Las secuelas que ha dejado le han impedido poder seguir dedicándose a su pasión: el periodismo de investigación. Su gran proyecto quedó huérfano y, aunque Kalegorria todavía se mantuvo en pie durante un tiempo, acabó resintiéndose irremediablemente de la pérdida y las dificultades económicas terminaron por devorarla.
Nunca podré llegar a expresar todo lo que he echado de menos a Pepe, tanto profesional como personalmente estos años, si bien hemos mantenido un contacto limitado pero profundamente afectivo siempre, al amparo de su admirable compañera Miren, entrañable amiga para mí. En lo profesional he de reconocer que el mundo se me vino abajo. Después de todo lo que habíamos vivido, me resultaba imposible volver a hacer “reportajillos” -cada vez peor pagados, además- para semanarios convencionales sobre temas estúpidos. Hay caminos que tienen muy difícil vuelta atrás. Y en poco más de un año decidí que, como eso de comer todos los días y llegar a fin de mes era a pesar de todo imprescindible, habría que buscar una solución.
Desde 2004 intenté compaginar la actividad periodística en medios alternativos (nada rentables en lo económico, aunque sí en cuanto a los compromisos éticos adquiridos con el oficio) con mi trabajo como profesora de secundaria de Lengua y Literatura (en un instituto de Entrevías, en Madrid, que también tiene su reto). Y en 2006, alentada por alguna que otra oferta editorial, acometí por primera vez la revisión del libro, que ya estaba descatalogado pero seguía difundiéndose y comentándose en Internet. Pasaba el verano en Cedeira (Galicia), al borde del mar, ordenador en ristre y chaqueta gruesa al hombro para defenderme del viento nordés, cuando llegó otro terrible mazazo: la muerte de mi compañero Andrés Sánchez, repentina y fulminante.
Se podrá comprender que quedara noqueada un tiempo, sin ánimo para volver sobre el tema. Publiqué desde entonces, eso sí, algunas cosas sueltas que iban saliendo al paso, en El otro país (sobre las cacerías del rey y sobre la muerte de la hermana de Letizia Ortiz), y en Diagonal (una entrevista con Martínez Inglés, algunos apuntes sobre los negocios en Mallorca de Urdangarin y compañía…); pero poca cosa. Y solo ahora he tenido el valor de retomar una tarea que, cuanto más tiempo pasa, más urgente se hace pero también más difícil. Han pasado más de 15 años desde la primera edición y hay cada vez más cosas que actualizar.
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