La evacuación del aeropuerto de Kabul parece uno de esos “desastres humanitarios” que tanto gustan a las televisiones para explotar las lágrimas del espectador.
No hay ni una palabra sobre el fracaso político y militar de Estados Unidos y la OTAN.
En Afganistán llegaron a estar presentes casi 130.000 mercenarios de Estados Unidos en 2012, imprescindibles para ocupar el país militarmente. En el momento de la evacuación aún quedaban 17.000 en nómina de empresas privadas que complementan la tarea del ejército estadounidense.
En otras palabras, en Afganistán había más mercenarios que soldados regulares. De ellos, 6.147 son estadounidenses, 6.399 son de otros países y 4.286 son afganos. Oficialmente 2.856 estaban a cargo de la “seguridad”, de los que 1.520 portaban armas.
Un mes después del acuerdo de Doha entre Estados Unidos y los talibanes, el número de mercenarios ya había descendido un 40 por ciento.
Además de los 17.000 mercenarios había unos 1.000 contratistas que realizaban misiones encubiertas en nombre de la CIA y otras instituciones públicas estadounidenses. Pero la proporción era entonces de casi seis contratistas privados por cada soldado regular.
Durante esos años, los contratistas se encargaron de asegurar los objetivos sensibles de los aviones y ejércitos de ocupación. A menudo eran el objetivo de la acción militar de los talibanes.
En muchos casos, participaron en operaciones encubiertas a fin de que los resultados negativos se les atribuyeran a ellos y no a las tropas regulares de los distintos Estados de la OTAN que participaron en la ocupación militar.
Estas personas son las que el puente aéreo “humanitario” intenta sacar de Afganistán, aunque las imágenes de los canales de televisión muestran sólo a las mujeres y los niños, familiares de los mercenarios y colaboradores de los ejércitos de la OTAN.
Las noticias prefieren hablar de “intérpretes”, que son imprescindibles en una guerra que ha durado 20 años. En un país ocupado el intérprete es el que habla y hace hablar a la población sometida. Interroga y mediante el fusil exige una respuesta que, a menudo, se convierte en una delación, una detención o una ejecución.
Es lógico que los colaboradores y los “intérpretes” quieran abandonar el país lo más rápido posible. ¿No saben que Roma no paga a los traidores?