La matanza ocurrió en el valle de Javari, en la zona brasileña del Amazonas y la tribu se mantenía aislada, sin contactos con el mundo exterior.
Recolectaban huevos en el río Jandiatuba, al oeste de Brasil, cuando tropezaron con los garimpeiros. La matanza hubiera pasado desapercibido de no ser por que los criminales se enorgullecieron de ello en el bar de una aldea vecina.
La Funai, institución brasileña de asuntos indígenas, ha abierto una ivestigación y dos garimpeiros han sido detenidos y trasladados a la ciudad de Tabatinga para declarar ante la policía.
Los garimperios se vanagloriaban de haber troceado los cadáveres para arrojarlos al río y llevaban una pagaya como trofeo, una especie de remo largo, según ha relatado Leila Burger Sotto-Maior, responsable de la Funai, al New York Times.
Es el segundo caso de matanza de indígenas en seis meses en la región, donde viven 2.000 indígenas agrupados en 20 comunidades diferentes.
El fiscal se ha curado en salud diciendo que la investigación no tiene visos de prosperar porque la región es muy grande y de difícil acceso.
La ONG Survival International acusa al gobierno de la matanza, la que califica como genocidio. La protección de la población indígena está garantizada por la Constitución brasileña, pero es papel mojado. No hay ningún interés en defender a los indígenas, por lo que los presupuestos de la Funai se han reducido.
Los indígenas están indefensos, a merced tanto de multinacionales como de aventureros sin escrúpulos que invaden sus tierras y territorios de caza y pesca.