Le Pen: el viejo, el nuevo fascismo y los grandes esfuerzos que hacen todos por no llamar a las cosas por su nombre

En Francia ha salido a la venta el primer tomo de 500 páginas con la autobiografía del fascista Jean Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional en 1972, que es la fecha en la que acaba el relato de su peripecia política reaccionaria. La obra se títula “El hijo de la nación”.

El fascismo francés y Le Pen se forjaron en la época del mariscal Pétain, dirigente de la Francia que colaboró con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial en la ocupación de su propio país, algo muy poco nacionalista y típicamente clasista: en 1940 los invasores nazis no molestaron, pero la llegada de pateras repletas de negros y moros es otra cosa muy diferente.

Ahora los moros invaden Francia, pero antes los franceses invadieron Argelia. Le Pen es un viejo sargento paracaidista del ejército colonial francés que combatió contra la liberación de Argelia, donde la tortura de los independentistas y la desaparición de la población civil fueron prácticas sistemáticas contra los que ya entonces fueron calificados como “terroristas”.

En sus memorias Le Pen admite que “había golpes, se utilizó la picana y la bañera, pero no hubo mutilaciones ni nada que tocara la integridad física”. El dirigente fascista niega que él o sus camaradas “hayan tenido a su cargo los interrogatorios especiales”. Sin embargo, en 2002 el diario Le Monde probó que el sargento había participado en la formalización de “la tortura a domicilio” durante el primer semestre de 1957.

Su libro es una manera como otra cualquier de resucitar al fascismo francés que, a pesar de que los medios insistan en lo contrario, atraviesa una profunda crisis. Han querido imitar a Hitler porque se han creído la fantasía de que los nazis llegaron a la cancillería en Alemania mediante los votos, y es mentira. En 1933 los nazis llegaron al poder gracias al propio Estado alemán y a los demás partidos reaccionarios que los elevaron a lo más alto.

El Frente Nacional es hoy una jaula de grillos. Uno de sus dirigentes, Florian Philippot, ha abandonado la organización para crear su propio partido, Los Patriotas.

La nieta de Le Pen, Marion Maréchal Le Pen, le hace sombra a Marine. La pelea por la primera fila del palco es tan feroz que el papá ha amenazado con presentarse en el congreso del partido que se celebrará la semana que viene acompañado por 300 ciclistas.

La hija de Le Pen, Marine, está empeñada en resucitar el fiambre mediante lo que llama su “refundación”, que supondrá su cambio de nombre, algo en lo que no todos están de acuerdo. Ni siquiera el fundador, su padre, que lleva años fuera de la organización.

En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de la primavera del año pasado, los fascistas fueron barridos estrepitosamente, aunque obtuvieron más de 10 millones de votos, el resultado más alto conseguido hasta ahora.

Marine Le Pen lucha por modernizar el fascismo francés. Quiere eliminar etiquetas tóxicas, como el antisemitismo, el populismo mediocre o el racismo gárrulo que espantan de las urnas a muchos electores. Con ese propósito ha organizado el congreso de la semana que viene.

Por el contrario, el abuelo Le Pen quiere mantener las esencias reaccionarias, colonialistas y xenófobas del fascismo francés de toda la vida, el de Petain y Maurras.

Las disputas actuales de la familia Le Pen expresan la lucha entre el viejo y el nuevo fascismo, ese que no quiere que le llamen por su nombre y que todos los oportunistas del mundo se esfuerzan por disimular.

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