En 1997 fue muy exitosa en Estados Unidos la exhibición de “Menear el perro” (Wag the dog), versión libre cinematográfica de la novela “Heroe Americano” de Larry Beinhart, protagonizada en cine por Dustin Hoffman y Robert De Niro con la dirección de Barry Levinson.
La película trata sobre un experto en manipulaciones (“spin doctor”, en la jerga de relaciones públicas estadounidense) y un productor de cine que fabrican una guerra para distraer la atención de los votantes de un escándalo sexual que obstaculizaría la reelección del Presidente de Estados Unidos. La cinta se estrenó un mes antes de declararse el escándalo con Mónica Lewinsky y el bombardeo subsecuente de la fábrica de productos farmacéuticos Al-Shifa, en Sudan, decretado por la administración Clinton que generó numerosas comparaciones de la realidad con el film.
En la cinta, el Presidente es sorprendido enamorando a una joven menor de edad en la Oficina Oval, dos meses antes de las elecciones. El “spin doctor” decide llamar la atención del público con una guerra ficticia contra Albania a fin de atraer su atención de los medios a este conflicto desviándolo de la Casa Blanca.
El engaño surte efecto inicialmente moviendo las estadísticas electorales a favor del Presidente. Pero luego esto choca con los intereses de la CIA que favorece al candidato opositor y todo ello se complica en una sucesión de suciedades y perversiones típicas de la política estadounidense.
Las noticias falsas (“fake news”, en inglés) se han convertido en armas de “cuarta generación” que, insertadas en los escenarios de las nuevas tecnologías de información, las superan ampliamente en alcance y vigencia, dado que el escenario en que se vierten supera exponencialmente el nivel de difusión del contenido a través de los soportes informáticos de las redes sociales, donde lo falso se torna verdadero.
Ejemplo de recientes noticias falsas usadas como armas de guerra ha sido el caso de los ataques acústicos contra funcionarios de la embajada en Cuba de Estados Unidos.
Esta falsa noticia fue desmentida de múltiples formas, incluso por una investigación realizada en la Universidad de Michigan por el investigador Kevin Fu, quien determinó que los supuestos ataques “se habrían producido por una interferencia entre dos fuentes de ultrasonido muy cercanas a los afectados: una, un dispositivo de escucha y espionaje; la otra, un bloqueador ultrasónico de dicho aparato”. Vale decir que fueron las propias actividades de espionaje que los estadounidenses desarrollaban dentro su embajada las que provocaron los ataques acústicos que afectaron a sus propios funcionarios diplomáticos.
Un gran número de verificaciones anteriores habían confirmado la falacia, pero el objetivo de esa falsa noticia no era rectificar algo, sino provocar tensión y ruptura en los vínculos entre Washington y La Habana en función de objetivos políticos del régimen de Trump.
Otro caso reciente fue el del envenenamiento en Inglaterra del doble agente ruso Serguei Skripal y su hija Yulia, por lo que se acusó automáticamente al gobierno ruso, supuesto único productor de una sustancia química conocida como Novichok que –según se pudo conocer– no se produce solamente por laboratorios rusos, sino que puede producirse en varios laboratorios británicos, lo que dejó claro que la alevosa acusación buscaba desprestigiar al Kremlin.
Peor aún ha sido el caso del supuesto ataque químico que Siria habría llevado a cabo en la ciudad de Duma, recientemente liberada por el Ejército Árabe Sirio de la ocupación por fuerzas terroristas que tienen apoyo de Estados Unidos. Un equipo de periodistas del canal estadounidense “One America News Network” –que es de orientación y audiencia netamente conservadora y apoya a Donald Trump– visitó Duma y declaró públicamente que no había encontrado evidencia alguna del ataque químico supuestamente acaecido el 7 de abril haciendo quedar en ridículo a su Presidente.
Muy mal debe andar la autoestima de la política exterior de la superpotencia estadounidense cuando tiene que recurrir una y otra vez a falsedades y manipulaciones para tratar de mantener la idea de la invencibilidad del imperio estadounidense posicionada en el imaginario colectivo.
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