Los apagones de luz en el centro de París han sacado a Francia de su ensimismamiento. Es uno de los mejores ejemplos del declive de los países europeos. No ha hecho falta que llegue el invierno. En 2018 nadie prestó atención a las movilizaciones de los chalecos amarillos, precursoras de lo que le espera a una Europa que naufraga en medio de una crisis energética galopante.
“No anunciamos que vaya a haber cortes de electricidad este invierno”, dijo Olivier Véran, portavoz del gobierno. Pocas horas después, Olivia Grégoire, ministra de Comercio, dijo lo contrario en la televisión: “Es posible que haya cortes de electricidad que afecten a varios millones de franceses diariamente”.
Tres barrios céntricos de París se quedaron a oscuras durante casi veinte minutos y cunde el desconcierto. No hay más que leer los mensajes en las redes sociales. Algunos muestran claramente su pánico. Otros compran generadores de luz para sus chalets.
“Que no cunda el pánico”, dijo Macron para confirmar que, en efecto, el pánico ya ha cundido y él personalmente ha tenido que salir a la palestra después de que la Primera Ministra no fuera capaz de frenar el desconcierto. Los cortes de electricidad son un “escenario ficticio”, sentenció Macron. Tan ficticio que ya ha comenzado la ficción. Las previsiones son de 80 horas de apagones este invierno, y posiblemente se queden muy cortas.
Por primera vez en 42 años, este año Francia será importadora neta de electricidad. Es un país que depende de la energía nuclear, pero tiene a los reactores en el taller de reparaciones. La semana pasada la empresa eléctrica EDF, recién nacionalizada, anunció que había conseguido poner en marcha hasta 40 reactores, 14 más que hace un mes. Además tiene previsto poner en marcha algunas más antes del 1 de enero. Frente a los cortes de luz, la empresa lo que anuncia son sus buenas intenciones.
“EDF debe convertirse en el campeón mundial de la energía”, dijo Bruno Le Maire, el Ministro de Economía, para levantar el ánimo. Pero pasarán al menos doce años antes de que entre en servicio el primero de los seis nuevos EPR2 y 18 años antes de que entre en funcionamiento el primer minirreactor SMR.
De momento, el panorama es tan oscuro como el centro de París. En octubre los trabajadores que reparaban las centrales nucleares se pusieron en huelga. Trajeron a soldadores estadounidense de Westinghouse y de la filial americana de Framatome para ayudar a los equipos de mantenimiento. Pero algunos de ellos tuvieron que marcharse porque no tenían los conocimientos necesarios.
Lo mismo que Reino Unido, Francia da marcha atrás a las absurdas políticas europeas de transición energética y reabre la central térmica de Saint Avold que había cerrado en marzo.
Francia ostenta el récord en Europa, e incluso en el mundo, de emisiones de deuda a medio y largo plazo: 270.000 millones de euros con tipos de interés crecientes que costarán una fortuna y ni siquiera servirán para pagar las reparaciones y chapuzas en los reactores nucleares.
Nótese la frase «la empresa eléctrica EDF, recién nacionalizada» .
Es decir, lo habitual: los gobiernos capitalistas privatizan (esto es: se los venden a precio de saldo, o regalan, a sus compadres) los recursos del país cuando estos son rentables y útiles (y, por tanto, valiosos), las empresas privadas, con una nefasta gestión, destruyen el recurso que les han vendido, y luego nos revenden (nacionalizan) la empresa arruinada para que la volvamos a reflotar con el esfuerzo del pueblo. Y vuelta a empezar, claro, en cuanto puedan.
Y es que la empresa privada, por su propia naturaleza, no busca la eficiencia, sino el beneficio. Ordeñar a la vaca hasta que se muera, no cuidarla con paciencia y dedicación.