En esta entrevista con el psiquiatra Guillermo Rendueles, ejerciente en un ambulatorio gijonés, se ofrecen algunas ideas importantes que nos dan pistas e ilustran los derroteros de un sistema destructivo.
“[…] Después del Prozac, la siguiente poción mágica fue la Paroxetina, un fármaco de diseño que se inventó después de transformar la timidez en un cuadro clínico llamado fobia social. En el último congreso de ese horror que es el DSM-5 el último grito en materia de psiquiatrización social ha sido la ‘anhedonia’, que es el no sacar disfrute de las situaciones y es ahora motivo de consulta psiquiátrica porque se considera una depresión encubierta. Va a ser la próxima epidemia. Al final, los trastornos de personalidad son ya tantos que quien no cae en uno cae en otro”.
“Otra cosa de la que se habla ahora es la ‘personalidad opositora’. Ahí cae todo: si te opones a algo, si discutes, tienes un trastorno de personalidad opositora”.
“Hay, sí, esos laboratorios que tienen cinco o seis premios Nobel cada uno puestos a inventarse todos los fármacos que puedan, pero también hay una población que necesita fármacos para poder resistir sus pésimas condiciones de vida. Si trabajas a turnos, tienes que tomar algo para dormir y tienes que tomar algo para aguantar despierto. Hay laboratorios vendiendo fármacos, hay masas pidiéndolos y hay una estructura intermedia que también pide orden: los jueces, por ejemplo”.
“Y luego están las familias. En Estados Unidos, por ejemplo, cuando se inventó el síndrome ése de hiperactividad y desatención y se empezó a dar fármacos a los críos con mala escolaridad, los movimientos de resistencia ésos de ‘quiéreme, no me drogues’ fueron prácticamente linchados por la población […] Se habla ya de una epidemia de los trastornos mentales: los usuarios de salud mental no hacen más que aumentar y la ingesta masiva de fármacos parece una epidemia. Los laboratorios quieren vender a toda costa, faltaría más, pero no venderían si no encontrasen en los compradores complicidad, un deseo de servidumbre y una búsqueda de guía vital, de personas que te enseñen a comer, a follar, a dormir […]”.
“[…] Buscar remedios donde no los hay para malestares derivados de las relaciones de pareja, sociales y laborales; males que se solucionan enfrentándose a ellos pero que atacamos tomando pastillas. Hay un malestar que sólo puedes atajar modificando la situación que lo causa y en lugar de eso tomas una pastilla que te hace ver la situación de una forma más tolerable […]”.
“Cosas derivadas del modelo social que tenemos, de la desconexión entre la sociedad del bienestar que se promete y la realidad […] El que sufre estrés laboral lo sufre de verdad, no es que se lo invente: el trabajo produce dolor y malestar. En lo que se equivoca es en el remedio que busca: un psiquiatra que le dé un remedio artificial que en vez de solucionar el mal lo hace tolerable. ‘Deme algo para aguantar esto como sea’. En lugar de intentar cambios reales, acude a pastillas que hacen que vea las cosas más lejos, que no le importen. Las pastillas crean una especie de barrera contra el daño que te ataca, pero el daño no desaparece. Lo que hay que hacer para atajar el estrés laboral no es atiborrarse de pastillas, es crear lazos de solidaridad horizontal que modifiquen esa situación.
“Curiosamente, las personas que sufren el estrés laboral que las impulsa a tomar pastillas suelen ser personas que previamente se han desolidarizado en general. Son personas muy individualistas, trepas que han intentado superar individualmente a los otros y que de repente se encuentran con que Roma no paga traidores […]”.
“Los problemas sociales como ‘problemas personales’: el paro es TU problema, la precariedad, el mobbing es TU problema… esos procesos de individuación han sido enormemente exitosos. El capitalismo ha logrado que se vea como una opción de progreso decir: ‘Yo soy yo, yo dirijo mi vida, no tengo nada que ver con los otros’”.
“[…] Porque ahora las pastillas son, sí, una prótesis del capitalismo, un factor necesario para la supervivencia del capitalismo. El mandato capitalista es: ‘Sé gerente de ti mismo, empréndete a ti mismo’. Tienes que acumular un capital cultural, un capital deportivo, un capital estético dicen ahora, etcétera, para interaccionar ventajosamente con los demás en la competencia social […]”.
“La norma es el egoísmo utilitarista. Y es una escalada, además. Lo vemos muy bien en toda esa manía de la cirugía estética, del gimnasio, de la ropa […] Nunca se tiene bastante […]”.
“Los grandes propagandistas del capitalismo pregonan que por primera vez no tenemos que seguir ninguna tradición, por primera vez no tienes que ser arquitecto como tu padre, sino que puedes ser aquello que te propongas, puedes abrirte completamente al deseo y hasta cambiarte de sexo, pero no dicen que muy rara vez se logra cumplir plenamente eso, que son muy pocos los que lo logran y que el resto de la población es una masa de hombres y mujeres parados, frustrados y ansiosos. Pero para aplacar eso están las pastillas”.
“[Sin pastillas] no creo que fuera a haber ningún asalto a farmacias ni nada por el estilo. Pero sí que se tendría que llevar a cabo un cambio global enorme. Nos veríamos obligados a tener otros ritmos vitales. Necesitaríamos más tiempo para dormir, más tiempo para estar juntos […] Lo que es seguro es que los ritmos laborales, los ritmos de la vida cotidiana que seguimos ahora, desaparecerían sin las pastillas. Para la mayoría de la población no sería posible vivir sin antidepresivos para salir de la cama y ansiolíticos para volver a ella […]”.
