Desde el inicio de la pandemia, la izquierdita raquítica ha agotado su repertorio argumental con el dogma de que “la salud está antes que la economía”, por lo cual ambos extremos de la ecuación se separan fraudulentamente.
No hace falta ser una marxista muy leído para comprender que no hay mayor condicionante de la salud que “la economía”, o sea, el capitalismo y las condiciones de vida y trabajo que impone a millones de personas.
Después de siete meses de pandemia tuvo que llegar una revista especializada como The Lancet para recordarnos que esa dicotomía no existe. En particular, las pandemias tienen su raíz en el capitalismo, la explotación, el hambre, la guerra y lacras parecidas, de cuyo origen no caben dudas.
Como es obvio, dichas lacras no se solventan con antivirales, ni con vacunas, ni con confinamientos, ni con hidrogel, ni con toques de queda, ni con estados de alarma, ni con… nada de eso. Prueba de ello es que todas y cada un de las medidas políticas impuestas para “aplanar la curva” han fracasado. “La escalada en el número de contagios por coronavirus registrada en los últimos días indica que las medidas adoptadas hasta ahora para el control de la pandemia no están surtiendo el efecto deseado”, lamentaba ayer El País (1). Sólo los “expertos” que se creen sus propias mentiras podían imaginar otra cosa.
En cualquier especialidad los fracasos se ocultan con un cambio de vocabulario, como el de “pandemia” por “sindemia”. Es el abracadabra que los “expertos” vienen pronunciando desde hace meses y que necesita renovarse periódicamente para estirar la ficción.
Felicia Marie Knaul, directora del Instituto de Estudios Avanzados para las Américas de la Universidad de Miami, ha presentado una ponencia en el Roche Press Day (2), o sea, en un acto seudomédico organizado por una multinacional farmacéutica cuyo tema estrella ha sido ese: no padecemos una pandemia sino una sindemia.
“No se trata solo de cambiar la terminología”, dijo Knaul. Se trata de poner en el primer plano ciertas “complejidades socioeconómicas”, como la pobreza, el hambre, la inequidad, la discriminación… “Llevamos décadas acumulando este riesgo”, dijo Knaul.
Sin embargo, en España los intoxicadores dicen todo lo contrario: que el colapso hospitalario es consecuencia de la pandemia. Basta leer la prensa de comienzos de este año para enterarse de que en enero los hospitales ya estaban saturados como consecuencia de la gripe estacional, con fotografías elecuentes de los enfermos tirados por los pasillos. Los hospitales españoles se colapsan “una vez tras otra, un año sí y otro también”, decían los medios hace sólo diez meses (3), antes de la ola de histerismo.
La sindemia destaca la política económica, o sea, los recortes presupuestarios, las privatizaciones y el desmantelamiento de la atención primaria. La respuesta política a la pandemia no sólo no ha paliado ese déficit sino que lo ha acrecentado, por la atención exclusiva a una única enfermedad, con descuido de todas las demás. “Hay un exceso de muertes por la interrupción de los tratamientos médicos”, admitió Knaul.
En un sistema de salud pública, la sanidad es consecuencia de la política sanitaria que, a su vez, forma parte de la política económica. Lo que ha creado y sigue creando un problema de salud pública son medidas políticas como el confinamiento, como reconoce Knaul, porque la falta de ejercicio físico, por ejemplo, causa enfermedades crónicas, como las cardiovasculares.
Tanto The Lancet como Knaul dan un paso atrás muy significativo. Empiezan a admitir dos errores típicos en las pandemias. El primero es que se trata de una enfermedad uniforme, igual en todo el mundo. El segundo es que esa enfermedad circula sucesivamente de una persona a otra porque, en definitiva, las personas son clones unas de otras, independientemente de las circunstancias subjetivas y, por supuesto, de los factores ambientales, locales, sociales y políticos de cada país.
En esta pandemia, como en otras, no todos han muerto por los mismos motivos en todo el mundo. Muchos han muerto, precisamente, por la política sanitaria implementada para subsanarla, una situación que se reproducirá en el futuro por algo que en su ponencia Knaul preconiza como remedio: la “telemedicina”. Un sanitario que recurre al teléfono o la videconferencia para atender a un enfermo sólo merece el calificativo de matasanos.
La medicina es presencial. Por eso se inventaron las ambulancias.
Un Post hecho con mala leche pero con razones. Así si te doy un like.
Salud!