Juan Manuel Olarieta
Holocausto es un término religioso judío, «shoá», que literalmente se puede traducir como «catástrofe». Es una ceremonia bárbara en la que a dios (yavé) se le ofrece en sacrificio a una víctima humana, a la que luego se le prende fuego. Con el tiempo el ritual se fue llevando a cabo de una manera simbólica, matando a animales en lugar de personas, y entonces la palabra desdobló su significado, pasando a aludir a la entrega de una persona por el bien de los demás.
Después de 1945 el significado de la palabra siguió evolucionando hacia algo cada vez más distinto. Pasó a aludir al genocidio o exterminio sistemático y deliberado de los judíos por motivos religiosos y, en especial, el llevado a cabo en Europa por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Hoy la palabra forma parte de la ideología dominante del imperialismo. Hay un «Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto» y todos la utilizan en singular, el holocausto, sin excepciones, tanto la ONU, como la UNESCO, las ONG, las organizaciones de derechos humanos, los partidos políticos de casi todo el mundo y los medios de intoxicación propagandística.
La palabra es singular porque a lo largo de la historia de la humanidad no ha habido varios holocaustos, sino uno solo, el de los judíos. Según avanza el calendario, lo que oímos cotidianamente en la televisión es lo siguiente:
– las únicas víctimas de los nazis fueron los judíos
– las víctimas más numerosas de los nazis fueron ellos
– el objetivo de los nazis fue el de perseguir a los judíos
– el holocausto ha sido el crimen más monstruoso de la historia
Al utilizar la palabra en singular, palidecen todos los demás exterminios habidos y por haber, lo cual, traído a la actualidad, supone que el fascismo no sólo no tiene nada que ver con el imperialismo sino que le lava la cara. Al fin y al cabo el imperialismo no es tan malo: sólo ha habido un único exterminio y sólo lo cometió un único país, Alemania. Fue una etapa oscura de la historia, una excepción que ya ha pasado, afortunadamente.
En la ideología del holocausto los crímenes más importantes son los que se cometen contra los judíos, los cometen los enemigos de los judíos y los cometen por ser judíos. Los demás crímenes no se televisan.
La mistificación mejora aún más cuando la maquinaria de propaganda consigue pulir un poco su lenguaje: los crímenes cometidos contra los judíos (y contra todos los demás) no fueron consecuencia del imperialismo sino del III Reich, de Hitler o de las SS.
En el holocausto los nazis no diferenciaron entre clases sociales, no atacaron al proletariado judío, por ser proletario sino por ser judío. Atacaron a todos ellos por igual.
La propaganda del holocausto, lo mismo que la propaganda anti-terrorista, se fundamenta en uno de los pilares más poderosos de cualquier manipulación sicológica, el victimismo, que consiste en poner a unas víctimas («las» víctimas por antonomasia) en un lado y a los victimarios en el lado opuesto.
Además, para que sea efectivo, el victimismo únicamente debe tener en cuenta a un tipo de víctimas, en el caso de la Segunda Guerra Mundial, a los judíos, no a los antifascistas, en general.
Para cumplir su función ideológica, la represión nazi tiene que encubrir la política nazi porque es exactamente la misma política que la de cualquier potencia imperialista hoy. Dicho encubrimiento se lleva a cabo equiparando los campos de concentración a las cámaras de gas, es decir, induciendo la imagen de que los nazis querían el exterminio sistemático de los judíos, algo absolutamente imposible, incluso para ellos.
Las pretensiones nazis fueron las de cualquier potencia imperialista, antes y ahora: las de dividir para aplastar la resistencia de la clase obrera mediante la imposición de políticas discriminatorias, racistas y segregacionistas de todo tipo que tienen su origen en el papel reservado al ejército industrial de reserva, fundamentalmente a los desempleados, en las fases más agudas de las crisis del capitalismo.
La ideología del holocausto es religiosa, tan sagrada como la mano de Santa Teresa o el Santo Sudario. Está refrendada al más alto nivel, a escala internacional y sancionada jurídicamente. Quien la niegue o minimice va a la cárcel, se convierte en un cómplice del crimen y de los nazis que lo cometieron. No importa que esté en el otro bando porque no deja de ser otro extremista, y ya se sabe que los extremos, como el Frente Atlético y Riazor Blues, siempre se tocan.
Muy bien interpretado, de forma muy clara.
Siempre he defendido que de haber vencido los nazis, el mundo sería exactamente igual, de hecho los otros nazis, los que vencieron, reclutaron a los nazis que perdieron que pensaban que les serían útiles.
Salud!