Mayo del 68 no fue sólo París sino una crisis generalizada del capitalismo que se extrendió por varios países que en aquella época se definían a sí mismos como “el mundo libre”. Es el caso de México, donde el gobierno se sintió libre para asesinar indiscriminadamente a más de 300 estudiantes que protestaban en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.Fue el 2 de octubre de 1968, en plena capital mexicana, y ahora 50 años después, miembros del Comité 68 ProLibertades Democráticas quieren reabrir el proceso contra Luis Echeverría Álvarez, quien durante la protesta era el secretario de Gobernación, al que acusan de “genocidio”, un término que se está convirtiendo en multiusos.
La imputación judicial deja al margen a un personaje clave, como la CIA, que nunca falta en este tipo de carnicerías. La CIA planificó, asesoró y llevó a cabo labores de inteligencia a favor del gobierno mexicano. Mucho de lo que sabemos de la matanza es gracias a los archivos de la CIA que se han desclasificado (*).
Winston Scott, el capo de la CIA en México, operaba desde la embajada de Estados Unidos desde 1956 y había convertido al gobierno mexicano en un nido de espías. Era amigo del Presidente Gustavo Díaz Ordaz, de Luis Echeverría y de altos funcionarios mexicanos que espiaban a su propio país en beneficio de los vecinos del norte.
Entre 1956 y 1969 Scott reclutó en los niveles más altos del gobierno a un total de 12 espías, entre ellos dos Presidentes y dos hombres que posteriormente fueron condenados por crímenes de guerra. Iniciada en 1960, Litempo era el nombre en clave que la CIA dio a aquella red de traidores. Las letras “li” eran el código que la CIA daba a sus operaciones secretas en México; “tempo” lo utilizaban para indicar el nombre secreto de cada una de ellas. Operación Litempo-1, por ejemplo, era Emilio Bolaños, sobrino de Gustavo Díaz Ordaz, secretario de Gobernación y presidente en los años sesenta. Diaz Ordaz era Operación Litempo-2. Como su predecesor en los Pinos Adolfo López Mateos, eran amigos personales de Scott. Asistieron a la boda con su tercera esposa, en diciembre de 1962, con López Mateos fungiendo como padrino, o testigo principal, en la ceremonia.Scott también cultivó su relación con Fernando Gutiérrez Barrios, quien era conocido como Litempo-4, en la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Scott conocía a El Pollo por lo menos desde 1960. Gutiérrez Barrios asistió a Scott en los días de pánico posteriores al asesinato del presidente John F. Kennedy, en noviembre de 1963, al interrogar a mexicanos que habían tenido contacto con el acusado como asesino, Lee Harvey Oswald.
Otro de los agentes de Scott, según los registros de la CIA, era Luis Echeverría, subsecretario de Gobernación a principios de los años sesenta, que es identificado como Litempo-8. Echeverría empezó a manejar solicitudes especiales del gobierno estadounidense para conceder visados a viajeros cubanos que buscaban huir de la Isla. Cuando Echeverría ascendió en la jerarquía mexicana, también lo hizo en la importancia que le daba su amigo norteamericano. Se convirtió en un invitado ocasional a las cenas que Scott daba en su casa de las Lomas de Chapultepec.
En 1966 un subordinado no identificado de Gutiérrez Barrios, conocido como Litempo-12, comenzó a tener reuniones diarias con George Munro, uno de los peones de confianza de Scott, para traspasar copias de informes procedentes de sus agentes en la DFS sobre insurgentes. Litempo-12 se convirtió en la fuente más productiva de información sobre el Partido Comunista, cubanos en exilio y grupos culturales del bloque soviético.
Además, Scott tenía una red de confidentes en la universidad mexicana y otras escuelas, llamada Limotor, que lo mantenía bien informado sobre el campus universitario.
La información circulaba en las dos direcciones. Ferguson Dempster, un alto oficial de la inteligencia británica destacado en México, y amigo de mucho tiempo de Scott, contó a uno de los hijos de éste, que Scott entregaba un reporte diario al presidente mexicano sobre los «enemigos de la nación».
Cuando en 1968 el movimiento estudiantil convulsionó las calles de la capital, la Operación Litempo cobró mayor importancia. Scott se apoyó en sus peones en la cúspide del gobierno mexicano para seguir el curso de los eventos que el 2 de octubre culminó en la matanza.
