Como en España, en Japón también es frecuente que el gobierno rinda homenaje a los criminales de guerra. Pero en Asia las demostraciones fascistas provocan serias tensiones diplomáticas con los países vecinos que fueron sus víctimas, como China y Corea.
La Universidad japonesa de Kyushu descubrió detalles de las torturas infligidas a los enemigos, en particular a los pilotos estadounidenses que cayeron derribados tras las líneas enemigas. Los autores de los crímenes no fueron militares sino médicos, aunque a veces no sea fácil diferenciar a unos de otros.
De la misma manera que los nazis llevaron a cabo atroces experimentos médicos con los presos, los japoneses los trasladaron al centro médico de Fukuoka para diseccionarlos vivos.
En 1995 uno de los médicos, Todoshi Tono, relató al Baltimore Sun el destino de uno de ellos, Teddy Ponczka, a quien le extirparon un pulmón para comprobar su capacidad respiratoria, antes de inyectarle una solución salina que lo llevó a la muerte. Fue precisamente este doctor quien comenzó a levantar el tabú de los crímenes de guerra japoneses (*).
Según los archivos de la Universidad de Kyushu, otro piloto derribado fue sometido a una lobotomía cerebral para comprobar si los ataques epilépticos podían ser controlados mediante cirugía. A otros se les amputó una sección del hígado para saber cuánto tiempo podrían sobrevivir.
Las atrocidades no terminaron ahí. A los colaboradores de la URSS los infectaron con la peste, el tifus o el cólera, cuando no los enviaron directamente al campo de Mukden, en China, apodado el “Auschwitz oriental”. Una vez allí, se les consideraba “marutas”, es decir, “trozos de madera”, por la Unidad 731, donde probaban su resistencia a la muerte de varias maneras, todas igualmente sádicas: quemados con lanzallamas, hervidos en agua…
Uno de los episodios más sorprendentes de las salvajes torturas es el de la tripulación del bombardero estadounidense B-29, derribado el 5 de mayo de 1945 cuando viajaba hacia el aeropuerto de Fukuoka. De la docena de tripulantes, algunos fueron asesinados, pero otros terminaron en las garras de los “científicos” japoneses. Sólo el Capitán Marvin Watkins pudo sobrevivir, escapando del horror y siendo liberado al final de la guerra. Los otros no pudieron soportar el potro de la tortura.
Al final de la Segunda Guerra Mundial los estadounidenses amnistiaron a los criminales de guerra japoneses a cambio de hacerse con sus servicios.
En la sede de la OMS en Ginebra hay un monumento a la memoria de Ryoichi Sasakawa, dirigente de un partido fascista japonés que creó un ejército privado para explotar Manchuria y Mongolia, donde cometió numerosos crímenes, por los que fue condenado en 1945.
(*) http://articles.baltimoresun.com/1995-05-28/news/1995148003_1_japan-kyushu-university-fukuoka
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