Juan Manuel Olarieta
Casi al final de la película «Rojos» de Warren Beaty, estrenada en 1981, John Reed toma la palabra en la Conferencia de Bakú y su alocución es recibida por los asistentes con un aplauso tan cerrado que el comunista americano queda sorprendido. Tras acabar la reunión se dirige a Zinoviev, que había presidido las sesiones, para preguntarle por los motivos por los que su discurso había tenido tan buena aceptación.
– «Ha sido por tu llamamiento a la guerra santa», le responde Zinoviev
– «Pero yo no he hablado de guerra santa sino de lucha de clases», replica Reed sorprendido
Aparentemente fue una mala traducción que a Reed no le agradó absolutamente nada, como el conjunto de aquella extraña Conferencia. Más que traducir, habían interpretado sus palabras, algo que suele ser muy frecuente. Es más, cabe pensar que dicha interpretación no era un error sino algo deliberado porque en el discurso de cierre Zinoviev utilizó el mismo término, yihad, para que a los musulmanes que participaban en la Conferencia no les quedaran dudas: «Hay que desatar una verdadera guerra santa contra los capitalistas ingleses y franceses», dijo Zinoviev.
Era el 8 setiembre de 1920. Zinoviev calificó a la Conferencia de Bakú como la segunda parte del II Congreso de la III Internacional que se había celebrado en Moscú unas pocas semanas antes, la reunión más ambiciosa convocada hasta entonces por el movimiento comunista internacional. Reunió a 1.900 asistentes, de los que 700 no eran comunistas sino nacionalistas, o lo que hoy calificaríamos como antimperialistas o tercermundistas procedentes de muchos rincones del mundo. La mayor parte de estos últimos eran musulmanes (turcos, azeríes, chechenos, árabes, afganos) aunque también había judíos, hinduístas y otras confesiones religiosas.
El malentendido entre Reed y Zinoviev no era un problema técnico de traducción, sino algo peor. Tiene un trasfondo político e ideológico que llega a la actualidad, sobre todo cuando los marxistas se ven ante un auditorio masivo y heterogéneo, como la Conferencia de Bakú, que es el que todo movimiento revolucionario espera encontrar alguna vez. Zinoviev tenía razón. El marxismo no es, como creía Reed, un vehículo de comunicación de unos marxistas con otros, sino precisamente con los que no son marxistas, con las masas y, entre ellas, con los fieles de una u otra religión. El auditorio no aplaudió a Reed, lo que aplaudió fue la traducción. De ahí la sorpresa del propio Reed por la acogida que tuvieron sus palabras.
Pero pasemos ahora a la segunda cuestión, a las palabras del propio Zinoviev que tampoco fueron ninguna casualidad, ya que su discurso fue aprobado por la dirección de la III Internacional. La alusión de Zinoviev a una «guerra» contra los capitalistas no puede extrañar a ningún marxista. Ahora bien, ¿por qué una guerra precisamente «santa»? Si había miembros de varias confesiones religiosas, ¿por qué utilizar una expresión musulmana que podía crear rechazo entre los demás o un enfrentamiento mutuo entre los asistentes?, ¿cómo es posible que un ateo, un dirigente comunista, utilice una expresión de clara raigambre religiosa?
Como siempre la explicación está en una manipulación, en este caso del sentido de la palabra yihad, que es una expresión propia del idioma árabe. Pero el árabe es al islam lo que el latín al catolicismo, por lo que al aparato ideológico del imperialismo le ha resultado muy sencillo saltar del idioma (árabe) a la religión (islam) creando una amalgama, el yihadismo, para consumo -curiosamente- no de los árabes ni de los islamistas sino de las masas occidentales. Esa manipulación no existía en 1920. Por eso las demás confesiones religiosas -lo mismo que los ateos- no podían experimentar ningún rechazo, ni hacia la yihad ni hacia el islam.
Son los estragos de la ideología dominante. Según los imperialistas el Corán es un llamamiento a la lucha, a la guerra contra los infieles, un caso claro de enaltecimiento del terrorismo, de los degollamientos y el salvajismo. Los islamistas no sólo quieren acabar con nuestro «estilo de vida» tan maravilloso sino que quieren hacerlo por la fuerza y «nosotros» no podemos consentirlo. No debemos permanecer con los brazos cruzados.
Pero eso no es todo. Los aparatos ideológicos del imperialismo nos han inculcado hasta el tuétano que el islam tiene algo exclusivo, la yihad, que no existe en las demás confesiones, que no serían tan agresivas o violentas como el islam, que los musulmanes son los únicos que actúan de esa manera. Pues bien, es absolutamente falso. El mensaje de Jesucristo a sus apóstoles, expuesto en el Evangelio de Mateo (10,34-36), contiene un llamamiento terrorífico que Mahoma jamás pronunció: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido para traer la paz, sino la espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa».
