Netanyahu, arquitecto de uno de los mayores sistemas modernos de opresión en Gaza, ha sido declarado persona non grata en las conmemoraciones del 80 aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz.
Una orden de detención emitida por el Tribunal Penal Internacional podría obligar a Polonia, país anfitrión del evento, a esposarlo y llevarlo a la cárcel, porque el gobierno de Varsovia se ha comprometido públicamente a cumplir con la orden de detención y le ha dejado claro que no es bienvenido.
Auschwitz, uno de los símbolos mundiales de los horrores cometidos por el fascismo, celebra cada año la liberación de este campo de concentración, donde murieron miles de antifascistas.
Es un indicativo de que los sionistas no representan ni a los judíos, ni mucho menos a los antifascistas. Netanyahu es el responsable de un gobierno que está transformando Gaza en un campo de concentración al aire libre y no podrá poner un pie allí, ni hacerse la foto de rigor.
“Estamos obligados a respetar las decisiones del Tribunal de La Haya”, dijo Wladyslaw Bartoszewski, viceministro de Asuntos Exteriores de Polonia. La declaración dice mucho sobre la disonancia entre la retórica israelí y las prácticas de Netanyahu.
Acusado de crímenes de guerra, el dirigente israelí prefiere evitar una posible comparecencia ante un tribunal internacional antes que participar en un evento que ponga de relieve las lecciones de un genocidio pasado.
Es difícil no hacer un paralelo. Gaza, este territorio estrecho, transformado en un moderno campo de concentración por un bloqueo despiadado, se ha convertido en un teatro de horrores inimaginables. Casi 200.000 muertos, cadáveres abandonados en las calles, devorados por perros y gatos hambrientos, muestran un total desprecio por los seres humanos.
No es coincidencia que algunos comparen Gaza con una versión contemporánea de Auschwitz: un lugar donde la población es sistemáticamente perseguida, bombardeada y privada de los derechos humanos más básicos.
“El criminal de guerra Netanyahu no tiene cabida en una ceremonia en honor a la memoria de las víctimas de otro genocidio”, dice un comentario.
El gobierno israelí ni siquiera se ha atrevido a contactar con Polonia para considerar la participación de Netanyahu o del presidente Isaac Herzog. La respuesta habría sido humillante. Varsovia no oculta su aversión por un dirigente cuyas acciones en Palestina evocan, para algunos, las prácticas más oscuras del fascismo durante el siglo pasado.
Esta ausencia marca un punto de inflexión: el mundo está empezando a oponer a los que se erigen en víctimas cuando son los verdugos. Se oponen a los dobles raseros que protegen a los poderosos.
El siguiente paso es que algún día los verdugos modernos, como Netanyahu, rindan cuentas por sus crímenes, junto con sus cómplices y sus encubridores.