Tras los acontecimientos de mayo en París, la embajada de Estados Unidos en México compiló una lista de 40 incidentes aislados de agitación estudiantil desde 1963, pero Scott creía que en México Día Ordaz tenía la situación bajo control y así lo hizo saber a la central de la CIA en Langley.
A finales de agosto, Díaz Ordaz designó a Echeverría para diseñar la respuesta gubernamental a los disturbios estudiantiles. Pero el jefe de la DFS, Fernando Gutiérrez Barrios, confesó que el gobierno no contaba con ningún plan para enfrentar los desórdenes estudiantiles, según un despacho confidencial de la CIA.
Los comunistas infiltrados no podían faltar
Scott enviaba frecuentes informes de situación, conocidos en la CIA como “sitreps”, en los que al más puro estilo de la Guerra Fría, hacía énfasis en la filiación comunista de los profesores que dirigían el movimiento estudiantil. En un informe de agosto de 1968, titulado “Los estudiantes escenifican desórdenes mayores en México”, el espía argumentaba que los disturbios en el Zócalo representaban “un clásico ejemplo de la habilidad comunista para transformar una manifestación pacífica en un disturbio mayor”.
Otro de sus informes dice: “Pese a que el gobierno pretende tener sólidas evidencias de que el Partido Comunista maquinó el alboroto del 26 de julio, y aparentes indicios de complicidad de la Embajada soviética […] es improbable que los soviéticos socavaran así sus cuidadosamente cultivadas relaciones con los mexicanos”.
Coincidió con las Olimpiadas que, como suele ocurrir, sirvieron para lavar la cara a los crímenes más espantosos. Los intereses turísticos y comerciales llamaban a una acción rápida, pero las movilizaciones estudiantiles no cedían. Los mexicanos se estaban liberando del miedo hacia su gobierno.
A fines de septiembre, Scott reportó que el gobierno mexicano “no está buscando una solución de compromiso con los estudiantes, sino más bien poner fin a todas las acciones estudiantiles organizadas antes de que empiecen los Juegos Olímpicos… Se cree que el objetivo del go[bierno] es cercar a los elementos extremistas, y detenerlos hasta que pasen las Olimpíadas”, programadas para su inauguración a mediados de octubre.
“Los dirigentes de la agitación estudiantil han sido y están siendo llevados a la cárcel”, dice Scott en uno de sus informes. “La ofensiva [gubernamental] contra los desórdenes estudiantiles se ha abierto hacia frentes físicos y psicológicos”, añade. “Cualquier estimación como ésta, de la probabilidad de actos intencionales diseñados para alterar el curso normal de los acontecimientos, debe tomar en cuenta la presencia de radicales y extremistas, cuya conducta es imposible de predecir. Y personas y grupos como estos existen en México», escribió el 2 de octubre, momentos antes de la matanza.
¿Radicales?, ¿extremistas?, ¿impredecibles? Los espías de la CIA no tenían ni la más remota idea de lo ocurrido.
El espía que no sabía nada
La manifestación en Tlatelolco se inició alrededor de las cinco de la tarde. Al atardecer, se habían reunido entre cinco y diez mil personas. Los tanques rodearon la Plaza y los jefes militares recibieron la orden de impedir que el acto se llevara a cabo.
Un grupo de oficiales vestidos de civil, conocido como el Batallón Olimpia, debían impedir que cualquiera entrara o saliera de la Plaza, mientras los dirigentes estudiantiles eran detenidos. Finalmente, un grupo de policías recibió la orden de detener a los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga.
Hasta treinta años después nadie supo que Luis Gutiérrez Oropeza, el jefe de Estado Mayor del ejército mexicano, había apostado en el piso superior de un edificio a diez hombres armados y les había dado órdenes de disparar sobre la multitud. Actuaba por órdenes de Díaz Ordaz, según publicó Proceso en 1999.
De acuerdo con el libro de Jorge G. Castañeda, Oropeza era el enlace entre Díaz Ordaz y Echeverría. También era amigo de Scott y cenó por lo menos una vez en su casa, de acuerdo con un libro de invitados conservado por su familia. Sin embargo, aún no ha aparecido documentación explícita de que Oropeza fuera uno de los sicarios de Litempo o de que el 2 de octubre actuara por órdenes de la CIA.
