Parece el guión de un largometraje de acción, pero es un espejo fiel del estado actual de las relaciones internacionales: la semana pasada Irán robó dos aviones Airbus A340 estacionados en un hangar del aeropuerto de Siauliai, en Lituania.
Los aviones habían sido alquilados por la empresa gambiana Macka Invest. Debían dirigirse a Sri Lanka y Filipinas, pero acabaron aterrizando finalmente en Irán. El botín se estima en unos 300 millones de dólares.
Los hechos se remontan a febrero de este año. El aeropuerto dio autorización de despegue a ambos aparatos, que nunca llegaron a su destino. Aterrizaron en Irán, donde apagaron los transpondedores.
Poco después, la plataforma aérea suiza ch-aviation informó de que un avión había aterrizado en el aeropuerto de Mehrabad, en Teherán. El segundo aterrizó en la pista del aeropuerto de Konarak, en Chabahar, al sur del país.
Un tercer avión, que todavía pertenece a Macka Invest, permaneció en el aeropuerto lituano. Según la directora, Aurelia Quezada, “no le permitieron despegar por los repuestos que llevaba”.
Burlando el embargo, en 2020 el gobierno iraní ya adquirió dos aviones A340 de la Fuerza Aérea francesa vendidos en una subasta. Ambos aparatos fueron comprados por 840.000 euros y recuperados después de un rocambolesco viaje que aquella vez acabó en Istres, Indonesia.
Los países sometidos a los bloqueos y sanciones tienen que inventar estos antídotos. Todo es ilegal, todo está prohibido y, al mismo tiempo, todo está permitido, incluso montar este tipo de espectáculos para asegurar la movilidad y los desplazamientos aéreos de un país.