El sábado 70.000 personas se manifestaron en Praga para protestar contra la subida de precios y exigir la dimisión del Primer Ministro checo, Petr Fiala. “El objetivo de nuestra manifestación es exigir un cambio, principalmente para solucionar el problema de los precios de la energía, especialmente de la electricidad y el gas, que destruirán nuestra economía este otoño”, dijo uno de los organizadores.
Varios partidos políticos, entre ellos los comunistas, convocaron la manifestación bajo el lema “La República Checa primero”. La jefa del movimiento Tricolor, Zuzana Majerova Zahradnikova, denunció un gobierno que “puede ser ucraniano, tal vez bruselense, pero ciertamente no checo” y exigió el cese de los suministros de armas a Ucrania, diciendo: “Esta no es nuestra guerra”.
Interpelado por los manifestantes, el Primer Ministro checo respondió diciendo a la prensa que el Kremlin estaba detrás de la convocatoria. El guión ya estaba escrito. Es la misma demagogia que utilizaron en Italia para explicar la caída de Mario Draghi el pasado julio. Detrás de estas acusaciones se encuentra, en realidad, la creciente debilidad de los gobiernos europeos, que sienten cada vez más que el suelo tiembla bajo sus pies.
The Guardian recogió las palabras -mucho más lúcidas- del Ministro de Justicia checo, Pavel Blazek: “Si la crisis energética no se resuelve, el sistema político de este país está en peligro” (*). Una declaración que debería hacer reflexionar a muchos dirigentes europeos, antes de que pongan al ejército a patrullar las calles, como en Alemania a partir del mes que viene.
En Alemania la gente está preocupada por la perspectiva del “Wutwinter”, el “invierno de la ira”, por supuesto provocado por la manipulación de extremistas sin escrúpulos, como los negacionistas del “covid” y los antivacunas, según dijo Nancy Faeser, Ministra Federal del Interior de Alemania, el pasado mes de julio.
Son frases prefabricadas. Cualquier cosa antes que asumir las consecuencias desastrosas de las propias opciones políticas. La crisis económica y social desencadenada por las sanciones a Rusia no hace sino reforzar el descontento en el que la población europea ya han entrado desde hace tiempo, recalificado muchas veces por los oportunistas como “extrema derecha” para reducir su impacto.
En abril de 2020 el instituto demoscópico Ipsos constató que en Francia se ha producido una división muy clara entre el pueblo y las élites oligárquicas. Más de ocho de cada diez franceses consideran que las oligarquías políticas, económicas y mediáticas tienen “intereses fundamentalmente diferentes de los de la gran mayoría de la población”.
Después del movimiento de los chalecos amarillos en 2019, los resultados de las últimas elecciones en Francia han sido una auténtica llamada de atención, como pone de manifiesto el último estudio de Fondapol. Los autores se muestran alarmados por la abstención electoral, el aumento constante del voto de protesta y el voto en blanco que, al convertirse en mayoritario, “socava nuestro sistema democrático”.
Lo mismo ocurre con la revuelta que se está gestando como consecuencia de las sanciones a Rusia. Los europeos se han visto arrastrados a una aventura militar sin consulta ni debate. Ahora deben, como dice Macron, “pagar el precio”, es decir, consentir la propia ruina y asistir pasivamente a la destrucción programada de sus conquistas sociales.
(*) https://www.theguardian.com/world/2022/sep/04/czech-republic-prague-protest-sanctions-energy-crisis-gas-russia