Justo en el momento en que un orador de los estudiantes anunciaba que la marcha programada no se llevaría a cabo por la amenaza de violencia armada, aparecieron repentinamente bengalas en el cielo y todo mundo miró automáticamente hacia arriba y los francotiradores apostados iniciaron el tiroteo, algo que se ha repetido luego en muchos lugares, como Plaza Maidan en Ucrania o Plaza Tahrir en El Cairo.
Fue una ratonera. Una ola de gente corrió hacia el otro extremo de la Plaza, para toparse con una fila de soldados que venía en sentido opuesto. Corrieron entonces hacia el otro lado, donde estaba la zona de fuego. Cayendo en la trampa de la provocación, el ejército persiguió a los manifestantes y unas horas después, la Plaza estaba inundada de cadáveres. A los estudiantes los reunieron a culatazos los obligaron a desnudarse. Los periodistas fueron detenidos, se les confiscaron sus rollos fotográficos y todo su material. Los detenidos fueron encarcelados y enviados a campos militares de detención.
Scott envió su primer informe alrededor de la medianoche repleto de falsedades: “Una fuente clasificada dijo que los primeros tiros fueron disparados por estudiantes, desde departamentos del edificio Chihuahua”.
Ninguno de los informes que Scott envió a sus jefes era cierto. Es como admitir que una agencia de información no tiene ni idea de lo que ocurre.
Lo mismo cabe decir de los policías del FBI en México que trabajaban con Scott, aunque su imaginación falsaria era aún mayor: en sus informes reconvirtieron a la Brigada Olimpia en un grupo trotskista armado, a su vez vinculado con comunistas de Guatemala…
En fin, la matanza era como todas las demás: la obra de un plan comunista perfectamente planificado.
La otra parte de la desinformación también es de manual: se trata de gente venida del extranjero, lo que encajaba con la Guerra Fría, la cercanía de Cuba, las Olimpiadas… “Muchísima gente ha entrado al país”, dijo el Presidente. “Las armas usadas eran nuevas y tenían borrado el número de registro. Los grupos de Castro y del comunismo chino estaban involucrados en el esfuerzo. Los comunistas soviéticos tendrían que ponerse a la altura para evitar que se les llamara gallinas”.
En Washington el asesor de seguridad del Presidente Johnson, Walt Rostow, intentó clarificar la chapuza de informes que les llegaban sobre la matanza. “¿Es posible verificar la historia del FBI sobre una Brigada Olimpia compuesta por comunistas que había provocado un tiroteo?”, preguntaban desde la Casa Blanca.
En efecto, les respondió Scott desde Mérxico: un pequeño grupo de estudiantes trotskistas había formado la Brigada Olimpia para volar transformadores, secuestrar autobuses que transportaran atletas e impedir las celebración de las Olimpiadas…
O Scott no sabía nada sobre la matanza o mentía descaradamente. Un consejero de la embajada de Estados Unidos en México, Wallace Stuart, confesó más tarde que la CIA había presentado 15 versiones diferentes del tiroteo de Tlatelolco: “¡Todas ellas procedían de fuentes fiables o de observadores entrenados sobre el terreno”
Es uno de los problemas clásicos de todos los espías. Dependen tanto de sus fuentes (que a la vez son juez y parte) que no tienen forma alguna de conseguir información fidedigna. Como dice Jefferson Morley, el biógrafo de Scott, “el titiritero se había convertido en títere”.
Ocho meses después, a Scott le despidieron como jefe de la CIA en México. Al año siguiente le concedieron uno de los honores más altos del espionaje: la Medalla de la Inteligencia Distinguida. El texto que acompañaba a la medalla se refería al programa de Operación Litempo como uno de sus más grandes logros.
El espía que no se enteraba de nada murió en México en 1971 pero, como dice su biógrafo, “la CIA llegó a México para quedarse”.
https://nsarchive2.gwu.edu//NSAEBB/NSAEBB204/index.htm
De hecho hay una teoría que indica que en México y Latinoamérica, los presidentes al ser electos son dados de alta como agentes de la CIA, al igual que el secretario de defensa y autoridades del más alto nivel. De ahí la imposibilidad de juzgarlos por sus crímenes, la inmunidad en EE.UU y las inexplicables fortunas de las que gozan.