La “cúpula dorada” se infiltró entre los decretos que firmó Trump a finales de enero, un nombre inspirado en el escudo israelí antimisiles, cuya ineficacia se muestra hoy a las claras. Como tantas ensoñaciones militares, no sirve ni siquiera como fuegos de artificio para las fiestas patronales.
Los militares occidentales quieren encubrir su ineptitud tecnológica actual con magnos proyectos de futuro, regados con generosos derroches de dinero público. Es otra “guerra de las galaxias”, una versión corregida y aumentada de los delirios de Ronald Reagan y George Bush. Mucho ruido y pocas nueces.
Estos proyectos sólo sirven para gastar dinero. Siempre cuestan 50 veces más de lo presupuestado, los plazos se dilatan un año tras otro y al final se abandonan cuando la hucha se seca. Sin embargo, cumplen otras funciones importantes, como la de poner la guerra, las famosas “amenazas”, en primer plano y tapar los problemas realmente importantes.
Los ríos de tinta sobre esas “oscuras amenazas” multiplican el gasto militar y reavivan la carrera de armamentos, donde el adversario (Rusia, China, Corea del sur, Irán) es siempre quien lanza la primera piedra. A Estados Unidos no le queda más remedio que defenderse de una agresión injusta.
El pretexto invocado es proteger a la población; el verdadero es proteger las instalaciones militares, los arsenales, los submarinos, los cuarteles… Las guerras sirven para proteger a los militares de sí mismos.
“El espacio se convertirá en un nuevo campo de batalla”, anunció Trump en 2019, antes del comienzo de la Guerra de Ucrania. El objetivo del Pentágono es desplegar satélites con misiles sobre territorio chino o ruso.
El 20 de mayo Trump anunció que la “cúpula dorada” estaría operativa “en un plazo de dos años y medio a tres años” y que costaría 175.000 millones de dólares “una vez terminada”, aunque la Oficina de Presupuestos del Congreso estima que solo la constelación de interceptores espaciales podría costar 542.000 millones de dólares.
El escudo pretende proteger el suelo estadounidense de misiles balísticos intercontinentales con armas convencionales o nucleares, capaces de recorrer los 10.000 kilómetros que lo separan de Corea del norte, China o Irán. Pero también de misiles hipersónicos y misiles de crucero rusos, que pueden maniobrar a varios miles de kilómetros de una aeronave o un barco, evadiendo la cobertura de los radares antimisiles convencionales.
“La tasa de éxito es muy cercana al 100 por cien, lo cual es increíble”, afirmó Trump con entusiasmo durante su presentación. En efecto, tiene razón, es increíble, porque incluso los huthíes logran lanzar misiles balísticos a través del sofisticado escudo Arrow 3 de Israel, desarrollado en conjunto con Estados Unidos (y el territorio estadounidense es 460 veces más grande que Israel).
Un escudo antimisiles incita al adversario a multiplicar sus lanzamientos para aumentar las posibilidades de éxito, que es lo que está ocurriendo actualmente en Oriente Medio, donde los drones y los misiles vuelan formando auténticas bandadas en busca de un mismo objetivo. Se lanzan cien proyectiles confiando en que, al menos, llegará uno de ellos. Es más que suficiente y no hay ninguna “cúpula” que pueda impedirlo.
Rusia descarta la prórroga del tratado sobre reducción de misiles
En una entrevista con la agencia de noticias Tass publicada el viernes, el viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Ryabkov describió la “cúpula dorada” como un elemento “profundamente desestabilizador” que crearía nuevos obstáculos en el camino hacia el control de armamentos.
Es improbable que Rusia y Estados Unidos, cuyas relaciones siguen siendo muy tensas, alcancen un nuevo acuerdo de limitación de los arsenales nucleares, dijo Ryabkov. El actual expira el 5 de febrero del año que viene.
Sus declaraciones se encuentran entre las más pesimistas hasta la fecha de Moscú respecto a las perspectivas de un nuevo acuerdo o la prórroga del ya hay firmado, que limita el número de ojivas estratégicas a 1.550 para cado uno.
En 2023 Putin anunció que Moscú suspendía su participación en las negociaciones de desarme, sin retirarse formalmente del tratado, exigiendo a Washington que pusiera fin a su apoyo a Ucrania y solicitando un acuerdo multilateral que incluyera a Francia y Gran Bretaña.
Si el tratado actual no se prorroga ni se sustituye por otro, puede comenzar una nueva carrera armamentísta en medio de una creciente tensión internacional, con guerras en Ucrania, en Cachemira, en Oriente Medio…
Ryabkov describe las relaciones entre Rusia y Estados Unidos como “simplemente en ruinas”. En el contexto actual, no hay razón para renovar el tratado en su totalidad, dice. “Programas profundamente desestabilizadores como la ‘cúpula dorada’ […] crean obstáculos adicionales, difíciles de superar, para la consideración constructiva de una posible iniciativa en el ámbito del control de armas nucleares”, añadió.
La Federación de Científicos Estadounidenses afirma que si Rusia decidiera abandonar el tratado, podría aumentar su arsenal nuclear hasta en un 60 por cien.
En 1972, en pleno apogeo de la Guerra Fría, Moscú y Washington acordaron limitar el desarrollo de armas estratégicas y el riesgo de escalada mediante la firma del Tratado de Misiles Antibalísticos. Aquello se acabó. Medio siglo después, la carrera de armamentos se ha reactivado.
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