Nunca llueve a gusto de todos

La doctrina del calentamiento del planeta va asociada a varios fenómenos ambientales, como son las sequías y la desertificación del suelo. A quienes creen en ese tipo de fantasías se les ocurrió construir una “gran muralla verde” en África, plantando una enorme hilera de árboles a lo largo del Sahel (1).

No va a ser necesario. Este año ha llovido torrencialmente en el Sáhara, han reaparecido viejos lagos y desde el espacio las imágenes muestran que el desierto pierde terreno en favor de la vegetación.

La naturaleza es agradecida, incluso en el Sahara, donde la flora ha respondido casi de inmediato a la lluvia. No es un fenómeno tan inusual y, como los últimos meses ha llovido tanto, crecen las plantas, que incluyen arbustos y árboles en las zonas bajas, como los lechos de los ríos (2).

Además de la vegetación, también aparecen lagos en medio de las arenas, como el Iriki en el sur de Marruecos, que había desaparecido hace 50 años (3).

Pero nunca llueve a gusto de todos. Las nubes se mueven de su sitio y, como consecuencia de ello, descargan donde menos se lo esperan los meteorólogos. El agua cae cuando no debe o donde no debe, se lamentan los doctrinarios. A veces llueve mucho y otras no cae ni gota. La atmósfera no cumple con las normas que los “expertos” tienen previstas. Hay partes del desierto del Sahara que son hasta más de seis veces más húmedas de lo que deberían ser, se lamenta la CNN (4).

Si las sequías no gustan, los aguaceros tampoco, y los académicos se rompen la cabeza para explicar lo que consideran como “anomalías climáticas”: una vez obtenido un promedio estadístico, todas las mediciones reales son consideradas como “anomalías”: las temperaturas, los vientos, la humedad, los ciclones…

Como suele ocurrir, cuando los hechos no confirman una teoría no sólo no la desautorizan sino que la integran en una ensaladilla indigesta de incoherencias capaz de explicarlo todo o, mejor dicho, de confundirlo todo.

La culpa es siempre la misma, el “cambio climático”, que juega el mismo papel que el “chivo expiatorio” en la Edad Media. Es “el malo” de todas las películas. Por primera vez en la historia de la ciencia, una misma causa, el “cambio climático”, explica un fenómeno y su contrario: tanto las pertinaces sequías como los aguaceros.

Además, presentan unos y otros como si fueran extraordinarios. Así está apareciendo un subgénero de la doctrina al que llaman “fenómenos meteorológicos extremos”, como si eso pudiera reforzar sus postulados.

Tanto si son extremos como si no, los fenómenos meteorológicos son parte de la naturaleza. La humanidad los conoce desde siempre y, en ocasiones, sus consecuecias son devastadoras. Pero eso ocurre con las inundaciones tanto como con las sequías. Las “guerras del agua” se producen tanto por exceso como por defecto y las consecuencias de unas y otras son también las mismas: desplazamientos poblacionales, que la CNN calcula en “cientos de miles”. Si no llueve las personas se desplazan hacia un lado y si llueve demasiado regresan al lado contrario.

A la humanidad le gustaría controlar los fenómenos meteorológicos, que lloviera siempre en el momento y en el lugar oportunos, que no hubiera vientos huracanados… Aún no hemos llegado a ese punto.

(1) https://www.sciencenews.org/article/africa-great-green-wall-trees-sahel-climate-change
(2) https://abcnews.go.com/International/parts-sahara-desert-turning-green-amid-influx-heavy/story?id=113927214
(3) https://www.eltiempo.es/noticias/el-lago-iriki-reaparece-en-el-sur-de-marruecos-despues-de-50-anos-debido-a-intensas-lluvias
(4) https://edition.cnn.com/2024/09/13/weather/sahara-desert-green-climate/index.html

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