Yegor Gaidar, ex ministro de Economía de Yeltsin |
La privatización no es un instrumento económico ni presupuestario. Es un instrumento ideológico. Se trata de sacar de la esfera estatal las empresas estratégicas o económicamente interesantes. Porque, por principio, una empresa que no presenta ningún interés, bien en el plan económico bien en el aspecto estratégico, nunca podrá encontrar comprador en el mercado interior o internacional.
Para protegerse, es cierto que es posible poner como condición la inversión interior. Pero, ¿qué impedirá la reventa? ¿Y al cabo de cuanto tiempo, aunque esté condicionada, será autorizada? No puede llevarse a cabo una prohibición eterna. Por consiguiente, la protección es solamente temporal.
La privatización, en tiempos de crisis, se supone que permite al Estado cumplir el presupuesto. Pero vendiendo empresas interesantes, pierde también los ingresos regulares. Y los pone a la venta en un mercado que no está en su mejor momento, lo que limita automáticamente las posibles ganancias inmediatas.
Por tanto, si se descarta la incompetencia, el objetivo es otro. Y en este caso, la privatización es un instrumento en primer término ideológico. Como lo declaraba A. Chubais, en su “juventud política”, las privatizaciones yeltsinianas se hicieron para poner punto final al comunismo. Poco importaba el precio. Poco importaba el comprador. Se trataba de matar el comunismo, y para ello, vaciarlo de su sangre. Matar el tejido económico comunista fundado sobre la producción industrial y la agricultura. Sobre la economía real de un modo real. Llevando así a la gente al desempleo, gentes cuyas competencias son inútiles en una economía de servicios post moderna. Y, de esa manera, matar la fuerza vital de resistencia en la población.
La economía de rodillas, la población lo mismo. El país también. Todos haciendo cola ante el MacDonald. La democracia tiene un precio. Gaidar, padre espiritual de este “liberalismo”, hablaba de “terapia de choque”. Ni Ucrania ha inventado nada, ni tampoco hemos aprendido nada.
Sobre esta cuestión os aconsejo encarecidamente la excelente emisión de N. Mijalkov, quien se pregunta sobre el período Yeltsin, con ocasión de la apertura del enorme edificio a la gloria del “padrecito de la democracia rusa”. Una reflexión que da escalofríos, con la reescritura de la historia rusa como fondo. Ahí están, por lo que concierne a las privatizaciones, algunos elementos interesantes.
Lo esencial de la producción industrial fue privatizada por Yeltsin; 261 empresas militares. La compañía norteamericana Nick and Co. Corporation, por si sola, tomó el control de 19 de ellas.
No fue difícil adquirirlas, estando literalmente regaladas. Era necesario librarse de ellas, rápidamente y a cualquier precio. El más bajo posible, así el Estado pierde los beneficios de las empresas, no pudiendo compensar sus pérdidas por una entrada de dinero significativa.
De la venta de empresas, cuyo valor mercantil se estimaba en más de un billón de dólares, el Estado ruso percibió 7.200 millones de dólares.
Por ejemplo,
– la fábrica metalúrgica de Samarsky fue vendida por 2,2 millones de dólares
– la fábrica de automóviles Ljatcheva por 4 millones de dólares
– Uralmach, con sus 34.000 empleados por 3,72 millones de dólares
– la fábrica metalúrgica de Cheliabinsk, con 35.000 empleados, por 3,73 millones
– la fábrica mecánica de Kovrovsky (que producía armas para toda la policía, ejército y servicios especiales) fue vendida por 2,7 millones de dólares
– o la fábrica de tractores de Cheliabinsk, con 54.000 empleados vendida por 2,2 millones
Ingleses, alemanes y norteamericanos, principalmente, obtuvieron minorías decisivas en las mayores empresas estratégicas de los sectores de la construcción de motores y aviones rusos (Tupolev, MIG). La empresa Siemens tomó el control de la fábrica que producía los equipamientos para los submarinos rusos nucleares.
Ni siquiera el Tribunal de Cuentas dejó sin destacar la amplitud del ataque a la seguridad nacional. Subrayaba que la privatización permitió poner bajo control extranjero las mayores empresas rusas militares estratégicas.
Si ese no era tal vez el fin perseguido, fue en cualquier caso el fin alcanzado.
El Estado permanecía presente. Conservaba alrededor del 14 por ciento de la participación, lo que no le permitía ni influir sobre la política de la empresa.
Por ello, cuando los grandes “liberales” del gobierno se ponen a hablar de privatizaciones, necesariamente surgen sospechas.
Debe aparecer una “lista” de empresas a privatizar en 2016, declara el ministro de Economía. En la cual debiera figurar, por ejemplo, las mayores empresas del sector petrolífero, como Rosneft o Bachneft. Esta vez son las materias primas las que están en el punto de mira. Pero, rápidamente, el portavoz del Kremlin calma el juego; no hay lista definitiva, todo se discutirá. Y el Presidente reenviará al Gobierno la tarea para proteger mejor los intereses nacionales.
Porque, efectivamente, ¿es este el momento? Los puntos de vista son compartidos, incluso en el Gobierno, entre el clan, de hecho neoliberal y los liberales. El vice primer ministro, Y. Trutnev cuestiona la bondad del enfoque del ministerio de Finanzas a propósito de la privatización de Alrosa, concretamente. Hay que decir que Alrosa es un grupo ruso muy interesante. Ocupa el primer lugar del mundo en la extracción de diamantes.
En cifras, Alrosa posee el 97 por ciento del mercado interior ruso, y el 27 por ciento de la producción mundial de diamantes. Es tentador. ¿Pero es del interés público? Me refiero al interés del país, el interés defendido por el Estado. Las dudas se formulan de forma expresa:
“Vender es posible. Pero vender ahora, en un mercado en descenso ¿Por qué, con que fin? ¿No puede esperar? ¿No tenemos medios para esperar? Esto no es verdad, podemos esperar”, ha declarado, denominando a esta iniciativa “extraña”. Según la estimación de Trutnev, el Estado puede recibir en dos años de la compañía los beneficios netos que obtendría de la privatización de sus acciones. “Los colegas del ministerio de Finanzas contemplan todas las posibilidades para cuadrar los presupuestos, causa de que esta discusión continúe. Ya veremos que decisión tomará la cabeza del país”.
Ciertamente, la historia es un eterno reinicio. Especialmente porque se olvida demasiado rápido.