Y es que la brevedad y la concisión, casi rozando el laconismo ágrafo, son los rasgos estilísticos fundamentales -gran lector de Gracián- del guatemalteco, aunque nacido en Tegucigalpa, Augusto Monterroso (1921-2003), por contraste con el torrente verbal que supone o se asocia con, como lo llamó Ángel Rama, mito del tropicalismo literario.
Autor de cuentos breves y una novela, es sin duda el género de la fábula en el que Monterroso se desenvuelve como pez en el agua. Si las fábulas de Esopo, Fedro, Samaniego, La Fontaine o Iriarte tienen una intención moral -con su moraleja-, de mejoramiento de las costumbres, Monterroso disuelve el género fingiendo su respeto disciplinado. El autor ni por asomo trata de renovar el género, sólo propone un juego de inteligencia y de non-sense (lo ilógico, lo absurdo que a veces le tienta y puede incluso que traicione su intención primera), y para ello no duda en reciclar antiguas fábulas como la de Aquiles y la tortuga o la de una coqueta Penélope con el cuento de tejer y destejer esperando a Ulises.
Monterroso, el fabuloso Monterroso, parte del axioma, hasta ahora no desmentido, según el cual en la sátira ningún lector se reconoce a sí mismo, sino al vecino. Sus fábulas, como dijera García Márquez, muerden.
Recogeremos estos días algunas de ellas de su obra.
Obras completas (y otros cuentos)
La Fe y las montañas
Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe empezó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.
Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe.
La tela de Penélope, o quién engaña a quién
Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas. Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.
De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.
La tortuga y Aquiles
Por fin, según el cable, la semana pasada la Tortuga llegó a la meta.
En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, pues su contrincante le pisó todo el tiempo los talones.
En efecto, una diezmiltrillonésima de segundo después, como una flecha y maldiciendo a Zenón de Elea, llegó Aquiles.
Monólogo del Mal
Un día el Mal se encontró frente a frente con el Bien y estuvo a punto de tragárselo para acabar de una buena vez con aquella disputa ridícula; pero al verlo tan chico el Mal pensó: “Esto no puede ser más que una emboscada; pues si yo ahora me trago al Bien, que se ve tan débil, la gente va a pensar que hice mal, y yo me encogeré tanto de vergüenza que el Bien no desperdiciará la oportunidad y me tragará a mí, con la diferencia de que entonces la gente pensará que él sí hizo bien, pues es difícil sacarla de sus moldes mentales consistentes en que lo que hace el Mal está mal y lo que hace el Bien está bien”.
Y así el Bien se salvó una vez más.
Monólogo del Bien
“Las cosas no son tan simples -pensaba aquella tarde el Bien- como creen algunos niños y la mayoría de los adultos”.
“Todos saben que en ciertas ocasiones yo me oculto detrás del Mal, como cuando te enfermas y no puedes tomar un avión y el avión se cae y no se salva ni dios; y que a veces, por lo contrario, el Mal se esconde detrás de mí, como aquel día en que el hipócrita Abel se hizo matar por su hermano Caín para que éste quedara mal con todo el mundo y no pudiera reponerse jamás.
Las cosas no son tan simples”.
(Continuará)