Una de las más podridas es WWF, el Fondo para la Protección de la Vida Silvestre, que está coaligada con sus peores enemigos: los cazadores de trofeos, esos rentistas ociosos que necesitan aventuras exóticas para curar su aburrimiento y están dispuestos a pagar mucho dinero por ellas, a costa de esquilmar a las poblaciones autóctonas de sus medios de subsistencia.
Mientras WWF protege a los animales —o eso dice al menos— otra ONG, Survival International, protege a los indígenas que viven a su lado desde hace miles de años. Ambas están enfrentadas, como una extensión de la selección natural darwiniana al mundo humano.
Ya lo hemos contado en otra entrada: pese a su nombre, WWF considera que la caza forma parte de la protección de la naturaleza, aunque lo que entienden por “caza” justifica cualquier matanza, no sólo de animales sino también de los pueblos autóctonos.
Lo mismo ocurre con eso que califican como parques o reservas “naturales”, que son cualquier cosa, menos naturales. Se trata de vastas regiones que se sustraen a las formas de vida tradicionales para convertirse en atracciones turísticas de organismos internacionales, “protegidas” por una especie de guardas jurados que imponen su ley como cualquier mafia: a sangre y fuego.
El capitalismo es así de absurdo. Lo mismo que hay quien paga por adoptar niños desamparados que no conoce, hay otros que hacen lo mismo con los animales. Naturalmente tampoco los conocen, pero eso alimenta el saldo de las cuentas corrientes de tinglados como WWF.
Es una privativación de la naturaleza, es decir, la introducción del capitalismo en el Tercer Mundo y la conversión de la naturaleza en capital, en fuente de beneficios. La caza ha dejado de ser una necesidad (de los indígenas) para convertirse en un deporte (de los turistas que pueden pagar los enormes gastos). La necesidad se ilegaliza y el ocio se legaliza.
Uno de esos personajes es Peter Flack, un dirigente de WWF en Sudáfrica y de la SAHGC, una poderosa asociación de cazadores. En noviembre del pasado año tuvo que dimitir de la primera de sus funciones, pero no porque WWF creyera que ambas funciones eran incompatibles sino porque Survival International le denunció por cazar un elefante en un bosque de Camerún.
Es la norma de toda organización corrupta, como WWF: no te expulsan porque hagas algo mal sino porque tus malas acciones salen a la luz pública. Pero “los duelos con pan son buenos”, dice El Quijote. En el caso de Flack el pago de 45.000 dólares compensó la matanza de un elefante que WWF considera “en vías de extinción”. Naturalmente el pago del trofeo se hizo en un paraíso fiscal, como Panamá.
Por el contrario, los pueblos autóctonos no pueden cazar —ni elefantes ni nada— en sus propias tierras; están condenados a la emigración o a la cárcel porque se les considera como “furtivos”.
En el fraude esas “reservas de la biosfera” están implicados los organismos internacionales, como la UNESCO, que siguen dibujando los mapas de África, los geográficos y los ecológicos, como han hecho siempre los imperialistas desde tiempo inmemorial: teniendo en cuenta sus propios intereses, única y exclusivamente.
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