El Ministerio del Interior admitió que 230.000 personas se manifestaron por las calles de París y de otras ciudades. La CGT sube la estimación hasta las 400.000.
Muchos de ellos no llevaban las manos vacías y el rostro descubierto. Se produjeron fuertes enfrentamientos con los antidisturbios, que utilizaron gases lacrimógenos y cañones de agua para tratar de dispersar a la multitud congregada en París. Al menos un manifestante resultó herido por el lanzamiento de pelotas de goma, teniendo que ser ingresado en el hospital. Tres fueron detenidos en París y otros tantos en Lyon.
Los encapuchados se defendieron de las cargas policiales lanzando cócteles Molotov y destruyendo sucursales bancarias, escaparates de grandes empresas comerciales y paneles de publicidad.
Otros siguieron el recorrido haciendo pintadas en las calles con lemas como “5 euros menos = 5 adoquines más” en referencia al levantamiento del suelo de las calles para hacer barricadas y lanzarlos como proyectil contra la policía. Varios vehículos blindados de los antidisturbios presentaban impactos de esa naturaleza, sobre todo en la carrocería, las ventanas y parabrisas.
Los gritos de los manifestantes advertían que era el comienzo de la nueva temporada de luchas y que las sucesivas convocatorias serían aún más multitudinarias, ya que el deterioro de las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera en Francia se deterioran a cada paso.
El mismo día de las manifestaciones se publicó el estudio del Insee, que constata lo mismo de siempre, aunque en una jerga estadística: que también en Francia los ricos son más ricos y los pobres mucho más pobres.
9 millones de franceses viven bajo el umbral de pobreza, más de un 14 por ciento de la población; el 38 por ciento de los parados están declarados como pobres y al 15 por ciento de los obreros en activo les ocurre lo mismo: su salario no les llega para vivir.