Nicolás Bianchi
Ahora –de momento la última plaga bíblica- nos salen con el “pepinazo” y nos hablan de pérfidas bacterias intrínsecamente malignas y antropomorfizadas como si estuvieran pertrechadas con cartucheras y cananas de genomas diseñados aposta sólo para jodernos el piscolabis dominguero. Va a resultar que las bacterias se dividen en dos: las “demócratas” y las “terroristas” que van por libre y se la pasan maquinando siniestros planes para amargarnos el picnic.
Y la cosa viene ya de origen. La microbiología definió a una parte de la naturaleza viva (bacterias, virus) como un enemigo –según me informa un camarada a quien sigo- , desatando una paranoia de medidas higiénicas contra lo que consideraba peligrosos parásitos. Los investigadores buscaban un hábitat aséptico, sin virus, bacterias, hongos o insectos, es decir, dieron por supuesto que eso era posible, como también supusieron que era posible fabricar sustancias químicas artificiales (antivirales, antibióticos, insecticidas) capaces de lograr su objetivo exterminador.
Sucede que los antibióticos no han acabado con las bacterias, sino al revés. Ocurre que ahora hay bacterias más resistentes. Y es que, como dice Miguel Jara (que no es mi fuente), las bacterias no son patógenas en sí, sino que se vuelven “malas” como consecuencia de algún tipo de agresión o desequilibrio en su entorno, o sea, se defienden. Y un abuso de antibióticos puede provocar nuevas bacterias incontrolables.
Lo advirtió el mismo el mismo Fleming: ”los que abusen de la penicilina serán moralmente responsables de la muerte de los pacientes que sucumban a las infecciones de gérmenes resistentes” (New York Times, 26 de junio de 1945). La penicilina (que, por cierto, no la inventó Fleming, que esa es otra) no aniquilaba a las bacterias sino que las modificaba, creaba otras capaces de subsistir en un medio hostil. Cuando a partir de 1935 se empezaron a utilizar sulfamidas y luego antibióticos, se comprobó que las bacterias se adaptaban a ellos adquiriendo una resistencia creciente, de manera que para lograr la efectividad del antibiótico era necesario aumentar la dosis o aplicar otro diferente. Los conejos de hogaño australianos no son los mismos que los que murieron antaño con el virus del mixoma. Mutaron.
No sólo la política comercial de las multinacionales farmacéuticas nos tratan como “clientes” y no pacientes, sino que también se han utilizado, esto es sabido, los antibióticos para el engorde de ganado, lo mismo cuando caía enfermo que cuando estaba sano dizque todo bicho viviente dopado.
La microbiología sólo presta atención a las bacterias perniciosas. Sin embargo, lo que la ciencia tiene que analizar son las causas por las cuales en determinadas condiciones las bacterias se transforman en nocivas para la salud humana. El problema no está en la bacteria sino en el terreno propicio que encuentra dentro del cuerpo humano. Lo que hay que vigilar no es el microbio sino a su anfitrión. No tanto el frigorífico como el botiquín.