Algunos capitales apostaron que el futuro de internet estaba en la conexión a través de satélites el espaciales. En lugar de tender millones de kilómetros de cable bajo tierra o en el fondo del océano, creían que el acceso a la red se conseguirá enviando cohetes al espacio cargados con docenas de satélites.
El objetivo era ofrecer mejores conexiones que el 5G o la fibra óptica, pero también rellenar las “zonas blancas”, esos lugares en los que el acceso no es posible. A pesar de que hay más de un millón de kilómetros de cables, sigue habiendo regiones en las que no hay ni habrá nunca fibra o 5G, incluso en España, donde la cobertura de fibra óptica hasta la vivienda está en porcentajes del 80 por cien y en las zonas rurales en el 46 por cien (*).
En el espacio no hay que desplegar cables a través de mares y territorios de difícil acceso. Se sustituyen por decenas de miles de pequeños satélites en órbita baja, a no más de 2.000 kilómetros de la superficie terrestre, para reducir la latencia, es decir, el tiempo que tarda la señal en viajar de la tierra al satélite y volver.
La competencia entre los monopolios tecnologicos había comenzado, cada uno de la mano de algún gigante de la industria aeroespacial. Actualmente sólo 43 millones de personas están conectados por satélite, es decir, el 1 por cien de la población conectada a internet. Las empresas calculaban que dentro de unos años el mercado crecería y habría miles de millones de conexiones y miles de millones de beneficios.
Ahora el sueño ya no es de color rosa y las gigantescas inversiones realizadas se pueden perder. Rusia ha anunciado que no venderá motores de cohetes a Estados Unidos y no habrá más experimentos con Alemania en la Estación Espacial Internacional.
Tras las sanciones contra Rusia, la mayor parte de los operadores no pueden poner más satélites en órbita, ya que dependen de Roscosmos y sus lanzamientos desde el centro de Baikonur, en Asia central.
La Unión Europea es dependiente de empresas anglosajonas y, para asegurar las conexiones, tenía previsto lanzar una constelación de satélites a partir de 2024, que las sanciones a Rusia han aplazado.
Borrel ha explicado que Bruselas necesita mantener una red propia para los casos de “colapso de las infraestructuras terrestres”, ya sea por ciberataques o cortes de los cables submarinos. La red espacial europea costaría unos 6.000 millones de euros, que ya no será necesario invertir, al menos de momento.
El primer operador de conexión a internet vía satélite, OneWeb, lanzaba sus satélites con los cohetes rusos Soyuz desde Baikonur y tenía un contrato firmado con Roscosmos para lanzar más, lo que ya no es posible. El mes pasado Roscosmos suspendió el lanzamiento de 36 satélites hasta que el gobierno británico abandone la empresa.
Otra empresa, Starlink, también lanza sus satélites gracias a Roscosmos y todos los planes para seguir lanzando más cohetes se han paralizado.
Una tercera, Kuiper, de la que es accionista mayoritario Jeff Bezos, no ha lanzado aún ningún satélite y ha contratado la puesta en órbita con empresas occidentales. El problema es que a su vez esas empresas también dependen de los rusos para fabricar motores de cohetes y otros componentes. Por ejemplo, los cohetes más utilizados en Estados Unidos, el Atlas V de ULA y el Antares de Northrop Grumman, utilizan motores de fabricación rusa.
Pero las empresas espaciales ULA, Northrop Grumman y Arianespace tienen prohibido importar componentes de Rusia…
(*) https://www.nperf.com/es/map/ES/-/-/signal/?ll=36.12860325109547&lg=-6.9200000000000115&zoom=5