Echa uno de menos en estos tiempos de pandemia -y de crisis estructural económica del capitalismo- la aparición de profetas, agoreros, gurús e iluminados como en la Edad Media con sus admoniciones y condenas a la plebe y humanidad entera por sus pecados y desórdenes. Antes de que Marx descubriera y despanzurrara las leyes del capitalismo, las crisis económicas se atribuían mayormente a causas ajenas a la mano del hombre: climáticas, sobre todo. Con Adam Smith y Ricardo ya se apuntaba a dar explicaciones más “científicas”. Para remediarlas surgieron voluntariosos “arbitristas” con sus elixires y vademécums que sanarían las caquexias y disfunciones, o bien naturales o humanas.
En el siglo XIX se optaba por el proteccionismo o el liberalismo. Y en el XX (y antes) claramente por el imperialismo. En el siglo XXI brotan nuevos arbitrismos que pondrán esparadrapos a la heridas capitalistas: Josep Stiglitz, Paul Krugman o cualquier premio Nobel. Nunca irán a la raíz del problema, como pedía Marx. Tal vez porque formen parte del problema.
En tiempos medievales la ideología dominante era monopolio de la Iglesia cristiana (agustinismo, escolástica tomística…). El muy terrenal y telúrico modo de vida de la jerarquía católica, especialmente en el Vaticano de los Borgia, escandalizaba a espíritus puristas y ascetas como, por ejemplo, el florentino Savonarola (pero también Lutero en su visita al Vaticano donde se quedó ojiplático de lo que vió, y eso que él gustaba de la buena cerveza, y que no faltara). Savonarola y su “cruzada” purificadora, que no mística, arremetía contra las abundosidades y demasías curiales y contra desenfrenos populares (carnavales, etc.). Su intención era volver a tiempos anteriores más devotos y piadosos, ni siquiera a “herejías” viejas como el catarismo que preconizaba la vuelta a un cristianismo primitivo, originario, igualitario, iconoclasta y casi revolucionario.
Pero su destino fue el mismo: la hoguera. Su delito: cuestionar el poder, eclesiástico, en este caso. Su pecado: no predicar en el desierto, como Simón el Estilita, sino en plena plaza pública apuntando a diestro y siniestro.
Cuando hubo alguna pandemia, como la peste, verbigracia, al menos Boccaccio nos dejó “El Decamerón”. Y no faltaron bocotas catastrofistas anunciando el Apocalipsis por culpa del vulgo, siempre el vulgo, como hoy que se va de botellón y fiesta, si pueden, claro. Los protagonistas del Decamerón, jóvenes hijos de pudientes, huyeron de la peste a las afueras de la ciudad para ejercer su “carpe diem”. Tiempos de analfabetismo y terrores milenaristas.
Hodierno, casi lo mismo, pero con diferencias. Hoy la plebe está más preparada y no existen los agoreros que maldicen comportamientos humanos ni profetas que nos dicen que nos lo tenemos merecido. Sin embargo, haberlos, haylos. Sólo que en distinta forma, atuendo y disfraz. Con bata blanca y título. Son los virólogos, urgenciólogos, epidemiólogos, planta que crece alimentada por los medios de propaganda y desinformación, que son sus tribunas, como los agoreros ululaban sus venablos en los ágoras y plazas (si se fijan, observarán que cada canal de televisión tiene su propio “experto” fichado en “propiedad exclusiva”, aunque los hay promiscuos, como, por ejemplo, el vestiglo Margarita del Val o el mediático urgenciólogo, se dice así, Carballo, a quien sus colegas, por cierto, le han recordado que, desde que va de vedette por las televisiones, no se le ve el pelo por los hospitales, qué cosa. O Badiola.
Se trata de que sus rostros nos sean “familiares”, confiables, por tanto). Son estos especiosos especímenes los nuevos oráculos que suplantan a los antiguos arúspices. Tienen título, salen en la tele, y, por lo tanto, no son charlatanes. Sus mantras son sagrados. Nunca se ve una voz mínimamente discordante. Y su dedo índice enhiesto señala a los nuevos pecadores, que, tratándose de temas sanitarios, no son comunistas, como les pediría el cuerpo, quizá, sino los… negacionistas. Un saco -el negacionismo- donde cabe toda clase de bicho viviente.
Antes de que el oficialismo de los voceros sanitarios -la OMS, la EMA- empiecen a ser cuestionados, o se vea que la mayor parte de los supuestos “expertos” no saben lo que dicen, pero no callan, que son delincuentes, o algo peor, si cobran inconfesables coimas, crean sus propios anticuerpos, esto es, los “negacionistas”, estos son los verdaderos culpables con sus escepticismos e insolidaridades, con sus cuestionamientos de mascarillas, cierres perimetrales, confinamientos, etc., a estos hay que estigmatizar y crear un “apartheid” sin pasaporte sanitario por no vacunarse. Ello contribuirá, de paso, a histerizar y lobotomizar más a las masas, a mantener la tensión, el pánico, el control. Y, si encontramos un chivo expiatorio (un pharmakos, se decía en griego) en quien poner rostro y donde descargar las frustraciones, mejor. Por ejemplo, Miguel Bosé, un juguete roto, un desequilibrado, un drogadicto y un conspiranoico con sus gobiernos de Spectra y agentes 007, una secta peligrosa, vaya.
Ya tenemos el escenario: los “buenos” (la liga de los con bata), y los “zumbaos” (ya saben…). Siendo que todo lo hacen, gobiernos, farmafias, mass media, gurús, por nuestro bien. Puritita munificiencia, altruismo.