En 2006, Luigi Cascioli, nacido en 1934, ex-seminarista, agrónomo, interpuso una demanda en Italia poniendo en tela de juicio la existencia de Jesús, de Jesucristo. Escribió un libro –«La fábula de Cristo»– donde defiende la tesis de que Jesús no existió y, por lo tanto, la teología se derrumba amén del pecado original, la eucaristía, etc. Otrosí: la Iglesia se basa en nada. La demanda la puso contra un sencillo párroco de su pueblo y no contra el Papa (que goza de inmunidad como Jefe del Estado Vaticano que es). No se la admitieron (la demanda), apeló y un tribunal superior hizo comparecer al cura -Enrico Righi se llamaba- para probar la existencia histórica de Jesucristo. Este cura sermoneaba a sus parroquianos sobre Jesús como hijo de José y María, y Cascioli lo demandó (no tanto a la persona como a la carga religiosa de la frase) porque en Italia la Constitución pena abusar de la creencia popular e inventarse cosas para hacerlas pasar como hechos reales. O sea, igual que aquí, claro que allí el fascismo fue derrotado y aquí, pues… mire usted…
Los Papas y el copón de la baraja
Nicolás Bianchi
En los tiempos en que en París, iniciada la Revolución francesa, se proclamaban los derechos del hombre y del ciudadano, el Papa Pío VI -último del Antiguo Régimen feudal- , en su encíclica Quod Aliquantum, defendía que no podía imaginarse mayor tontería que tener a todos los hombres por iguales y libres. Mucho antes, un colega suyo, León X, dijo -o le atribuyeron- aquello de las inmensas riquezas que le había reportado a la Curia vaticana «la invención de Cristo». Era el papa de las indulgencias, la Tax Camarae, esa suerte de tarifas terrenales para ganarse el cielo que tanto indignaran a Lutero. Inclusive, estos profesionales (palabra que no pondremos en cursiva ni entrecomillada ni en elzeviriano) del «poder espiritual» apostrofaban (los sacerdotes no juzgan: condenan o absuelven, como ahora se pide condenar el terrorismo, como si fuéramos curas o jueces) en las encíclicas de 1816 y 1824 las guerras de independencia americanas, incluida la de los Estados Unidos (entonces 13 colonias británicas), satanizando a los puritanos. Y es que decir Iglesia es decir herejía, algo siamés, sobre todo la Iglesia constantiniana.