”[…] El ejemplo paradigmático de esto [la fibromialgia] es el de la gran teórica del asunto, la señora Manuela de Madre, que publicó al respecto un libro, ‘Vitalidad crónica’, que yo me quedé fascinado cuando lo leí. Manuela de Madre era alcaldesa de Santa Coloma de Gramanet por el PSC pero llevaba, cuenta en el libro ése, una vida muy mala, muy mala. Lo que ella le hubiera gustado era ser bailarina, de adolescente andaba todo el día bailando, pero en lugar de ser bailarina había acabado llevando ese horror de vida de escuchar quejas de vecinos y debates sobre ordenanzas de tenencia de mascotas. Empezó a tener dolores por todo el cuerpo y fatiga generalizada y fue a médicos sensatos que le dijeron: ‘Mire, no tiene usted nada: las radiografías son normales, los análisis son normales y todo es normal’. Un día encontró a uno que le dijo: ‘Tiene usted fibromialgia’, y entonces dijo: ‘¡Ay, bendita palabra!’ Por fin podía etiquetar aquello que le pasaba y tratarlo como algo del cuerpo y no como consecuencia de una biografía equivocada. Consiguió tranquilizarse, pero eso fue a costa de empezar a tomar medicaciones brutales y de crearse una especie de pseudobiografía”.
“[…] Toda la medicina estética en general, que tan en boga está, es un timo capitalista. Se ha sustituido la moral por la estética y no hay órgano que el capitalismo no prometa reconstruir, no hay nada que no prometa apañar, no hay límite natural que no prometa que se puede transgredir […]”.
“[…] Se están dando, por ejemplo, patologías muy espectaculares relacionadas con los videojuegos, los chats y las redes sociales: esa gente a la que no le gusta su cuerpo y se inventa una personalidad para chatear, haciendo de sí misma una descripción completamente diferente de la real o hasta mandando una foto de un tío completamente distinto, y a la que a veces se le va de las manos y acaba no distinguiendo lo que es verdad de lo que es mentira […]”.
“[…] Como mi ‘yo’ del trabajo es una mierda pero hay ‘yoes’ que siguen estando relativamente bien, lo que hago es tener un ‘yo’ para el trabajo y otro para la vida cotidiana. Lo de los chats está relacionado con eso: como tu ‘yo’ del trabajo no te gusta, te construyes otro ‘yo’ en el ordenador y empiezas a establecer relaciones con ese ‘yo’ ideal que nada tiene que ver con el ‘yo’ real. Te vas liando […] se forman ahí unos líos tremendos y aparecen los trastornos disociativos […]”.
“[…] Además, los medios imponen un estándar muy alto de felicidad. Ves la televisión y todo el mundo parece feliz, y eso te hace pensar que el único que está jodido eres tú […]”.
“La incapacidad de cambiar, la inadaptación, decir: ‘Yo no participo en este trabajo que va en contra de mis ideas o valores’, que antes se percibía como coherencia, ahora se etiqueta como rigidez de personalidad y se vive como patología, como trastorno de personalidad, y la traición ya no se considera tal, sino adaptabilidad. Adaptabilidad es la palabra clave. El modelo de amistad que existe en esta sociedad líquida, por ejemplo, es la amistad utilitaria: soy tu amigo mientras me eres útil y dejo de serlo en cuanto dejas de interesarme; estoy en este grupo mientras me divierta y dejo de estarlo en cuanto deja de divertirme. Los grupos de amigos ya no son grupos de lealtad, sino grupos de afinidad. Es un mundo duro, éste […]”.
“[…] El neocapitalismo impone como conducta racional el utilitarismo, el ‘aprovéchate lo más que puedas’, el ‘saca ventaja ante toda situación invirtiendo lo menos posible, como triunfan los grandes triunfadores’. El neocapitalismo ha diseñado al gorrón con éxito como héroe. Ellos se defienden diciendo que hay unas leyes que hay que respetar, pero en general el gorrón no viola las leyes, simplemente se aprovecha de ellas […]”.
“[…] Un emprendedor es el que está dispuesto a pelear en esa carrera de la sociedad del riesgo y a hundir a los demás para llegar el primero y sacrifica toda su moralidad para conseguir ese fin […]”.
“El ‘Manifiesto Comunista’ es un análisis perfecto de la realidad: sólo falla en esa confianza en un nuevo modelo de socialización superior que finalmente no se produjo. La destrucción capitalista de las viejas redes no fue compensada con la creación de una sola red universal […] El modelo normativo de identidad es alguien completamente aislado de los demás, que sólo establece lazos superficiales y utilitarios y que traba cada relación preguntándose: ‘¿Cuánto me da? ¿Cuánto pierdo?’: un infierno”.
“La revolución es destruir lo que haya que destruir pero conservar lo que haya que conservar […] El capitalismo nos dice: ‘Tú a lo tuyo y si te vienen mal dadas ya habrá un psiquiatra o un psicólogo que te eche una mano; no necesitas ni vecinos, ni amigos, ni redes sólidas’. La revolución es acabar con eso y hacer que prevalezcan las necesidades naturales sobre las del mercado”.
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