Atresmedia y Mediaset son los principales promotores de los grupos neonazis en España

El sesgo editorial de los grandes grupos de comunicación españoles hacia posiciones reaccionarias y su influencia en la legitimación de ciertos discursos es una cuestión que hunde sus raíces en la estructura misma de la propiedad mediática. No es ninguna conspiración, sino una convergencia de intereses económicos e ideológicos que no son casuales y que encierra tras ello su propio descrédito.

La piedra angular de este sistema es una concentración empresarial en forma de duopolio. Atresmedia (propietaria de Antena 3 y La Sexta) y Mediaset España (propietaria de Telecinco y Cuatro) controlan cuatro de las cinco cadenas principales, configurando un entorno informativo homogéneo donde priman sus intereses económicos y políticos por encima del derecho a la información veraz. Según un informe del Centro de Investigaciones Sociológicas publicado en junio de 2025, los televidentes sitúan a Antena 3 en una media de 6,37 sobre 10 (donde 10 es la extrema derecha), y a Telecinco en 5,73.

Detrás de este pluralismo aparente, donde el espectro televisivo se reparte en los dos grandes grupos, se esconde una red de propiedades e intereses financieros que explican en gran medida estas líneas editoriales.

Atresmedia es controlada en más de un 40% por el Grupo Planeta de Agostini, una alianza con capital italiano. A su vez, más del 80% de Mediaset es propiedad de la familia Berlusconi. Esto significa que los principales grupos mediáticos españoles tienen a sus dueños en el extranjero, respondiendo a los intereses de una burguesía internacional para la cual la información es, ante todo, un negocio más en su cartera. Esta lógica se repite con los vínculos entre estos conglomerados y la banca española, donde flujos constantes de información e intereses comunes entre consejos de administración de medios e instituciones financieras hacen casi impensable una crítica profunda al sistema económico.

Este entramado estructural conlleva a que la criminalización de la protesta social o la pobreza a menudo se enmarca en narrativas que priorizan el orden público sobre las causas estructurales. Un ejemplo claro es cómo las movilizaciones laborales más combativas suelen presentarse como un problema de alteración del orden o de seguridad, antes que como un conflicto social legítimo.

Un caso evidente es cómo en el año 2023, Mediaset implementó un supuesto código ético que prohibía el comentario político en programas de entretenimiento como Sálvame (presentado por el Jorge Javier Vázquez), mientras eximía de esta «ética» a programas explícitamente políticos como el de Ana Rosa Quintana, una de las vedettes mediáticas de la derecha española.

Esta estrategia responde a incentivos comerciales concretos: los datos demuestran que el 44,3% de los votantes de derechas obtiene su información política de Antena 3, frente a solo el 24,1% de los votantes de izquierdas, creando un poderoso incentivo económico para cultivar y mantener esa audiencia mediante una línea editorial afín.

Paralelamente, desaparece la crítica a las grandes empresas españolas. Dada la red de intereses compartidos, es poco probable que estos medios alberguen investigaciones profundas que cuestionen el modelo de negocio o la responsabilidad social de las grandes corporaciones, las cuales, por otra parte, son presentadas habitualmente como un orgullo nacional y un ejemplo de éxito.

El tratamiento de temas como los abusos policiales es particularmente revelador. Mientras organizaciones como Amnistía Internacional han documentado en España numerosos casos muy concretos de abusos policiales, la narrativa dominante en estos medios suele alinearse con la versión institucional, minimizando los excesos y enmarcándolos como incidentes aislados en un trabajo por lo demás intachable.

Este mismo sesgo se proyecta en los casos ocupación de viviendas, un asunto elevado a la categoría de problema social prioritario y presentado de manera sensacionalista, asociándolo de forma genérica a inseguridad ciudadana y desvinculándolo de la crisis de vivienda y los desahucios.

Esta narrativa encaja perfectamente en el discurso de odio que el Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia (OBERAXE) monitoriza: el que asocia inmigración con inseguridad, que fue el episodio prototípico más frecuente en 2024, presente en un 34% de los casos de discurso de odio.

La paradoja es que la aparente fortaleza de este relato reaccionario es, dialécticamente, un síntoma de debilidad. El sistema necesita recurrir a estos fantasmas y a estos miedos porque ya no puede ofrecer soluciones materiales reales a la mayoría. La «victoria» de la derecha en los medios no es más que el reconocimiento tácito de que el capitalismo ha agotado su capacidad de generar consenso a base de bienestar, y debe ahora administrar el malestar mediante la guerra entre pobres.

A la par que un tertuliano se queja de lo «blanda» que es la policía con huelguistas, manifestantes, okupas o inmigrantes, es habitual ver en estos canales entrevistas a sindicatos policiales, empresas de matones dedicadas a la coacción de inquilinos y, de manera más sibilina, entrevistando a supuestos héroes anónimos de los cuáles luego se descubre su filiación nazi.

Así como dijimos que la agitación fascista es el síntoma más claro de debilidad del sistema capitalista, no es menos cierto que esa agitación tiene en estos dos grupos mediáticos sus principales aliados.

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