La cumbre climática COP29 que se celebra en Bakú entra en su segunda semana. Uno de los asistentes es Bertrand Piccard, presidente de la fundación medioambiental Solar Impulse, que ha participado en todas las que se han celebrado hasta ahora y considera que la pregunta central es quién ayudará a quién a adaptarse al cambio climático, es decir, quién extenderá la mano y quién dará el dinero.
Como todos los artificios seudoecologistas, no es complicado de discernir: los países subdesarrollados son las víctimas del cambio climático y los países ricos son los victimarios, históricamente responsables del mismo. Los segundos deben dinero a los primeros, dice Piccard.
Por lo tanto, es una de tantas mistificaciones en la que le han dado una vuelta de 180 grados a la historia. Nadie se debería negar a la caridad internacional. El dinero del cambio climático es progresista porque forma parte de una de tantas reivindicaciones de los pobres contra los ricos.
Según Piccard, hay dinero para entregar y, además, muchas de las medidas a tomar para mitigar las emisiones de CO2 son económicamente rentables. En particular, las energías renovables, que son la clave de esta transición, son cada vez menos costosas que los combustibles fósiles. Ahorrar energía también es interesante desde el punto de vista capitalista.
“La transición no se producirá porque hay más petróleo”. El impulso procede de que “a largo plazo es más barato utilizar energías renovables. La energía solar, eólica, geotérmica, biomasa, hidroeléctrica son rentables con el tiempo”, añade.
“Los inversores privados deben ser conscientes de ello”, añade Piccard, especialmente cuando quieren invertir en los países en desarrollo. “Cuando invertimos en un país con poca infraestructura energética, con energías renovables locales y descentralizadas, estimulamos la economía local”.
La política económica que Piccard propone es característica del capitalismo monopolista de Estado: “fusionar aún más la ayuda pública al desarrollo y las inversiones privadas”.
Por el contrario, Piccard cree que la tecnología no salvará al mundo del calentamiento. No puede hacer la transición energética. “Debemos utilizar la tecnología que ya conocemos”. Por ejemplo, ya es posible reabsorber el calor perdido en las chimeneas de las fábricas y redistribuirlo, calentar ciudades utilizando el calor de los centros de datos, utilizar residuos no reciclables para transformarlos en piedras de construcción, fabricar cemento libre de carbono, etc.
Redirigir la propaganda seudoecologista
Además de redirigir las inversiones, es necesario redirigir la propaganda seudoecologista, dice Piccard. No se debe poner el acento en los gigantescos costes de la transición energética, sino hablar de eficacia y ahorro y, porque es la manera de ganar aliados para la acción climática.
Otro puntal de la propaganda seudoecologista son los términos ligados al “derroche” y la “sobreexplotación”, que Piccard denomina “economía cualitativa”. Las corrientes seudoecologistas siempre han pretendido sustituir las actuales doctrinas económicas por otras aún peores. “Con la economía cualitativa entraremos en una economía circular, que creará muchos más puestos de trabajo”, promete.
Ahora bien, esa “economía cualitativa” naufraga en cuanto Piccard escarba un poco en la realidad y apoya la IRA (Inflation Reduction Act), a la que no considera como una medida proteccionista sino como algo beneficioso para la transición energética de Estados Unidos. En otras palabras, los seudoecologistas lavan la cara a la nueva política económica inaugurada por Biden, que Trump va a continuar con más de lo mismo.
Como ya sabemos, el objetivo de la transición energética no es favorecer la descarbonización de la atmósfera, sino imponer políticas proteccionistas, que son las mismas que Trump quiere impulsar.
Aunque Trump ha prometido abandonar el acuerdo climático de París, las empresas energéticas convencionales ya tienen mucho dinero invertido en la descarbonización y las energías renovables. Puede cambiar de opinión porque eso es gratis. Lo complicado es cambiar una política económica que ya está en marcha porque ha costado mucho dinero implementarla.