En la Biblia se pueden encontrar multitud de mensajes parecidos a ese. Por el contrario, en contra de una creencia hoy muy extendida, la palabra yihad sólo aparece tres veces en el Corán, carece de estatuto religioso entre sus fieles y no es tampoco una de las obligaciones religiosas de los musulmanes. Ni siquiera es una palabra de género femenino sino masculino, por lo que en todo caso debería decirse «el yihad». Al convertirla en femenino los imperialistas la acercan mucho más a la palabra «guerra», que también es de género femenino. Su traducción más inmediata al castellano no tiene que ver con una lucha armada, que en árabe se designa por la expresión «qital», que es equivalente a lo que en la cristiandad se entiende como «guerra justa».
Es entonces cuando empezamos a entender algo de lo que significa la yihad: como todas las ideologías y todas las religiones, el islam tiene una serie de principios que le permiten pronunciarse sobre una guerra, es decir, afirmar su legitimidad y, por lo tanto, rechazarla o apoyarla. En la cristiandad la guerra se regula en base a dos principios generales:
– ius ad bellum: las condiciones en las cuales alguien tiene derecho de declarar la guerra a otro legítimamente
– ius in bello: las normas que rigen la manera justa de llevar a cabo la guerra
En cualquier religión y, por extensión, en cualquier ideología, esas normas son siempre las mismas. A causa del origen teológico de las normas jurídicas, cualquiera que sea la religión, la guerra santa es siempre la guerra justa, y a la inversa. Los marxistas utilizamos exactamente ese mismo lenguaje y consideramos a unas guerras como justas (revolucionarias) y a otras como injustas, como agresiones o como guerras imperialistas. Por eso en Bakú todos entendieron -y aplaudieron- a Reed y Zinoviev, tanto los ateos como los creyentes: la yihad contra el capitalismo es una causa tan justa que para los creyentes se convertía en sagrada, es decir, en un deber.
Quizá sea posible entender mejor la palabra contrastándola con la palabra castellana «militar», que tiene un significado doble, porque se refiere tanto al soldado, si es sustantivo, como al afiliado a un partido político, si es un verbo. En el idioma castellano son muy numerosas las derivaciones militares de expresiones políticas, empezando por la definición de Clausewitz de que «la guerra es la continuación de la política por medios violentos». También son muchos los que asimilan la palabra «revolución» e incluso «lucha» o «huelga» a violencia.
La misma ambigüedad semántica tiene el idioma árabe. En el siglo XII el gran pensador andalusí Averroes (Ibn Rushd) habló de cuatro tipos de yihad: la de la lengua, la de la mano, la del corazón y la de la espada. En el lenguaje árabe corriente la yihad es la disposición interior de alguien para acometer una tarea. Tiene un sentido espiritual: el de mantenerse firme en las creencias religiosas ante un entorno de incredulidad. En el Corán se encuentran expresiones que se pueden traducir como «esfuérzate con toda tu alma» o «haz un esfuerzo en el camino de Dios».
Pero además de un esfuerzo interior, propio del espíritu, la palabra árabe también tiene el sentido de ejercer una fuerza hacia el exterior. Hay una lucha para cambiar (mejorar) uno mismo (gran yihad) como para cambiar (mejorar) la sociedad (pequeña yihad). Esta última tiene, pues, un claro significado político y, como toda militancia, es un esfuerzo, exige una dedicación y una entrega.
No obstante, aunque no es aceptable una asimilación absoluta entre yihad y violencia o guerra, con el tiempo los ulemas, intérpretes de la ley mulsulmana, fueron ampliando el alcance semántico de la palabra en un sentido más agresivo del que originariamente tenía. Entonces, como los materialistas ya deberíamos saber, el planteamiento del problema cambia significativamente: no se trata de lo que diga la palabra de dios, sino de lo que digan los ulemas, o sea, la historia. ¿Por qué se produjo esa ampliación semántica?, ¿qué factores históricos la provocaron?
La explicación no puede estar en el Corán ni en ninguna creencia sino en la evolución del mundo árabe, su expansión (su emigración) fuera de la Península Arábiga, a la que acompañó el islam (porque junto con los pies también viajan la cabeza y el corazón), así como las escisiones internas que acompañan a toda expansión y, finalmente, el choque con otros pueblos (y con otras creencias y religiones).
Para llevar a las masas a una lucha, a una huelga, a una manifestación o a una guerra, hay que explicar bien claramente que la razón está de parte del convocante, que la decisión es adecuada, acertada y justa. Los creyentes la llaman «santa», pero eso no cambia las cosas más que para ellos. Pero no nos confundamos. No es la conciencia la que mueve la historia sino al revés. Las masas no van a la lucha por ningún tipo de explicación, ni sindical, ni política, ni militar, ni religiosa. No son los carteles y las octavillas sino las condiciones sociales las que un materialista tiene que averiguar para explicar un determinado acontecimiento.
La consideración de una causa y de una lucha como «sagradas» es lo que -con otras palabras- todo militante discute cada día en sus reuniones: ¿hay que convocar ahora una manifestación?, ¿es conveniente la lucha armada?, ¿en que condiciones es admisible utilizar la violencia?, ¿qué tipo de luchas son acertadas y cuáles contraproducentes?
A mí me pasó ,estar en una mezquita y estar en una iglesia : la tranquilidad y bien estar, en la mezquita; en la iglesia todo lo contrario.