En aquel momento la prensa mundial encabezó las portadas y las fotos con las típicas cortinas de humo de los yihadistas, los radicales, los rebeldes… No había nada eso; se trataba de la CIA, dice Loyd.
El periodista fue alcanzado en las rodillas por varios disparos y el fotógrafo Jack Hill que le acompañaba también resultó gravemente herido. Al menos uno de sus captores, dice Loyd, “formaba parte de un grupo de combatientes sostenido por fuerzas americanas”.
Ambos fueron liberados por orden de un comandante local de los yihadistas. En su artículo Loyd asegura haber reconocido a uno de sus secuestradores en un vídeo que muestra a un grupo de yihadistas “sostenido por la CIA”.
“Disparó contra mí en medio de una muchedumbre de espectadores después de golpearme salvajemente, acusándome de ser un espía de la CIA. Por lo que parece, ahora trabaja para ella”, para la CIA, afirma Loyd.
“Así son ahora los últimos aliados de los occidentales contra el Califato Islámico en Siria”, escribe el periodista secuestrado, que ingenuamente pregunta cómo es posible que un “secuestrador notorio” haya logrado pasar las pruebas de verificación del ejército de Estados Unidos.
Nadie le ha respondido. A comienzos de 2015 el ejército de Estados Unidos inició un programa de 500 millones de dólares para formar y equipar a los combatientes sirios que quisieran luchar contra el Califato Islámico.
Este programa, que fue reformado en otoño del año pasado tras un pésimo comienzo, se concentra sobre todo en las llamadas “fuerzas democráticas sirias”, de las que forman parte los kurdos de YPG y que comnbaten en el norte de Siria junto a las tropas de Estados Unidos.
Otra parte del programa se dedicó a formar y equipar al denominado “ejército sirio libre” en el sur del país.